Este
esquema de control en el cónclave, sobre los cardenales, tiene toda la forma rígida
del dogma teológico que aleja de toda
mirada exterior lo que se cocina en la elección del próximo Papa. Es evidente
que no existe democracia en el sentido estricto sino bloques de intereses que
se polarizan hacia dentro y se presentan como unidad hacia el exterior. Quizá
crean los teólogos que los feligreses y demás personas no son dignas de conocer
el sistema electivo o quizá escondan cosas inconfesables. Como institución la
iglesia católica está a cientos de años de la realidad actual. Y, eso no va a
cambiar. Todo el conservadurismo se ciñe sobre esta elección. Ni una sola cosa
progresista saldrá de esta reunión.
En este contexto los cardenales buscan en el cónclave un "hombre justo", para elegir el nuevo Papa. Prometen, se obligan y juran sobre los restos del verbo. Sabemos lo que ello significa pero ellos y nosotros callamos. Entre lobos rapaces nunca lo lograran. Harán una farsa y cuando salga el humo blanco, este anunciará que todo está podrido, que todo está perdido sin remedio en el ámbito de la fe. Solo queda un jugoso negocio para amar. La unión de la Tierra y el Cielo ha sido desgarrada por los guardianes de la fe. La delicada lluvia de actos humanos de naturaleza inconfesable gravita inexorablemente sobre sus consciencias día y noche. Metafísicos jugándose el puesto del Gran Banquero para no llenar ni uno solo de los vacíos materiales ni el vacío espiritual.
No
importa si reconocen o no su responsabilidad. El centro se ha perdido ha mucho.
Navegamos perdidos en el infinito sin hallar puerto seguro. Sin descanso como judíos
errantes bajo cielos siempre más amenazantes. En todo momento se tiene ansia
ineludible por seguir está loca carrera sin saber el destino final. El Universo
se ha rajado con horrible ruido, dejándonos sordos,
divorciados irremediablemente con el verbo. Todo se vuelve infinito. Todo se vuelve un
fin. ¿Alguna vez hubo un horizonte?, ¿un fin?.
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