Es
inútil que se siga sosteniendo la religiosidad como la base de la vida de los mexicanos
dado que esto nos ha llevado ya al fracaso. Ahora bien, la apertura de la
sociedad mexicana y su adhesión a la globalización ha dado como resultado una
profunda transformación de la misma. Ha quedado a tras el poder casi absoluto
cuando los sacerdotes eran los árbitros de la sociedad civil e intervenían en
todos los ámbitos que le correspondía a los tribunales civiles solucionar los
casos jurídicos. Han quedado lejos los ritos en donde en los que las personas tenían
respeto ciego a los clérigos; los viejos se les acercaban para expiar sus
culpas antes de morir, los adultos ceremoniosamente saludaban y trataban a los
sacerdotes y a los jóvenes y niños se les obligaba a hincarse y besar
humildemente la mano de los teólogos. Eran todopoderosos.
Hoy
día, tienen más fieles las televisoras o los clubes de futbol que las
religiones. Es inútil que los religiosos se rasguen las vestiduras y apelen una
vuelta al pasado y la recuperación de sus privilegios. Esos tiempos no volverán.
Entre los mexicanos se ha visto que hay dos aspectos. El primero es la
residencia de los mexicanos en la religión desde el formalismo y el segundo,
es, la falta de la práctica de los viejos valores teológicos. Resulta de esto
un divorcio ya insalvable entre lo que es la idealidad de los valores y su
ejercicio. Por un lado se tienen los valores ya vacíos de todo contenido que
por lo mismo no se practican, es decir existe una simulación. Hay un fracaso
casi total de este sistema de vida. En este periodo de transición es
fundamental definir las nuevas bases de la convivencia entre los mexicanos. No
debe seguir la sociedad mexicana con esa doble moral, por un lado se declara religiosa
pero a la hora de la práctica cotidiana abandona casi totalmente los valores
religiosos para vivir con miras a sacar aunque sea el mínimo provecho del prójimo
a cualquier costo.