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domingo, 3 de febrero de 2019

22. ALVARADO Y HAZAÑAS DE TZILACATZIN



22. ALVARADO Y HAZAÑAS DE TZILACATZIN

Alvarado con su gente y bergantines había ganado un templo que había en una placeta de la calzada Tlacopan, en que mantuvo siempre guarnición a pesar de los violentos ataques de los mexicanos; había forzado varias trincheras y ganado varios pasos difíciles, y a sabiendas que la mayor fuerza de los enemigos estaba en Tlatelolco, en donde tenía el rey Cuauhtemoctzin el palacio de su ordinaria residencia y a donde se había acogido infinita gente de Tenochtitlan, dirigió sus fuerzas por tierra y por agua, no pudo penetrar  hasta donde quería por la rigurosa oposición de los sitiados, en cuyos combates murieron muchos de una y otra parte.

En una de las primeras refriegas se dejó ver un membrudo y animoso tlatelolca en traje de otomí, con un escaupil o cota de algodón y sin más armas que una rodela y tres guijarros, adelantándose a los suyos y dando una veloz carrera hacia los contrarios, arrojo sucesivamente los tres guijarros con tal tino y con tanta fuerza , que cada uno derribo en tierra a un español; hazaña que excito la cólera de los españoles y el temor y la admiración de los confederados. Hicieron cuanto pudieron por haberlo a las manos, pero jamás lo consiguieron, porque en todos los combates parecía con nuevo disfraz y en todos hacía daño en los sitiadores, teniendo tanta velocidad en los pies para salvarse como fuerza en los brazos para ofender. El nombre de este celebre tlatelolca era Tzilacatzin.

Alvarado, ensoberbecido con algunas ventajas que había logrado sobre los mexicanos, quiso un día penetrar hasta la plaza del mercado; tenía ya ganadas con el auxilio de los bergantines  algunas trincheras y fosos y, entre otros, uno de profundidad, y olvidado con sus buenos sucesos de hacerlo cegar, como le había ordenado su general, paso adelante con 40 o 50 españoles y algunos aliados. Advertidos los mexicanos de su descuido, cargaron inmediatamente sobre ellos, los derrotaron e hicieron huir, y al repasar el foso les mataron algunos aliados e hicieron prisioneros cuatro españoles, que a vista de Alvarado y de su gente fueron luego crucificados en el templo mayor de Tlatelolco. Sintió Cortés amargamente esta adversidad por el aliento y orgullo que con ella cobrarían los enemigos, y partió sin dilación a Tlacopan para reprender severamente a Alvarado su desobediencia y temeridad; pero informado del valor con que se había portado en aquellas entradas y con que forzado los puestos más difíciles, se contentó con blanda admonición, reitero sus órdenes y dio vuelta a su campo.

NOTA. La misma crítica se puede hacer a este episodio que en toda la historia escrita pues se le da preponderancia a los españoles como si estos fueran súper hombre si los diversos aliados únicamente actores de reparto en esta tragedia armada. Sin los 150,000 aliados los españoles no hubieran sido más que aventureros perdidos en el territorio de lo que hoy es México.


Clavijero, Francisco Javier. Historia antigua de México.


México. 2009. Editorial Porrúa. Colección “Sepan Cuantos”. Páginas 568, 569.  



miércoles, 30 de enero de 2019

21. ALIANZA DE VARIAS CIUDADES DEL LAGO CON LOS ESPAÑOLES.



21. ALIANZA DE VARIAS CIUDADES DEL LAGO CON LOS ESPAÑOLES.

Estos socorros iban faltando a los sitiados al tiempo que aumentaban los de los sitiadores, quienes por este tiempo uno que les fue de gran utilidad cuanto fue de detrimento a sus enemigos. Los vecinos de las ciudades situadas en las isletas y riberas del lago dulce se habían conservado enemigos de los españoles y podían haber hecho grandísimo daño a Cortés si a un mismo tiempo le hubiesen acometido sus tropas por una parte de la calzada y por otra las de México; pero por fortuna de los españoles no habían intentado hostilidad alguna en tiempos del sitio, quizá porque reservaban para ocasión mas oportuna.

Los chalcas y otros aliados, a quien no tenían cuenta la vecindad de tantos enemigos, procuraban atraerlos por una parte con promesas y por otra parte con amenazas y vejaciones; y tanto pudo su importunidad y por ventura y también el temor de la venganza de los españoles, que vinieron al campo de Cortés solicitando su alianza los vecinos de Iztapalapa, Mexicalcinco, Cohuacan, Huitzilopochco, Mizquic y Cuitláhuac, que hacían una parte muy considerable del Valle de México. Alegróse infinito Cortés de esta alianza y la aceptó con la condición de que no solamente le ayudasen con gente y con canoas, sino también transportasen materiales y edificasen barracas en su campo; porque por falta de habitación en tiempo tan lluvioso como era aquel en que se hallaban, padecía mucho su gente.

Correspondieron también los deseos de Cortés, que inmediatamente pusieron a sus órdenes un cuerpo de tropas que cuyo número no se expresa, y 3,000 canoas para que ayudasen en su curso a los bergantines, en las cuales transportaron prontamente los materiales necesarios y construyeron a una y otra parte de la calzada tantas barracas, que bastaron a recibir todos los españoles y 2,000 indios de servicio; pues el grueso de las tropas aliadas estaba acuartelado en Coyohuacan, distante legua y media del campo de Cortés; y no satisfechos con estos servicios acudieron también con víveres, especialmente con pescado y capulines o cerezas mexicanas en notable abundancia.

Hallándose ya Cortés con tantas fuerzas entro con ellas en dos o tres días seguidos en la ciudad, haciendo considerable estrago en sus habitantes. Esperaba que capitulasen viendo tan excesivo número de tropas contra sí  y experimentando el daño que les hacia su resistencia; pero se engañó, porque los mexicanos estaban dispuestos a rendir antes sus vidas que su libertad. Resolvió el general español hacer continuas entradas para precisarles con repetidos estragos a pedir la paz que rehusaban. Formó de sus barcos dos armadas compuestas cada una de dos bergantines y 1,500 canoas, con orden de que bloqueasen la ciudad, incendiasen sus edificios y le hiciesen cuanto daño pudiesen. Ordenó a Sandoval y Alvarado que, por su parte, ejecutasen lo mismo y él con todos sus españoles y a lo que parece con unos 80,000 aliados[1] entró como solía por la calle de Iztapalapa sin otras considerables ventajas en ésta y otras entradas de estos días, que la de disminuir poco a poco el número de los enemigos, arruinar algunos de los edificios y avanzar cada día algo más para comunicarse, como intentaba, con el campo de Alvarado, aunque no pudo por entonces conseguirlo.

NOTA. Como se puede ver claramente, efectivamente, hubo traidores a los mexicanos pero no es como de común se cree y se dice, los tlaxcaltecas sino los pueblos que poco antes le eran aliados o vasallos a los mexicanos. La ciudad de México estaba ya totalmente sitiada y estrangulada y no había ya forma de una victoria y sin embargo, la valentía de los sitiados es admirable. Pero mientras destruían los antiguos aliados o vasallos el corazón del imperio, contraían sus propias cadenas de las que no saldría el pueblo mexicano ya con una identidad suficiente sino hasta pasados 300 años. Saber la historia es el primer y fundamental paso para ir entendiendo los hechos y actos que con posteridad se han de ir desarrollando hasta el día actual y que irremediablemente serán el entramado como base del futuro.




[1] Conjeturo que serían 80,000 los aliados que llevó consigo en esta entrada Cortés , porque el dice que se halló aquel día en su campo con más de 100,000, de los cuales irían 20,000 o 22,000 en las 3,000 canoas.



viernes, 25 de enero de 2019



19. NUEVOS SOCORROS A LOS SITIADORES

Aumentábase cada día las fuerzas de los españoles con nuevos socorros y nuevas alianzas de ciudades y provincias enteras; de suerte que no habiendo en los tres reales al principio del sitio 90,000 hombres, pasaron dentro de pocos días de 240,000 los sitiadores. El nuevo rey de Texcoco, para manifestar a Cortés su gratitud y buena voluntad, procuraba conciliarle toda nobleza de su reino, y consiguió formar por este tiempo un ejército de 50,000 hombres que envió al socorro de los españoles bajo un príncipe hermano suyo que en el bautismo se llamó don Carlos Ixtlixóchitl,[1] joven de cuyo valor y prudencia dan ilustre testimonio los historiadores y entre ellos el mismo Cortés, que pondera la importancia y oportunidad de este socorro.

Quedó el príncipe con 30,000 hombres en el real de Cortés y los otros 20,000 se repartieron con los campos de Sandoval y Alvarado. A este socorro de los texcocanos se siguió la confederación con los españoles, los xochimilcas y los otomíes montañeses que eran súbditos de los mexicanos, los cuales aumentaron con 20,000 hombres al ejército de Cortés. No faltaba a este general para complemento del sitio, sino impedir los socorros que entraban por agua a la ciudad. A este fin, quedándose con siete bergantines envió los otros seis a las inmediaciones de Tenayuca, con orden de que desde allí asistiesen a Alvarado y Sandoval en las entradas que hiciesen por sus respectivas calzadas; y mientras aquellos comandantes no los empleasen, corriesen de dos en dos aquel trecho de lago que había entrambas calzadas y apresasen todas las canoas que condujesen víveres o genta a la ciudad.

Nota. Bien, en este punto la surte de los mexicanos estaba ya definida, era únicamente la espera de días para que cayera la ciudad de México. En días posteriores otras ciudades se unirán a los españoles. Como se ve hasta los aliados como los texcocanos se unieron a los sitiadores y no se diga los súbditos.

Se dice de común que los tlaxcaltecas fueron traidores pero esto es falso. Los tlaxcaltecas eran enemigos de los mexicanos y la traición solo se puede dar entre amigos o aliados y en el presente caso no se da amistad ni alianza. Por el contrario, los texcocanos si eran aliados de los mexicanos y los otomíes sus vasallos. Con todo, los mexicanos nunca se rindieron, mostrando su inquebrantable valor.


[1] Cortés le llama Istrixúchil; Bernal Díaz y Solís, alterando aún más el nombre, le llaman Súchel. Torquemada, con notable inconsecuencia, dice que este joven príncipe era Coanacotzin, hermano menor de Fernando Ixtlixóchitl,, que es decir, que fue enviado  por general de los 50,000 hombres el legítimo rey de Acolhuacán; y lo peor es que en pocas páginas pone a Coanacotzin pone de consejero principal del rey Cuauhtemotzin durante el sitio. Lo cierto es que dicho joven no fue sino Carlos Ixtlixóchitl, que por muerte de su hermano Fernando Cortés Ixtlixóchitl, entró con el favor de poco después de la conquista en el señorío de Tex; fue preso conjuntamente con el rey Cuauhtemotzin y ajusticiado con él tres años después en Izancanac, camino de Comayahua.



jueves, 29 de noviembre de 2018

DE LAS QUE VENDEN ATOLLI Y CACAO HECHO PARA BEBER, Y TEQUIXQUITL, SALITRE



CAPITULO XXVI

DE LAS QUE VENDEN ATOLLI Y CACAO HECHO PARA BEBER, Y TEQUIXQUITL , SALITRE

Las que venden atolli

1.- El que vende atolli, que es mazamorra, véndelo caliente o frío. El caliente se hace de masa de maíz molido, o tostado, o de las tortillas molidas, o de los escobajos de las mazorcas quemadas y molidas, mezclándose con frijoles, con agua de maíz aceda, o con ají, o con agua de cal, o con miel. El que es frio hácese de cierta semilla que parece linaza, y con semilla de cenizos y otras de otro género, las cuales se muelen muy bien primero, y así el atolli hecho de estas semillas, parece ser cernido; y cuando no están bien molidas hacen un atolli que parece que tiene salvado, y a la postre le echan encima, para que tenga sabor, ají o miel.

Las que venden cacao hecho

2.- La que vende cacao hecho para beber muélelo en este modo, que la primera vez quiebra o machuca las almendras; la segunda vez van un poco más molidas; la tercera vez y postrera muy molidas, mezclándose con granos de maíz cocidos y lavados, y así molidas y mezcladas les echan agua, en algún vaso; si les echan poca, hacen lindo caco; y si mucha, no hace espuma, y para hacerlo bien hecho se hace y se guarda lo siguiente: conviene a saber, que se cuela, después de colado se levanta para que chorree y con esto se levanta la espuma, y se echa aparte, y a las veces espesase demasiado y mezclase con agua después de molido, y el que lo sabe hacer bien hecho vende el cacao bien hecho y lindo, y tal que solo los señores le beben, blando, espumoso, bermejo, colorado y puro, sin mucha masa; a veces le echan especias aromáticas, y aun miel de abejas y alguna agua rosada; y el cacao que no es bueno tiene mucha masa y mucha agua, y así no hace espuma sino unos espumarajos.

El que vende salitre, y greda y yeso

3.- El que vende salitre amontónalo en el lugar donde hay copia de ello, y vende el que es blanco, colorado, que tiene costras, o amarillo, o el menudo y todo es viscoso o blandujo.

4.- El que vende greda amásala con las manos y cuece, y así se hace fofa y hueca. El yeso cocido es piedra que se saca de las venas donde se hace.

5.- El que vende piciete (tabaco), muele primero las hojas de él, mezclándolas con un poco de cal, y así mezclado, estriégalo muy bien entre las manos; algunos lo hacen del incienso de la tierra, y puesto entre las manos; algunos lo hacen del incienso y puesto en la boca hace desvanecer la cabeza o emborracha; hace también digerir lo comido, y hace provecho para quitar el cansancio[1].








[1] De Sahagún, Fr. Bernardino. Historia General de las Cosas de Nueva España.
México. 2006. Editorial Porrúa. Colección “Sepan Cuantos…”. Página 561.

viernes, 19 de octubre de 2018

LOS ESPAÑOLES EN LUCHA CONTRA LOS TLAXCALTECAS




Los tlaxcaltecas fueron guerreros muy valientes y no podía ser de otra manera pues pertenecían al mismo grupo de pueblos que llegaron a poblar en las orillas del lago de Texcoco.  Pero tuvieron problemas con otros pueblos y aunque resultaron victoriosos decidieron emigrar y uno de los tres grupos en que se dividieron llegó a las faldas de lo que hoy se llama “La Malinche”. Sus dominios no eran muy grandes pero eran tan valientes que los mexicanos nunca los pudieron vencer y fueron los que terminaron venciéndolos.

Los españoles como Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo nos han dejado testimonios de su paso por el territorio de los tlaxcaltecas y como se hicieron aliados. Ahora bien, los demás historiadores siguen a estos dos personajes pero también siguen sus errores evidentes por no decir mentiras. En efecto, si no se piensa en la veracidad de los hechos y se siguen opiniones ciegamente se llega a narrativas inverosímiles.

Es inverosímil lo que cuentan tanto Cortés como Díaz del Castillo cuando pelearon contra los tlaxcaltecas. El consejo de los cuatro partes en que estaba dividido el reino de este pueblo ya habían decido darles guerra a los españoles. Únicamente recordemos que tenían al mismo Dios de la guerra que los aztecas pero lo llamaban Camaxtle y tenían las mismas fuerzas especiales, caballeros ocelote y águilas. Con todo su poderío los mexicanos nunca pudieron vencerlos pero ni de lejos.

Es necesario hacer una revisión detallada, razonable y cuando sea posible comprobable.

Es entendible que quienes estuvieran en tierras extrañas con personas extrañas sintieran miedo o temor extraordinarios y que solo su fortaleza los hiciera salir del trance pero no se puede aceptar que después de pasado el omento sigan sosteniendo sus visiones increíbles como verdades y estos es lo que les pasó a los dos españoles como a los que los siguieron. En lo que ahora es México, los españoles no pasaron de 1,000. Aquí va lo que narra William H. Prescott con base en lo que escribieron Cortés y Díaz del Castillo:

“Los indios sostuvieron el campo por un rato con valor, y luego se retiraron precipitadamente, pero no en desorden.[1] Los españoles, cuya sangre estaba enardecida por el encuentro, continuaron su victoria con más celo que prudencia, permitiendo que el astuto enemigo los condujese a una estrecha cañada o desfiladero, interceptado por un pequeño arroyo, cuyo quebrado terreno era muy desfavorable para la artillería. Avanzando con el fin de salir de esta peligrosa posición, y al voltear un ángulo del camino, vieron un numeroso ejército cerrando la garganta del valle, y extendiéndose sobre las llanuras que le seguían. A los asombrados ojos de Cortés parecieron cien mil hombres, siendo así que ningún cálculo los estima en más de treinta mil. [2].

Después de una escaramuza y ya entrando en plena batalla, esto dicen los españoles que pasó y perdónenme pero me parece más como si los españoles fueran la “Liga de la justicia” o un milagro bíblico donde van acomodando los hechos:

Arrollado el enemigo por la caballería, y despedazado por las herraduras de su fogosos corceles, gradualmente comenzó a ceder el campo. En todo este terrible encuentro, los indios aliados fueron de gran servicio a los españoles. Se arrojaban al agua, acometiendo a sus adversarios con la desesperación de hombres que conocían “que su única seguridad estaba en la poca esperanza que alimentaba de salvarse”.[3] “No veo sino la muerte para nosotros –dijo un jefe cempoalteca a Marina -; nunca conseguiremos pasar vivos.” “El Dios de los cristianos está con nosotros  -contestó la intrépida mujer-, y él nos conducirá salvos y seguros.”[4]

En el estruendo del combate se escuchaba la voz de Cortés alentando a sus soldados. “Si sucumbimos ahora-exclamaba -, la cruz de Cristo nunca podrá plantarse en el país. Adelante, camaradas. ¿Cuándo se ha oído que un castellano vuelva la espalda al enemigo?.[5] Animados los españoles con las palabras y heroica conducta de su general, después de desesperados esfuerzos lograron al fin forzar un paso por entre las espesas columnas del enemigo y salir del desfiladero a un extenso llano.”

Si después de leer esto no sonríe uno por lo inverosímil y se da uno plena cuenta de estar leyendo hechos inexactos que por desgracia no podremos saber cómo realmente ocurrieron por obvias razones, estaremos manteniéndonos en la adolescencia. Se ve clara la intención ideología de hacer pasar como superior lo europeo donde se incrusta lo español. La superioridad de la que se jactan es ilusoria. Con únicamente rodearlos en un terreno que conocían perfectamente, los tlaxcaltecas a los españoles; estos hubieran servido para el sacrificio sin ninguna duda. Está muy lejos de decirse la última palabra verdadera en este tópico.  


Prescott, H. William. Historia de la Conquista de México
México, 2000. Porrúa. Colección “Sepan cuantos…”. Pág. 199, 200




[1] “Una gentil contienda”, dice Gómara, hablando de esta escaramuza. Crónica, cap. 46.
[2] “Rel. seg” de Cortés, en Lorenzana, pág. 51. Según Gómara (Crónica, cap. 46), el enemigo contaba ochenta mil hombres, y lo mismo dice Ixtlixóchitl.  (Hist. Chich., MS cap. 83.1) Bernal Díaz asegura que eran más de cuarenta mil (Historia de la conquista, cap. 63); pero Herrera (Historia general, déc. 2. Lib. 4, cap. 20) reducen el número a treinta mil. Sería tan fácil contar las hojas de un bosque como las confusas filas de los bárbaros. Como este solo era uno de los varios ejércitos mantenidos por los tlaxcaltecas, la suma menor de las sobredichas es probablemente excesiva, pues toda la población del Estado, según Clavigero, quien probablemente no había de reducirla a menos de la que realmente era, no excedía de medio millón. Stor. Del Messico, tomo I, pág. 156.
[3] “Una illis fuit spes salutis, desperasse de salute.” (“Su única esperanza de salvación fue precisamente haber desesperado de ella.”) [MC] P. Mártir de Angleria, De Orbe Novo, déc. V. cap. I. Esta dicho esto con la energía clásica de Tácito.  
[4] “Respondióle Marina, que no tuviere miedo, porque el Dios de los cristianos, que es muy poderoso, y los quería mucho, los sacaría de peligro.” Herrera, Historia general. déc. 2. Lib. 6. Cap. 5
[5] Ibíd., ubi supra.


jueves, 11 de octubre de 2018

32 ESTRAGO DELAS VIRUELAS. MUERTE DE CUITLAHUATZIN Y DEL PRÍNCIPE MAXIXCATZIN. ELECCIÓN DEL REY CUAUHTEMOTZIN



32 ESTRAGO DELAS VIRUELAS. MUERTE DE CUITLAHUATZIN Y DEL PRÍNCIPE MAXIXCATZIN. ELECCIÓN DEL REY CUAUHTEMOTZIN

Como en anteriores notas digo que los historiadores ponen a los españoles como los personajes más importantes sin serlo en el sentido de número y de valor; cada uno debe ir tratando de darse cuenta que los naturales fueron de vital importancia para la derrota de los mexicanos y que fueron diversos los factores que los hicieron caer. Como en lo que hoy, llamamos México los pobladores no habían padecido algunas enfermedades no habían generado anticuerpos para combatir estas enfermedades traídas de Europa.  En concreto está el caso de la viruela. Va el texto de Francisco Javier Clavijero al respecto.

Las victorias de los españoles y la multitud de aliados que tenían a su devoción engrandecieron de tal suerte su nombre y conciliaron a Cortés tan grande autoridad en la tierra, que él era el árbitro de las diferencias que ocurrían, y el que daba o confirmaba la investidura de los señoríos que vacaban, como se vio en el de Cholula y en el de Ocotelolco en Tlaxcala, vacantes uno y otro por muerte ocasionada de las viruelas.

Este terrible azote del género humano, ignorado hasta entonces en aquel Nuevo Mundo, lo llevó consigo un negro esclavo de Narváez; contagiáronse con su comunicación los cempoaltecas y de allí se propagó el mal por todo el imperio mexicano con indecible daño de aquellas naciones. Perecieron muchos millares de hombres y quedaron algunos lugares despoblados. Aquellos cuya complexión prevaleció a la violencia del mal se levantaron tan estragados y con tan profundos vestigios del veneno en los rostros, que causaban espanto a los demás.

Entre los estragos que causó esa nueva enfermedad fue muy sensible a los mexicanos la pérdida de su rey Cuitlahutzin a los tres o cuatro meses de reinado, y a los tlaxcaltecas y españoles la del príncipe Maxixcatzin. Los mexicanos eligieron en lugar de Cuitlahuatzin a su sobrino Cuauhtemotzin, porque ya no vivía hermano alguno de los pasados reyes. Era joven de 25 años y de mucho espíritu, y aunque por poca edad poco práctico en la guerra, llevó adelante las providencias militares de su antecesor. Tomó por mujer y reina a su prima Tecuichpotzin, viuda del rey Cuitlahuatzin e hija de Moctezuma.

La muerte de Maxixcatzin fue de gravísimo sentimiento para Cortés, así por la estrecha amistad con que se habían unido sus ánimos, como porque a su influjo se debía principalmente la buena armonía entre los españoles y tlaxcaltecas. Por lo cual, después de haber asegurado el camino de Veracruz y de haber enviado a la corte de España al capitán Ordaz con una relación muy cumplida de todo lo sucedido hasta entonces, y al capitán Ávila a la isla de Santo Domingo a solicitar nuevos socorros para la conquista de México, partió de Tepeyac para Tlaxcala, y entró en aquella ciudad vestida de luto y haciendo otras demostraciones de dolor por la muerte del príncipe su amigo.

Dio, a instancias de los mismos tlaxcaltecas y en nombre del rey católico, el señorío vacante de Ocotelolco, uno, como ya hemos dicho, de los cuatro principales de aquella república, a un hijo del difunto, niño de solo doce años, que en el bautismo se nombró don Juan de Maxixcatzin[1] quedando el nombre del padre por sobrenombre del hijo  y de toda su ilustre posteridad; y por hacer alguna mayor distinción en atención a su padre, lo armó caballero al uso de Castilla.


Clavijero, Francisco Javier. Historia antigua de México.

México. 2009. Editorial Porrúa. Colección “Sepan Cuantos…”. Págs. 531, 532



[1] Solís dice que se llamó don Lorenzo, pero este fue el nombre de su padre. El del hijo fue don Juan, como consta en Torquemada.



sábado, 6 de octubre de 2018

20.- LA TERRIBLE DERROTA DE LOS ESPAÑOLES EN LA NOCHE TRISTE.



20.- LA TERRIBLE DERROTA DE LOS ESPAÑOLES EN LA NOCHE TRISTE.

La caída de Tenochtitlan es una parte de la historia que los mexicanos debemos conocer en lo más posible y, a detalle para poder construir una mejor visión de nuestros antepasados y, así poder construir el presente y futuro. Ahora bien, los historiadores han narrado los hechos como si únicamente los españoles con sus fuerzas e inteligencia hubieran podido conquistar el imperio mexica. La verdad está en las propias palabras de Hernán Cortes y Bernal Díaz del Castillo como los que estuvieron en los hechos y demás historiadores que con imparcialidad han estudiado la historia de la conquista de México. En realidad los españoles no llegaban a mil antes de la marcha hacia Tenochtitlan; así lo testifica Cortés y la primera ocasión en que fue a la capital del imperio no fue con españoles exclusivamente sino con una gran cantidad de tlaxcaltecas, cholultecas entre otros aliados; sin estos hubiera sido imposible que hubieran podido sobrevivir rodeados de los más temibles guerreros   entre los que se encontraban los guerreros ocelote y águilas; las fuerzas especiales del ejército mexicano. Claro, los españoles escriben de tal manera que quieren ser recordados como gigantes entre todos los guerreros y no hay que dudar de su valor pero si de sus palabras y buscar la verdad de manera imparcial. Después de haber leído distintas versiones, incluyendo las de Cortes y Bernal Díaz, me parece transcribir la versión de Francisco Javier Clavijero por su mayor objetividad en los hechos; sin embargo, narra los hechos muchas veces poniendo a los españoles como si fueran los únicos personajes en los hechos cuando no fue así. Va el texto:

Inicio:

“Ordenó su marcha en el mayor silencio de la noche, cuya oscuridad se había hecho mayor con un nublado, y cuya molestia y peligro se agravaba con la lluvia. Dio la vanguardia el invicto Sandoval con otros capitales, 200 infantes y 20 caballos. En el cuerpo del ejército iban los prisioneros, la gente de servicio, el bagaje y el mismo Cortés con 5 caballos y 100 infantes para acudir con prontitud a donde hubiese mayor necesidad. La retaguardia se encargó al capitán Pedro de Alvarado con el resto de españoles. Las tropas auxiliares de Tlaxcala, Cholula y Cempoala, que eran más de 7,000 hombres, se repartieron en las tres partes del ejército; e invocando la protección del cielo, comenzaron a pasar por la calle de Tlacopan.

Pasó la mayor parte con felicidad el primer canal o acequia con la ayuda del puente que llevaban, sin más resistencia que la poca que hicieron los centinelas que guardaban aquel lugar, pero advertidos los sacerdotes que velaban los templos, tocaron el arma y excitaron con sus bocinas al pueblo. En un momento se vieron los españoles por tierra y por agua de un número extraordinario de enemigos que con su misma multitud y desorden se embarcaban en el ataque. Fue muy sangriento el combate en el segundo canal, extremo el peligro y extraordinarios los esfuerzos de los españoles por salvarse.

La oscuridad de la noche, el estrépito de las armas, los clamores e imprecaciones de los combatientes, los gemidos de los prisioneros y los ayes de los moribundos formaban un conjunto de lastima y de horror. Aquí se oye la voz de un soldado que implora el socorro de sus compañeros, y allí de otro que en los últimos alientos de su vida pide a Dios misericordia. Todo es confusión, gritos, heridas y muerte. Cortés,  cumpliendo con todas las obligaciones de un buen general, acude con suma intrepidez a todas partes, pasando y repasando a nado los canales, alentando a los unos, socorriendo a los otros y dando a las reliquias de su ejército todo el orden que permitían las circunstancias, no sin gravísimo riesgo de ser muerto o hecho prisionero.

El segundo canal se cegó de tal suerte con los cadáveres, que sobre ellos pasaron los que habían quedado de la retaguardia; Alvarado, que la mandaba, se halló tan apretado en el tercer canal, que no pudiendo contrarrestar el furor de los enemigos, ni echarse a nado sin ser muerto, fijó, según dicen, su lanza en el fondo del canal y sus brazos en el cuento de la lanza, y dando un extraordinario impuso a su cuerpo, se puso de un salto de la otra parte del canal. Acción que siempre se celebró como un prodigio de agilidad y que dio a aquel lugar el nombre que hasta hoy conserva de Salto de Alvarado.[1]

La pérdida de los mexicanos en esta noche no pudo menos de ser muy considerable. De los españoles hablan, como en otros cálculos, con mucha variedad de autores.[2] Lo más cierto (según dice Gómara, que muestra haberlo averiguado con mayor diligencia) es que murieron sobre 450 españoles, más 4,000 hombres de tropas auxiliares, y entre ellos, según dice Cortés, todos los cholultecas; murieron también todos o casi todos[3] los prisioneros y toda la gente de servicio y 46 caballos, y se perdió casi toda la riqueza adquirida, toda la artillería y todos los papeles pertenecientes a la Real Hacienda y a la Historia de lo acaecido hasta aquel tiempo a los españoles.

Entre los españoles, que faltaron, los de más consideración fueron los capitanes Juan Velázquez de León, persona principal e íntimo amigo de Cortés, amador de Lariz, Francisco de Morla y Francisco de Saucedo, hombres todos de mucho valor y mérito. Entre los prisioneros pereció el desgraciado rey Cacamatzin[4] un hijo y una hija del difunto rey Moctezuma. Acompañó a estas princesas en su desgracia doña Elvira, hija del príncipe Maxixcatzin. No pudo el esforzado corazón de Cortés contener a vista de tanta calamidad el llanto a sus ojos. Sentóse en una piedra cerca de Popotla, población cercana a Tlacopan, no tanto por respirar la fatiga cuanto por llorar la pérdida de sus amigos y compañeros; pero sirvióle de consuelo en su aflicción el ver vivos a sus más esforzados capitanes: Sandoval, Alvarado, Olid, Ordaz, Ávila y Lugo; a sus intérpretes Aguilar y doña Marina, y a su ingeniero Martín López, en quienes principalmente libraba entonces la reparación de su honor y la conquista de México.”

Fin del epígrafe.

Nota: Me parece que, el grueso de tlaxcaltecas y demás aliados fueron la muralla que logró contener a los mexicanos para que no fueran exterminados los españoles; sin este blindaje y ayuda con la que contaron los españoles estos hubieran sido borrados. No se trata de quitarles méritos a los españoles pero creo sinceramente que no se pondera la gran ayuda de los aliados de lso españoles y enemigos de los mexicanos.






 Clavijero, Francisco Javier. Historia antigua de México. 
México. 2009. Editorial Porrua. Colección "Sepan Cuantos...". Páginas. 514, 515 y 516.



[1] Bernal Díaz se burla de los que creían este salto y dice que era absolutamente imposible, atendida la profundidad y anchura del canal, pero lo dan por cierto los demás historiadores y lo autoriza la tradición.
[2] Cortés dice que murieron 150 españoles; pero disminuyó por particular motivo el número, o lo erraron los copistas. Bernal Díaz cuenta 870 españoles muertos; pero en este número comprende no solamente los que faltaron esta noche, sino también los que perecieron en los días siguientes hasta entrar a Tlaxcala. Solís no cuenta más de 200 y Torquemada 290. En el número de los que faltaron de las tropas auxiliares convienen con Gómara, Herrera, Torquemada y Betancourt. Solís dice solamente que fueron más de mil tlaxcaltecas; lo cual ni concuerda con el cálculo de Cortes, que cuenta más de 2,000 aliados, ni con el de los demás historiadores.
[3] Cortés dice que murieron todos los prisioneros; pero de este número se debe exceptuar Cuicuitzcatzin, que estaba preso como consta de esta relación de Cortés, aunque ignoramos el tiempo y causa de su prisión, y no murió esa noche, como después veremos.
[4] Torquemada afirma como cosa bien averiguada que pocos días después de preso Cacamatzin le hizo Cortés dar garrote en la prisión.  Cortés, Bernal Díaz, Betancourt y otros dicen que murió con los demás prisioneros en la Noche Triste.

viernes, 28 de septiembre de 2018

MEXICAS Y ESPARTANOS




Los pueblos antiguos tuvieron que volverse guerreros para poder vivir, convivir y sobrevivir entre tantos peligros. Los valores que tuvieron que adoptar los hacia particulares entre los demás. Era la mentalidad los que los hacia distinguirse en primera instancia y después, la práctica los marcaba.

Los espartanos adoptaron como virtudes la fuerza para volverse guerreros de elite. Fueron los primeros en Europa que profesionalizaron su ejército. Los guerreros desde los siete años eran puestos a disposición del Estado para ser educados en la guerra, volviéndolos gradualmente los mejores entre los mejores. Su disciplina los llevo a ser considerados los mejores guerreros del mundo conocido y lo demostraron, con tan aproximadamente 7,300 guerreros, en las Termopilas, al detener a los persas durante días a un ejército de alrededor de 200,000 soldados comandados por Jerjes.

Los únicos que podían sobresalir y obtener una lápida en el panteón lo eran las mujeres que morían de parto y los guerreros muertos en combate. Creían que se morir por el Estado era la gloria máxima.

Por su parte los mexicas tenían los mismos valores. Los jóvenes eran puestos a disposición del Estado mexica para que se educaran en diversas artes y, para la guerra. La única forma de que un macegual podía escalar en la pirámide social era sobresaliendo en batalla.

Entre los mexicas también el Estado se encargaba de su educación en todas las artes y en la guerra. Su educación era muy rígida para inculcarles las virtudes de valor, de decir la verdad, de sacrificio y todas las virtudes que fueran menester para la grandeza del Estado.

La única forma de que las mujeres mexicas fueran canonizadas era si morían de parto; se volvían divinas y sus cuerpos eran deseados al punto de tratar de robárselos o mutilarlos para adquirir sus poderes. Los guerreros se robaban el dedo corazón de la mano izquierda para ponerlo en la rodela y con ello creían poder ganar en combate.

Los guerreros solo podían ir al cielo si morían en batalla o muertos en sacrificio por los enemigos. Se imaginaban una especie de edén donde había arboledas, bosques y las ofrendas que les obsequiaban los vivos, donde los guerreros moraban y después de cuatro años de viajar con el Sol se tornaban pájaros de diversas clases y volvían al mundo material.

Los mexicas en menos de 200 años habían conquistado todo el centro de lo que hoy, es México hasta llegar de mar a mar y hasta Guatemala. Dos pueblos unidos por las virtudes, disciplina.



sábado, 22 de septiembre de 2018

43. EL TEATRO MEXICANO



43. EL TEATRO MEXICANO

No solamente usaban los mexicanos de la poesía lírica, sino también de la dramática. El teatro en que representaban estas piezas era un terraplén cuadrado en la plaza del mercado, o en el atrio inferior de algún tiempo, de una altura competente para que los actores fuesen vistos de todo el pueblo. El que había en la plaza de Tlatelolco era, según dice Cortes, de cal y canto, de 30 pasos de largo por cada banda y de 5 de alto. Boturini dice que las comedias mexicanas eran excelentes, y que entre otras piezas de que se componía su curioso museo, tenía dos dramas sobre las apariciones de la Madre de Dios al neófito Juan Diego, de singular delicadeza y dulzura en sus expresiones.

Yo no he podido ver pieza alguna de esta especie para formarme juicio de su arte; pero no puedo creer  que fuesen dignas de los elogios que les da el citado autor. Más digna de fe y más conforme al carácter de aquellas naciones es la descripción que hace de su teatro y representaciones nos dejó el P. Acosta[1] haciendo mención  de que las que se hacían en Cholula en la gran fiesta del dios Quetzalcóatl. “Había –dice- en el patio de ese templo un pequeño teatro  de 30 pies en cuadro curiosamente encalado, el cual enramaban y aderezaban para aquel día con toda la policía posible, cercándolo todo de arcos hechos de flores y plumería, colgando a trechos muchos pájaros, conejos[2] y otras cosas apacibles, donde después de haber comido se juntaba toda la gente. Salían los representantes y hacían entremeses, haciéndose sordos; arromadizos, cojos, ciegos y mancos, viniendo a pedir sanidad al ídolo; los sordos respondiendo adefesios, los arromadizos tosiendo y los cojos cojeando decían sus miserias y quejas, con lo que hacían reír grandemente al pueblo. Otros salían en nombre de las sabandijas; unos venían como escarabajos y otros como sapos y otros como lagartijas, etc.; y encontrándose allí referían sus oficios, volviendo cada uno por si, tocaban algunas flautillas de que gustaban sumamente oyentes, porque eran muy ingeniosos; fingían asimismo muchas mariposas y pájaros de muy diversos colores, sacando vestidos a los muchachos del templo en aquellas formas; los cuales, subiendo en una arboleda que allí plantaban, los sacerdotes del templo les disparaban con cerbatanas, donde había en defensa de los unos y ofensa de los otros graciosos dichos con que entretenían a los circunstantes, lo cual concluido hacían un baile con todos estos personajes y se concluía la fiesta y esto acostumbraban hacer en las más principales fiestas.”

Esta descripción del P. Acosta nos presenta una viva imagen de las primeras escenas de los griegos. Es muy verosímil que si hubiera durado algún siglo más el imperio mexicano, hubiera reducido a mejor forma su teatro, del mismo modo que se perfeccionó el de los griegos. Los primeros religiosos que anunciaron el Evangelio a aquellas gentes, viéndolas tan apasionadas por el canto y la poesía y reconociendo que las composiciones de la antigüedad estaban llenas de superstición, compusieron en mexicano muchos cánticos en alabanza del verdadero Dios y sus santos. El laborioso franciscano Sahagún publicó en México  con el título de Psalmadia 365 canticos para todos los días del año, llenos de los más santos y dulces sentimientos de religión, en un mexicano puro y elegante,[3] y los mismos mexicanos compusieron muchos en honra del verdadero Dios. Hicieron también aquellos celosos franciscanos varias representaciones dramáticas de los misterios de la religión cristiana. Entre otras fue muy celebrado un auto del Juicio universal, que compuso el infatigable misionero Andrés de Olmos e hizo representar en mexicano en la iglesia de Tlatelolco con asistencias del primer virrey, del primer arzobispo de la capital y de un inmenso concurso de nobleza y pueblo mexicano.

Clavijero, Francisco Javier. Historia Antigua de México.  
México. 2009. Editorial Porrúa. Colección “Sepan Cuantos…”. Páginas: 342, 343


[1] Historia natural y moral de las Indias, lib. 5, cap. 29.
[2] Usan hasta hoy los indios en muchas partes este género de enramadas vestidas de muchas especies de flores, frutas y animales. Las que vi poner en Ximiltepec, capital de la provincia de Xicayan, para la procesión del Corpus, han sido las cosas más bellas y curiosas que en mi vida he visto.
[3] El Doctor Eguiara y Eguren se lamenta en su Biblioteca mexicana de no haber podido hallar un ejemplar de la Psalmadia de Sahagún; yo vi uno en la biblioteca del Colegio de San Javier de Puebla. Esta obra, según parece la especie que conservo, se imprimió el año de 1540.

martes, 18 de septiembre de 2018

DE LA MANERA Y PERSONA DEL GRAN MONTEZUMA, Y DE CUÁN GRANDE SEÑOR ERA



CAPITULO XCI

DE LA MANERA Y PERSONA DEL GRAN MONTEZUMA, Y DE CUÁN GRANDE SEÑOR ERA

Era el gran Montezuma de edad hasta cuarenta años y de buena estatura y bien proporcionado, y ceceño, y pocas carnes, y el color ni muy moreno, sino propio color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas y bien puestas y ralas, y el rostro algo largo y alegre, y los ojos de buena manera, y mostraba en su persona, en el mirar, por un cabo amor y cuando era menester gravedad; era muy pulido y limpio, bañábase cada día una vez a la tarde[1]; tenía muchas mujeres por amigas, hijas de señores; puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas eran tan secretamente que no le alcanzaban a saber sino alguno de los que le servían. Era muy limpio de sodomías; las mantas o ropas que se ponía un día, no se las ponía sino de tres a cuatro días; tenía sobre doscientos principales de su guarda en otras salas junto a la suya, y éstos no para que hablasen todos con él, sino cúal y cúal, y cuando le iban a hablar se habían de quitar las mantas ricas y ponerse otras de poca valía, mas habían  de ser limpias, y habían de entrar  descalzos y los ojos bajos, puestos tierra, y no mirarle a la cara, y con tres reverencias que le hacían y le decían en ellas: “Señor, mi señor, mi gran señor” primero que a él llegasen, y desde que le daban relación a lo que iban, con pocas palabras les despachaban; no le volvían las espaldas al despedirse de él, sino la cara y ojos bajos, en tierra, hacia donde estaba, y no vueltas las espaldas hasta que salían de la sala. 

Días del Castillo, Bernal. Historia Verdadera de la Conquista Nueva España. Tomo I.
México 1979. Editorial Promexa Editores. Páginas 181, 182.


[1] Tachado en el original: cerca del Ave María

domingo, 16 de septiembre de 2018

DE LOS OFICIOS MECÁNICOS QUE LOS INDIOS (SIC) HAN APRENDIDO DE LOS ESPAÑOLES, Y DE LOS QUE ELLOS DE ANTES SABÍAN



CAPÍTULO 13

391 DE LOS OFICIOS MECÁNICOS QUE LOS INDIOS (SIC) HAN APRENDIDO DE LOS ESPAÑOLES, Y DE LOS QUE ELLOS DE ANTES SABÍAN

392. En los oficios mecánicos, así los que de antes sabían los indios tenían, como los que de nuevo han aprendido de los españoles, se han perfeccionado mucho; porque han salido grandes pintores después que vinieron las muestras y imágenes de Flandes y de Italia que los españoles han traído, de los cuales han venido a esta tierra muy ricas piezas, porque a donde hay oro y plata todo viene; en especial los pintores de México , porque allí va a parar todo lo bueno que a esta tierra viene; y de antes no sabían pintar sino una flor o un pájaro, o una labor; y si pintaban un hombre o un caballo, era muy mal entallado; ahora hacen buenas imágenes. Aprendieron también a batir oro, porque un batidor de oro que pasó a esta Nueva España, aunque quiso esconder su oficio de los indios, no pudo, porque ellos miraron todas las particularidades del oficio y contaron los golpes que daba con el martillo, y como volvía y revolvía el molde, y antes que pasase un año sacaron oro batido. Han salido algunos que hacen guadamaciles[1] buenos, hurtado el oficio al maestro, sin él se los querer mostrar, aunque tuvieron harto trabajo en dar la color dorado y plateado. Han sacado también buenas campanas y de buen sonido; éste fue uno de los oficios con que mejor han salido. Para ser buenos plateros no les falta otra cosa sino la herramienta, que no la tienen; pero una piedra sobre otra hacen una taza llana y un plato; mas para fundir una pieza y hacerla de vaciado, hacen ventaja a los plateros de España, ´porque funden un pájaro que se le anda la lengua y la cabeza y las alas; y pies y vacían un mono u otro monstruo que se le anda a la cabeza, lengua, pies y manos; y en las manos pónenle unos trebejuelos que parece que bailan con ellos; y lo que más es, que sacan una pieza la mitad de oro y la mitad de plata, y vacían un pece con todas sus escamas la una de oro y la otra de plata.

393. Han aprendido a curtir corambres, a hacer fuelles de herreros, y son buenos zapateros, que hacen zapatos y servillas,[2] borceguíes y pantuflos, chapines de mujeres, y todo lo demás que se hace en España; este oficio comenzó en Michoacán, porque allí se curten los buenos cueros de venado.

394. Hacen todo lo que es menester para una silla jineta[3] bastos y fustes, coraza y sobrecoraza; verdad es que el fuste[4] no le acertaban hacer, y como un sillero tuviese el fuste a la puerta, un indio esperó a que el sillero se entrase a comer, y hurtóle el fuste para sacar otro por él, y luego otro día a la misma hora estando el sillero comiendo, tornóle a poner el fuste en su lugar; y desde a seis o siete días vino el indio vendiendo fustes por las calles, y fue a casa del sillero y dijóle si le quería comprar de aquellos fustes, de lo cual creo yo peso a el sillero, porque en sabiendo un oficio los indios, luego abajan los españoles los precios, porque  como no hay más de un oficial de cada uno, venden como quieren, y para esto ha sido gran matador la habilidad y buen ingenio de los indios.

395. Hay indios herreros y tejedores, y canteros, y carpinteros y entalladores; y el oficio que mejor han tomado y con que mejor han salido ha sido sastres, porque hacen unas calzas, y un jubón y sayo, y capa, de manera que se lo mandan, tan bien como en Castilla, y todas las otras ropas que no tienen número de hechuras; porque nunca hacen sino mudar trajes y buscar invenciones nuevas.[5] También hacen guantes y calzas de aguja de seda, y bonetillos de seda, y también son bordadores razonables. Labran bandurrias, vihuelas[6] y arpas, y en ellas mil labores y lazos. Sillas de caderas han hecho tantas que las casas de los españoles están llenas. Hacen también flautas muy buenas. En México estaba un reconciliado, y como traía sambenito, viendo los indios que era nuevo traje de ropa, pensó uno que los españoles usaban aquella ropa por devoción en cuaresma, y luego fuese a su casa y hizo sus sambenitos muy bien hechos y pintados; sale por México a vender su ropa entre los españoles y decía en lengua de indios: ticouazne quibenito,[7] que quiere decir: ¿quieres comprar sambenito?. Fue la cosa tan reída por toda la tierra, que creo que allegó a España, y en México quedó como refrán: “Ti que quis Benito”.[8]




[1] Guadanacil: piel fina o cabritilla adobada en que están estampadas con prensa figuras y labores.
[2] Servillas: especie de calzado, reducido a unas zapatillas de cordobán con suela delgada.
[3] Se distinguía montar a la jineta y montar a la brida. En la jineta los frenos eran recogidos y los estribos cortos; en la brida, los estribos eran largos y el caballero parecía estar de pie. CF. Cervantes de Salazar, México en 1554 y Túmulo Imperial, pagina 90, nota 57. No parece Motolinia haga la distinción, sino que se refiere a la silla de montar en general.  
[4] Fuste: cada una de las piezas de madera que tiene la silla de caballo, pero por extensión se da este nombre a toda silla, y en este sentido se usa aquí la palabra.
[5] La frase parece indicar que los indios sastres, quienes continuamente mudan las formas de trajes y buscan nuevas invenciones. El autor, sin embargo, se refiere a los españoles  clientes de esos sastres, y la confusión proviene de que el compilador de la Historia resumió mal la frase al omitir parte de ella. Cf. Memoriales, I, cap. 60, donde se lee: “…que estas (las ropas) entre los españoles no tienen numero ni medida”.
[6] Sobre la habilidad de los indios en hacer vihuelas, véase la interesante anécdota que cuenta fray Bartolomé de Las Casas, relativa a un esclavo que vio en la plaza de México. Cf. Apologética, cap. 63.
[7] Así en MS. En el escorial se dice: “ticobaz nequi Benito” en tanto que en Memoriales (I, cap. 60) se lee “ticohuaznequi benito”, que es la más correcta.
[8] Cf. Oviedo, Historia general. En edición de la Academia, es III, pág. 301-2, donde el autor relata esta anécdota.