sábado, 22 de septiembre de 2018

43. EL TEATRO MEXICANO



43. EL TEATRO MEXICANO

No solamente usaban los mexicanos de la poesía lírica, sino también de la dramática. El teatro en que representaban estas piezas era un terraplén cuadrado en la plaza del mercado, o en el atrio inferior de algún tiempo, de una altura competente para que los actores fuesen vistos de todo el pueblo. El que había en la plaza de Tlatelolco era, según dice Cortes, de cal y canto, de 30 pasos de largo por cada banda y de 5 de alto. Boturini dice que las comedias mexicanas eran excelentes, y que entre otras piezas de que se componía su curioso museo, tenía dos dramas sobre las apariciones de la Madre de Dios al neófito Juan Diego, de singular delicadeza y dulzura en sus expresiones.

Yo no he podido ver pieza alguna de esta especie para formarme juicio de su arte; pero no puedo creer  que fuesen dignas de los elogios que les da el citado autor. Más digna de fe y más conforme al carácter de aquellas naciones es la descripción que hace de su teatro y representaciones nos dejó el P. Acosta[1] haciendo mención  de que las que se hacían en Cholula en la gran fiesta del dios Quetzalcóatl. “Había –dice- en el patio de ese templo un pequeño teatro  de 30 pies en cuadro curiosamente encalado, el cual enramaban y aderezaban para aquel día con toda la policía posible, cercándolo todo de arcos hechos de flores y plumería, colgando a trechos muchos pájaros, conejos[2] y otras cosas apacibles, donde después de haber comido se juntaba toda la gente. Salían los representantes y hacían entremeses, haciéndose sordos; arromadizos, cojos, ciegos y mancos, viniendo a pedir sanidad al ídolo; los sordos respondiendo adefesios, los arromadizos tosiendo y los cojos cojeando decían sus miserias y quejas, con lo que hacían reír grandemente al pueblo. Otros salían en nombre de las sabandijas; unos venían como escarabajos y otros como sapos y otros como lagartijas, etc.; y encontrándose allí referían sus oficios, volviendo cada uno por si, tocaban algunas flautillas de que gustaban sumamente oyentes, porque eran muy ingeniosos; fingían asimismo muchas mariposas y pájaros de muy diversos colores, sacando vestidos a los muchachos del templo en aquellas formas; los cuales, subiendo en una arboleda que allí plantaban, los sacerdotes del templo les disparaban con cerbatanas, donde había en defensa de los unos y ofensa de los otros graciosos dichos con que entretenían a los circunstantes, lo cual concluido hacían un baile con todos estos personajes y se concluía la fiesta y esto acostumbraban hacer en las más principales fiestas.”

Esta descripción del P. Acosta nos presenta una viva imagen de las primeras escenas de los griegos. Es muy verosímil que si hubiera durado algún siglo más el imperio mexicano, hubiera reducido a mejor forma su teatro, del mismo modo que se perfeccionó el de los griegos. Los primeros religiosos que anunciaron el Evangelio a aquellas gentes, viéndolas tan apasionadas por el canto y la poesía y reconociendo que las composiciones de la antigüedad estaban llenas de superstición, compusieron en mexicano muchos cánticos en alabanza del verdadero Dios y sus santos. El laborioso franciscano Sahagún publicó en México  con el título de Psalmadia 365 canticos para todos los días del año, llenos de los más santos y dulces sentimientos de religión, en un mexicano puro y elegante,[3] y los mismos mexicanos compusieron muchos en honra del verdadero Dios. Hicieron también aquellos celosos franciscanos varias representaciones dramáticas de los misterios de la religión cristiana. Entre otras fue muy celebrado un auto del Juicio universal, que compuso el infatigable misionero Andrés de Olmos e hizo representar en mexicano en la iglesia de Tlatelolco con asistencias del primer virrey, del primer arzobispo de la capital y de un inmenso concurso de nobleza y pueblo mexicano.

Clavijero, Francisco Javier. Historia Antigua de México.  
México. 2009. Editorial Porrúa. Colección “Sepan Cuantos…”. Páginas: 342, 343


[1] Historia natural y moral de las Indias, lib. 5, cap. 29.
[2] Usan hasta hoy los indios en muchas partes este género de enramadas vestidas de muchas especies de flores, frutas y animales. Las que vi poner en Ximiltepec, capital de la provincia de Xicayan, para la procesión del Corpus, han sido las cosas más bellas y curiosas que en mi vida he visto.
[3] El Doctor Eguiara y Eguren se lamenta en su Biblioteca mexicana de no haber podido hallar un ejemplar de la Psalmadia de Sahagún; yo vi uno en la biblioteca del Colegio de San Javier de Puebla. Esta obra, según parece la especie que conservo, se imprimió el año de 1540.

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