PARTE
SEGUNDA
INTRODUCCIÓN
El viejo y achacoso Estado moderno ha
muerto, ha muerto de una muerte violenta pero oculta para no hacer sentir su extinción
en toda su cruda realidad. Con todo, la retirada del gobierno de la prestación de
bienes y servicios públicos ha dejado un vacío que ha sido inmediatamente
ocupado por la delincuencia en todas sus modalidades. La nación mexicana se
encuentra atrapada entre las actuaciones legales de las grandes trasnacionales que
la obligan a trabajar y consumir sin descanso y las acciones ilegales de la
delincuencia que no le dan tregua. En tales condiciones no puede desarrollarse
ni la sociedad ni el individuo. Toda moralidad está sujeta a las cosas
materiales. Quienes atesoran sin descanso bienes materiales se han vuelto buenos
por excelencia (el ejemplo a seguir) y los pobres en indeseables que se toleran
por pura necesidad del funcionamiento económico. El resultado un Estado caótico
donde no hay gobierno que imponga el imperio de la ley ni bases para la sana
convivencia nacional.
Los cambios políticos mundiales han
forzado irremediablemente a cambiar la forma del Estado mexicano. Más de
treinta años de Neoliberalismo no bastaron para ponerse a tono y, fue menester
hacer reformas económicas pero no se hizo la reforma política que acotara la corrupción
e impunidad del gobierno.
El Estado moderno ha dejado de existir y
se ha iniciado el Estado híper moderno; en este contexto de cambio preñado de
crisis es imperioso abandonar en lo fundamental el constitucionalismo mexicano
que estuvo siempre al servicio de un sistema político totalitario y corrupto. No
se trata de hacer tabula rasa; la
ciencia del Derecho no se agota con sus desviaciones sino que se corrige y
aumenta en la medida de las necesidades.
Por otro lado, las circunstancias exigen
el auxilio de diversas ramas del saber y por lo pronto de la madre de todas las
ciencias: la Filosofía Política de gran tradición que en el mismo contexto debe
rigurosamente corregir los desvíos de los filósofos, la actualización de las teorías
o de plano la creación de nuevas teorías que respondan y correspondan a la
realidad factual actual.
Las grandes trasnacionales han tomado un
lugar preponderante dentro del Estado híper moderno al grado de desplazar al
gobierno respecto de la vida política y el marco constitucional donde la nación
mexicana desarrollara a su vida pública y privada. El mundo se privatiza, eso significa
que tiene dueño. Esa es la realidad.
Quizá y sólo quizá se deba de cambiar el
concepto de soberanía por el de “voluntad general”, para designar el atributo
que tiene o tendrá el pueblo como actor de reparto en este nuevo escenario y
poder decir lo que tenga que decir, para bien o para mal. La moneda está en el
aire y no se sabe a bien de qué lado caerá. Este es el punto central del problema
que hoy padecemos en carne viva. ¿Qué sentido tiene la vida y que sentido se le
pude dar?. La vida ente radicalmente primario donde todo tiene sentido: las
cosas, los valores y los objetos ideales; hoy, está por debajo de lo meramente
material; es decir, se ha vulgarizado y denigrado la vida. No es de extrañar
que en este periodo de abandono de lo público por parte del gobierno haya
masacres, desparecidos, tortura, injusticia e indiferencia por la vida humana y
por la vida natural. No importa mientras las cajas registradoras no paren y los
dueños del mundo vivan lejos del drama humano en sus propios y contradictorios
dramas privados.
Las
luchas revolucionarias claramente han desaparecido de la vida de los pueblos
como factores de cambio pero, no por ello, se debe abandonar la lucha contra
los obstáculos que representa la acumulación de dinero, bienes y servicios por
pocos mientras la mayoría recibe a cuenta gotas el sustento diario. Es paradójico
que el fruto del esfuerzo general se quede en pocas manos mientras el hambre
recorre las calles del mundo ordinario; allí donde habitan millones y millones
de despojados de toda esperanza real. Ese
es el principal problema de nuestro tiempo y no hay forma de evitarlo.
Debemos encaminarnos a tratar de
comprender las circunstancias actuales y tratar de encaminar el nuevo Estado
hacia el camino menos peligroso para los seres humanos: la anarquía del
gobierno, la corrupción de los políticos y la impunidad institucionalizada para
la clase política.
La sociedad debe madurar sus nuevas
formas de organización y debe entrar a la vida política con toda su libertad y
toda su responsabilidad, creando y recreando la vida pública sin dar marcha a
tras pues en lo le va el hoy y su porvenir.
Por mi parte he decidido a continuar el
camino allí donde hice una pausa en mi anterior obra (El Fin del estado Moderno.
El fin de la División de Poderes). Para mi es vital seguir y perseguir la
realidad y tratar de dar una explicación y una forma, a lo menos incipiente de
esta nueva realidad. Me es imposible parar aunque mi viaje sea en total
soledad.