Mucho
se ha dicho sobre la naturaleza del ser del mexicano y se ha creído en la
existencia de un determinismo rígido en todo ello. No hay tal. El pueblo azteca
tenía muchas cosas que hoy todavía vemos como monstruosas por imposición ideológica.
La visión parcial de los vencedores en la caída de ese imperio. Hay que recordar
que un millar de aventureros no habría podido derrotar a los aztecas de manera
alguna sin la ayuda y alianza de los tlaxcaltecas primero y la ayuda forzada, si
se quiere, de los demás pueblos que tenían sometidos los aztecas bajo su
imperio. En este punto ni los siguientes me detendré por simple ocio, remito a
las obras de aquellos que han escrito sobre esto y lo subsiguiente.
Es
sabido que en el imperio azteca existían pocos delitos por la aplicación dura, quizá
en exceso, a la manera de los chinos de hoy, del derecho penal. Era tal el
orden basado en la moral y el Derecho que los españoles mismos, se sorprendieron
de ello y no dejaron d ponderar bien tal sistema de gobierno.
Desde
antes de conocerse el continente americano ya había disputas entre los
aventureros que pretendían adentrase en el mismo (Diego Velázquez y Cortés). En
plena conquista hubo más discordias. No bien hubo caído la gran Tenochtitlan y
los pleitos por el poder salieron a flote. A modo de remedio los reyes de España
enviaron virreyes que en muchas ocasiones tuvieron desencuentros con el poder
de los conquistadores, con los hijos de estos, con los encomenderos, con la
iglesia y la Real Audiencia. Mientras
los reyes españoles tele gobernaban la Nueva España no se dieron cuenta de que
estaban creando un monstruo que iba a recorrer los caminos no oficiales en la
vida de la Colonia.
Con
las Leyes de Indias se trató de proteger a los pueblos conquistados de la ambición
de los españoles pero, expertos en la corrupción acuñaron el lema “Se acta pero
no se cumple”, y con ello lograron amasar grandes extensiones de tierras y
lograr pingues ganancias. La corrupción había llegado para quedarse. Para los
españoles llamados criollos no había lugar en la administración, es decir, en el
poder público. Toda la Colonia se puede ver como un agitado periodo donde se
incubo y se maduró la cultura nefasta de la corrupción. Si se quería lograr un
puesto público se podía comprar un título nobiliario, si se quería acceder a
tierras o encomiendas no había más que soltar dinero para ello. La Colonia,
para los que podían ingresar a esta maquinaria social aceitada por la corrupción,
podía ser un buen negocio.
Ahora
bien, desde entonces, el Estado, en sus diferentes estadios nunca logró dar
respuesta a los reclamos y necesidades de los gobernados por vías legales e
institucionales y no hubo necesidad ya que la corrupción en todo momento facilitó
que la sociedad funcionara.
Juárez en la medida de lo posible trató de dar
solución a todo ello sometiendo la actuación de los funcionarios al imperio de
la Ley. Díaz hábilmente, sometió al pueblo mexicano a la tiranía con el
pretexto de que no podía el pueblo gobernarse por sí mismo.
La
revolución mexicana trató de crear un estado de Derecho y el partido oficial y único
maquillo la tiranía de democracia. Es decir que durante todos estos periodos no
se lograron cauces legales e institucionales que respondieran a los postulados democráticos
ni a las necesidades de los ciudadanos. Por lo que solo quedaba la vía de la corrupción.
Y, resultó que los gobernantes se dieron rápida cuenta de que estaban sentados
en montañas de oro e institucionalizaron la corrupción como un medio de hacerse
inmensamente ricos. La ambición y su método se habían implantado en el Estado
moderno.
Con
la alternancia en el poder se creyó se podía partir hacia una sociedad en busca
del Estado de Derecho y aminorar la corrupción. El resultado fueron dos dosis
de sendos gobiernos corruptos sin límite.
El
actual Estado mexicano y su correspondiente gobierno están inmersos desde antes
de tomar el poder en francas denuncias de corrupción. Por ende, será incapaz no
solo aminorar o acotar la corrupción sino que decididamente se le ve como
promotor muy activo de gobernar sin dar cuentas claras de su administración. Hasta
ahora, cada gobierno manifiesta que gobierna con transparencia y no bien sale,
se destapan todas las cloacas de corrupción y no hay poder que pueda contener
ello.
Mientras
los políticos, gobernantes, funcionarios públicos y clase rica no se sometan al
imperio de la ley no habrá forma de que la nación mexicana y por ende, el Estado
mexicano pueda instalarse entre los Estados democráticos.
Ahora
bien, es claro que el Estado tiene el deber y el poder de acotar la corrupción pero
si hiciera eso (sin importar el partido en el gobierno) terminaría con la
jugosa tradición de hacer ricos a los funcionarios en turno. Los gobernantes realmente
tendrían que trabajar y en caso de no cumplir o de cometer delitos afrontar las
consecuencias legales. Cosa que hasta ahora es una utopía grosera y ofensiva
para los mexicanos. En este contexto, la sociedad civil tendrá forzosamente que
seguir luchando por implantar la democracia en el Estado mexicano cuidando el
rubro de la corrupción. Mientras son se abran las vías legales e institucionales
por las cuales los ciudadanos puedan conseguir sus metas personales dentro del
marco de Derecho y el gobierno en turno siga siendo corrupto y un obstáculo para
todos tipo de libertades los mexicanos seguirán transitando por una naturaleza
impuesta por las circunstancias.
El
mexicano no es, más que otro de los ciudadanos del mundo. Ni bueno ni malo por
naturaleza. Basta con ponerlo en un contexto diferente para que desarrolle
todas sus capacidades que son más o menos las mismas que las de los demás humanos.
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