Entre
otras víctimas es memorable en las historias mexicanas la que en uno de los
asaltos apresaron los huexotzincas. Había en la arma Tlaxcala un famosísimo general
nombrado Tlalhuicole cuyo valor no era inferior a la asombrosa fuerza de su
brazo. La macana con que ordinariamente combatía era tan pesada, que otro
soldado de moderadas fuerzas apenas podía alzarla del suelo. Su nombre era el
terror de los enemigos de la república y todos huían del lugar donde él se
presentaba con su macana. Este, pues, en un asalto que dieron los huexotzincas
a una guardia de otomíes en el calor de la acción se metió incautamente en un
lugar pantanoso, en donde no pudiendo moverse con tanta libertad como había menester,
fue hecho prisionero y, encerrado en una fuerte jaula de madera, fue llevado a México
y presentado a Moctezuma. Este rey, que sabía apreciar el mérito de las
personas aun en sus propios enemigos, en vez de darle la muerte le concedió
generosamente la libertad de volverse a su patria; pero el arrogante
tlaxcalteca no acepto el favor, pretextando que habiendo sido cautivo, no osaba
presentarse con tan grande ignominia a sus nacionales; que quería morir como
los demás prisioneros, en honor de sus dioses, Moctezuma, viéndole tan renuente
a volver a su patria y no queriendo, por otra parte, privar al mundo de un
hombre tan célebre, lo fue entreteniendo en su corte con ánimo de ganarle la
voluntad y servirse de él en beneficio de la corona.
Entre
tanto se ofreció la guerra con el rey de Michoacán, cuya ocasión y
circunstancias ignoramos, y envió a su ejército a Tlaximaloyan que era la raya
de ambos reinos, a las órdenes de Tlalhuicole. Este general desempeño con valor
la confianza del rey, y aunque no pudo desalojar a los michoacanenses del lugar
donde se habían hecho fuertes, les hizo muchos prisioneros y les quito mucho
oro y plata y con estas ventajas volvió a México lleno de gloria. El rey le dio
las gracias y le convido de nuevo con la libertad y no aceptándola el
tlaxcalteca, le ofreció el empleo de tlacatécatl
o general del ejército, a lo cual respondió Tlalhuicole con bastante
desenfado que no quería ser traidor a su patria; que deseaba morir sacrificado,
pero pedía a su majestad que fuese en el sacrificio gladiatorio, que sería el más
honroso a su persona por ser ese el destino a los prisioneros de mérito.
Más
de tres años estuvo este celebre general cautivo en México con una de sus
mujeres que de Tlaxcala había ido a hacer vida con él; lo cual solicitaron verosímilmente
los propios mexicanos, por la esperanza de que les dejase una gloriosa
posteridad que ennobleciese con sus hazañas la corte y el reino de México. Al cabo
de los años, viendo Moctezuma la obstinación con que desechaba todos los
partidos que le ofrecía, condescendió finalmente a sus barbaros deseos y señalo
el día del sacrificio. Ocho días antes comenzaron los mexicanos a celebrarlo
con bailes y, cumplido el termino, en presencia del rey, de toda la nobleza y,
de inmenso pueblo, ataron de un pie, según rito establecido, al cautivo
tlaxcalteca al temalacatl o piedra
grande y redonda donde se hacía semejante sacrificio.
Salieron
sucesivamente a combatir con él varios hombres esforzados, de los cuales dejo, según
dicen, muertos ocho y heridos unos veinte, hasta que habiendo recibido un
fuerte golpe cayó en la tierra fuera de sí, y antes d morir lo llevaron a la
presencia del ídolo Huitzilopochtli, en donde le abrieron los sacerdotes el
pecho y le sacaron el corazón y echaron a rodar su cadáver, según la costumbre,
por las escaleras del templo. Así acabó este famoso general cuyo valor y
fidelidad a su patria lo hubieran elevado al más alto grado de heroísmo, si se
hubiera dirigido por mejores luces.
Clavijero, Francisco Javier. "Historia Antigua de México".
México, 2009. Editorial Porrúa. Colección "Sepan Cuantos...". Páginas 188 y 189.
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