viernes, 14 de septiembre de 2018

TLALHUICOLE, CELEBRE GENERAL TLAXCALTECA





Entre otras víctimas es memorable en las historias mexicanas la que en uno de los asaltos apresaron los huexotzincas. Había en la arma Tlaxcala un famosísimo general nombrado Tlalhuicole cuyo valor no era inferior a la asombrosa fuerza de su brazo. La macana con que ordinariamente combatía era tan pesada, que otro soldado de moderadas fuerzas apenas podía alzarla del suelo. Su nombre era el terror de los enemigos de la república y todos huían del lugar donde él se presentaba con su macana. Este, pues, en un asalto que dieron los huexotzincas a una guardia de otomíes en el calor de la acción se metió incautamente en un lugar pantanoso, en donde no pudiendo moverse con tanta libertad como había menester, fue hecho prisionero y, encerrado en una fuerte jaula de madera, fue llevado a México y presentado a Moctezuma. Este rey, que sabía apreciar el mérito de las personas aun en sus propios enemigos, en vez de darle la muerte le concedió generosamente la libertad de volverse a su patria; pero el arrogante tlaxcalteca no acepto el favor, pretextando que habiendo sido cautivo, no osaba presentarse con tan grande ignominia a sus nacionales; que quería morir como los demás prisioneros, en honor de sus dioses, Moctezuma, viéndole tan renuente a volver a su patria y no queriendo, por otra parte, privar al mundo de un hombre tan célebre, lo fue entreteniendo en su corte con ánimo de ganarle la voluntad y servirse de él en beneficio de la corona.

Entre tanto se ofreció la guerra con el rey de Michoacán, cuya ocasión y circunstancias ignoramos, y envió a su ejército a Tlaximaloyan que era la raya de ambos reinos, a las órdenes de Tlalhuicole. Este general desempeño con valor la confianza del rey, y aunque no pudo desalojar a los michoacanenses del lugar donde se habían hecho fuertes, les hizo muchos prisioneros y les quito mucho oro y plata y con estas ventajas volvió a México lleno de gloria. El rey le dio las gracias y le convido de nuevo con la libertad y no aceptándola el tlaxcalteca, le ofreció el empleo de tlacatécatl o general del ejército, a lo cual respondió Tlalhuicole con bastante desenfado que no quería ser traidor a su patria; que deseaba morir sacrificado, pero pedía a su majestad que fuese en el sacrificio gladiatorio, que sería el más honroso a su persona por ser ese el destino a los prisioneros de mérito.

Más de tres años estuvo este celebre general cautivo en México con una de sus mujeres que de Tlaxcala había ido a hacer vida con él; lo cual solicitaron verosímilmente los propios mexicanos, por la esperanza de que les dejase una gloriosa posteridad que ennobleciese con sus hazañas la corte y el reino de México. Al cabo de los años, viendo Moctezuma la obstinación con que desechaba todos los partidos que le ofrecía, condescendió finalmente a sus barbaros deseos y señalo el día del sacrificio. Ocho días antes comenzaron los mexicanos a celebrarlo con bailes y, cumplido el termino, en presencia del rey, de toda la nobleza y, de inmenso pueblo, ataron de un pie, según rito establecido, al cautivo tlaxcalteca al temalacatl o piedra grande y redonda donde se hacía semejante sacrificio.

Salieron sucesivamente a combatir con él varios hombres esforzados, de los cuales dejo, según dicen, muertos ocho y heridos unos veinte, hasta que habiendo recibido un fuerte golpe cayó en la tierra fuera de sí, y antes d morir lo llevaron a la presencia del ídolo Huitzilopochtli, en donde le abrieron los sacerdotes el pecho y le sacaron el corazón y echaron a rodar su cadáver, según la costumbre, por las escaleras del templo. Así acabó este famoso general cuyo valor y fidelidad a su patria lo hubieran elevado al más alto grado de heroísmo, si se hubiera dirigido por mejores luces.  



Clavijero, Francisco Javier. "Historia Antigua de México".
México, 2009. Editorial Porrúa. Colección "Sepan Cuantos...". Páginas 188 y 189.


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