Si
existiera Dios alguno, omnipresente, omnipotente y bondadoso este mundo no sería
un mar de lágrimas y un matadero constante ribeteado de desgracias. Esto no
debe llevar a ser humano a despreciar el mundo sino aceptarlo con toda su cruda
realidad y afirmarse con toda su fuerza física y de voluntad. Es inútil elevar
las manos en plegarias y derramar lágrimas por un Dios inexistente y una bondad a todas
luces ausente.
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