El
filósofo no puede estar lejos de las grandes tragedias, de los grandes dolores ni
ser indiferente ante el propio drama de su existencia, de su vida. Quiera o no
debe alimentarse constantemente de todos ese duro alimento, aun a costa de su
propio sufrimiento, de su vida misma aun estando en pleno desierto, en el ojo
del huracán. Tiene que dar cuenta de la vitalidad y no de la academia. Sus
palabras deben ser portadoras de vida dinámica no de conceptos vacíos.
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