sábado, 12 de enero de 2013

HÍPER-POST-MODERNIDAD




 Esta época como toda época presente la mayoría no la entiende, solo la padece. No sé si la fracción del pueblo que se opone al actual gobierno sepa a cabalidad la razón de su disidencia. Tampoco sé si los gobernantes y políticos sepan con toda certeza que esta primavera que anuncian es la entrada al invierno más deshumanizador que hasta ahora se haya visto. Con todo, presentir el futuro es la cosa más sobrecogedora que se pueda vivir.

La nación mexicana hasta hace unos treinta años no estaba preparada para entrar en la híper-post-modernidad. Carecía ella misma de la potencia para sumergirse en ese océano voraginoso de híper-consumismo ciego y enfrentar la vida con valor; ese mundo híper que abarca todos los rubros de su vida. Esta época llena de neurosis, de abandono, de falta de amor, solidaridad, de bien común, de búsqueda de lujos inalcanzables y por encima de todo, estadio falto de consciencia, de autodeterminación individual y colectiva. Toda la vida es impuesta por personas anónimas ávidas no de sangre sino de la vida misma.

Esta época que parece una locomotora furiosa que aumenta a capricho su velocidad y la zozobra sobre el ser humano y que cuando se cansa de tanto vértigo, igual le hace daño.  Tal parece que no hay salvación para el ser humano. Se enfrenta con una avalancha interminable cargada de ideología fría, abigarrada para la cual ya no tiene el sentido del gusto ni la razón para discriminar lo bueno y lo malo, lo benéfico y lo dañino. Es una lucha consigo mismo; pero, es una pelea que hace como el boxeador con su sombra. No logra pasar a la batalla verdadera. Se barrunta la fuerza contra el sistema de híper consumo pero ninguno deja de consumir y de alimentar al monstruo que engulle a lo mejor de las jóvenes  generaciones.

Dos visiones de vida se enfrentan; la vida consciente y la impuesta. La razón dicta que puede superar cualquier reduccionismo, la realidad refuta a la razón de manera apabullante. La vida desde esta perspectiva se ve reducida al mecanicismo más espantoso. En México se han hecho los planes de gobierno más alentadores, dicen los optimistas y los realistas así como todos los ingenuos. Este gobierno no tiene el control sobre la administración de la cosa pública, está impedido para tomar las decisiones torales y quizá ni el mismo lo sepa. Todas las leyes que se han promulgado y que se promulguen responden a la híper-post-modernidad y no a la justicia ni a la soberanía popular ni al bien común. Se ha desterrado todo humanismo de la vida, el ser humano es ya una cosa más entre la infinidad de ellas.  

Quizá no haya quienes puedan parar esta histérica locomotora que nos conduce a puertos insanos y mucho menos cambiar el rumbo. Quizá ni los revolucionarios ni los pensantes ni quienes conducen a esta máquina que parece cobrar propia vida, sin responder a ningún estímulo ni obedecer orden alguna puedan tomar un respiro y tomar consciencia de lo que debe ser la vida humana más elevada. Este sistema conducido por poderosos impulsos ciegos devora toda voluntad opositora y hace de toda singularidad uniformidad.

Tras esa bella y esperanzadora pintura que han llamado plan de gobierno y que han mostrado al pueblo con pompa festiva está el futuro sombrío de la banalidad.




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