Los
griegos ponderaban la prudencia, el punto medio diría Aristóteles, y trataban
de lograr alcanzarla. Los romanos, herederos de la filosofía griega, cultivaron
la filosofía con menos altura y refinamiento pero intuyeron que la prudencia
era cosa buena y su concepción y practica la llamaron templanza. Ambos pueblos
dieron muestras en personas particulares de no solo tener solo como ideales a
la prudencia y la templanza sino que era posible su práctica con sus defectos y
limitaciones, claro está.
En
todos los tiempos han existido seres humanos que han logrado ser prudentes o
templados. En Francia se puede poner a Michel Eyquem de Montaigne como uno de
los pensadores que tuvieron una actitud equilibrada y más o menos constante. Montaigne
es directo pero profundo. La lectura de sus “Ensayos”, es deliciosa y termina
como acaba con prudencia; los cristianos dirían “Humildad”, pero creo que para
el presente caso no va aunque sea de este corte.
Nos
introduce manifestando que su obra (Ensayos), es un libro de “buena fe” y
quiere que se le vea “en mi manera sencilla, natural y ordinaria, sin estudio
ni artificio…” y manifiesta el tema de su obra: su vida, con todos sus “defectos
e imperfecciones”. Hace una última advertencia: “Así, yo mismo soy el tema de
mi libro, y no hay razón, lector para que emplees tus ocios en materia tan frívola
y vana. Adiós, pues.
Semejante
advertencia bastaría para que se dejara la lectura de la dichosa obra; sin
embargo, los temas que toca son profundos, sin llegar a las alturas de los
griegos clásicos pero, de ninguna manera son de poca monta. Más que una lectura
es un viaje esplendido y provechoso. Pocas veces se puede encontrar una lectura
tan sincera y esclarecedora de no pocos temas.
La
despedida es la gota cristalina que resuena después de cerrar el libro y
recuerda la condición humana con ecuanimidad:
“Es
perfección absoluta, y semejante a la divina, saber gozar lealmente del propio
ser. Buscamos otras condiciones porque no entendemos las nuestras, y nos
salimos de nosotros mismos por ignorar lo que nos compete hacer. Aunque andemos
en zancos siempre andaremos con nuestras piernas, y en el más elevado trono del
mundo siempre sobre nuestro trasero nos sentamos”.
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