Como
en la “Carta Robada”, de Edgar Allan Poe, que estando a la vista de todos los
que la buscaban no la veían; de esta misma manera, la mayor de las veces
tenemos los hechos y los actos frente a nuestros ojos pero somos incapaces de
verlos. Nos ha pasado esto con los “Tráileres de la Muerte”, que se pasean
macabramente por diversas ciudades de la república como si pasear a 300 o 400 cadáveres
fuera lo más normal del mundo. Al principio esto pareció una broma, un mal
chiste o una noticia falsa. Pero no, la realidad nos golpeó con toda su dureza;
era verdad. Inmediatamente se buscaron chivos expiatorios y a otra cosa
mariposa; un escándalo desplaza al otro. Responsables y culpables hay muchos y están
en el gobierno y en sus tres niveles.
Pero,
¿cómo llegamos a esto?. El desmantelamiento del Estado mexicano lo iniciaron
los priistas desde hace 34 años cuando se inició la implantación del
Neoliberalismo; se trataba de volverlo enclencle, enjuto, enfermo para poder
vender al mejor postor, a precio de chatarra, las empresas públicas. Y, lo lograron con gran efectividad. No se podía
esperar otra cosa que la delincuencia se desbordara mientras los empresarios y
gobernantes se daban un festín de rapiña de lo público. Y, entre más saqueo más
decadencia a grados inauditos.
Y,
llegó el día fatídico en que Vicente Fox Quesada ganó la presidencia. Y, llegó
el día en que traicionó al pueblo y, en lugar de democracia apuntaló la corrupción,
su corrupción personal, familiar y de amigos. Esto no fue menor porque retrasó
la caída del régimen priista y dio pie para la mayor decadencia del Estado mexicano.
La fiesta privatizadora siguió con suma alegría de priistas y panistas.
Y,
la desgracia no paró allí. Llegó el día en que priistas y panistas pactaron y ganó
Felipe Calderón Hinojosa. El Mal venia en forma presidencial. Loco rabioso
decidió que el Dios católico lo había ungido como su brazo ejecutor en la tierra
y su deber era acabar con tanto desorden y decadencia; quiso imponer “El Reino
de Dios en la Tierra”, una locura digna de su loca persona. E, inició una “Guerra
Santa”, sacando ilegalmente al ejército a las calles, montañas y valles para
convertirse en un emulo de Napoleón Triunfante por sobre el mal.
Inmediatamente
se incrementaron los muertos a todo lo largo y ancho del territorio mexicano.
Las madres y familiares elevaron su llanto y protesta. Para Felipe Calderón,
los muertos eran simple y llanamente “daños colaterales” sin importarle las
masacres ni matanzas ni que muchos fueran personas que estaban en el momento y
lugar, pata ellos, equivocados. En lugar de buscar la cordura, la verdad, Calderón,
se emborrachaba y cantaba a la manera de Nerón mientras se quemaba Roma. Por si
fuera poco se auto proclamó como el presidente de todo lo bueno y el mejor de
todos los tiempos con una legión de idólatras que lo apoyaban.
La
historia de Enrique Peña Nieto es la misma y, en su administración explotó la
brutalidad en su máximo grado pero a él, no le interesa como sus predecesores
se auto proclamó como “El Salvador de México”, mientras los ríos de sangre fluían y fluyen y
todo el territorio se convertía en un gran cementerio. Ya se va con la convicción
de ser uno de los mejores presidentes de México, psicópata.
Ahora
bien, los tráileres de la muerte son el símbolo de esa guerra sin sentido de Calderón.
Y junto con él, Peña Nieto son responsables directos de tantas muertes,
masacres y matanzas. Yo, los acuso a los dos. En esos tráileres se apilan
indignamente cientos de cadáveres, la mayoría de jóvenes. Jóvenes en la flor de
la vida. La fuerza de trabajo necesaria para la productividad y hasta para la alegría.
No otro sentido tiene la sentencia: “Juventud, divino tesoro”. Claro, para Calderón
y Peña Nieto son números, daños colaterales que no van a manchar sus impolutas administraciones.
Claro hay una visión acertada sobre sus corruptas administraciones, sus diabólicas
actuaciones.
En
efecto, los sexenios de Calderón y Peña Nieto superan cualquier horror que se
haya podido escribir o que se haya puesto en escena. Ni Vlad el Empalador ni o
Hitler se atrevieron a matar a su propio pueblo o, dejarlo en estado de indefensión.
Entre todo su perversidad eran patriotas a su manera. Fox, Calderón y Peña Nieto
son la personificación del mal, el mal encarnado en cabezas imbéciles. Psicópatas
de primer orden que se solazan en lagos de sangre. Vampiros que beben la sangre
de su propio pueblo. Estos son los responsables y culpables de tanta desgracia.
El Partido Revolucionario Institucional debe desaparecer y el Partido Acción
Nacional se le debe poner un bozal por lo menos en 50 años, esto es lo justo.
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