En
algunos momentos de la historia humana las religiones han servido para encausar
y aun domesticar al ser humano con efectos benéficos. Sin embargo, en México la
religión católica desde sus inicios tuvo como fin primario quitarles lo
belicosos a los pueblos prehispánicos. Desde su llegada los españoles creyeron
ver un mundo infernal. Hasta los mejores soldados y el propio Cortés al
ingresar al santuario de Huitzilopochtli se sintieron sobrecogidos al ver las
calaveras, los cueros humanos y la sangre derramada ante ese Dios. Vieron
inmediatamente que era necesario volver mansos a esos pueblos guerreros. Se
tuvo la imperiosa necesidad de torcer las teologías nativas para implantarles
el cristianismo como medicina contra sus “idolatrías”.
Los
sacerdotes tampoco lograron comprender la vida de los nativos y se encargaron
de domesticarlos a través de la “palabra divina”. Se les hacia una
monstruosidad hallar politeísmo fecundo y vital así que los españoles
implantaron el monoteísmo espantoso llamado cristianismo. Así, los pueblos
fuertes, creativos, vitales fueron tornados y tornándose fantasmas de su esencia
tanto subjetiva como objetiva. El resultado fue un tipo despreciado y
despreciable no solo por los conquistadores sino por el mundo. Y, a eso le
llamaron civilización.
Cinco
siglos no han bastado para hacer volver ese espíritu de fuerza vital, de
creatividad del mundo más que en contadas ocasiones. La mayoría de la masa
mexicana está destinada a ser y a vivir en la adolescencia. Ser cristiano
significa ya renunciar a la vida misma y quedarse con las migajas que los
teólogos de toda clase tiran al viento.
No
hay forma de tornar razonables a los cristianos dogmáticos, es inútil querer
dialogar razonablemente con fantasmas diluidos entre cuentos infantiles que les
resultan más creíbles que la verdad. El monoteísmo no puede ser más que una
cárcel sin salida. Más, si ese monoteísmo es una visión torcida de la vida todo
se torna tempestad gris, vida agria, los ojos de basilisco se multiplican,
afean tanto la vida que la hacen ver la vida como despreciable. El
politeísmo practicado por los pueblos prehispánicos los hacia prolíficos, ricos
en casi todos los ámbitos de la vida. Mucho me temo que el mexicano de hoy es
una pálida sombra de sus antepasados prehispánicos y una mala copia oscura de
los españoles. Eso sí, gustosamente siguen heredando y royendo ese hueso duro
de roer llamado pomposamente la única religión verdadera. Tal desfachatez es
inaceptable.
Ahora
bien, esa religión ha sido usada para mantener sometida a la nación mexicana.
Ningún método ha sido más eficaz para someter a los mexicanos que la religión.
Ni siquiera las amenazas de muerte pueden tanto como la teología para sofocar
cualquier inquietud de libertad. Juárez intentó separar el Estado laico del
Estado teológico y apenas abrió una rendija que en todo momento se ha querido
cerrar. Los políticos bien saben que mientras siga siendo religioso el pueblo
su supremacía estará asegurada. Quinientos años de envenenamiento psicológico y
practicas rituales han atado de manos a los mexicanos. Es tal el
encarcelamiento y ceguera que ni siquiera sospechan que están siendo usados por
tiranos de todo tipo. No hay una conciencia general del sometimiento a que se
les reduce Se pasó de la idolatría politeísta a la idolatría monótona del
cristianismo. El mexicano es un instrumento que tiene pocas notas y, si se es,
cristiano una sola nota y esta es falsa.
Se
ha mantenido a los mexicanos en la adolescencia, en la niñería a través de la
religión. Por eso la nación mexicana, en general, ve la vida como entre velos y
la realidad le parece falsa y la fantasía, verdadera. No quieren saber cosa
alguna sobre derechos civiles, política o ciencia. Todo es pedir a Dios hasta
lo más trivial. Es decir, se tiene una actitud pasiva en espera del milagro a diferencia
de los pueblos de acción que todo lo conquistan. Quieren los mexicanos vivir en
beatitud, aunque esta sea falsa e inexistente. Querer mostrarles la verdad es
inútil, por el momento. Eso no deja de ser peligroso ya que a pesar de sus
mentes infantiles no dejan de arremeter violentamente contra quienes usan la
razón y hay casos en que no dudan en matar en nombre de Cristo. Hubo un momento
de niñeria en que el lema era: ¡Viva Cristo Rey y Fuego!.
No
es casual que Enrique Peña Nieto y su esposa hayan ido al Vaticano a granjearse
la voluntad del nuevo Papa. Sabe muy bien que la legitimidad que no gano en las
pasadas elecciones puede ser ganada por lo menos en un palmo a través de una
visita de su santidad. Ese poder es dogmático y los mexicanos no lo discuten.
Sí señor. Bien se puede decir que este periodo sexenal se puede resumir en el
siguiente lema: “En tierra de fieles adolescentes el simulador es el rey”.
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