Quienes
estudian a los aztecas y en general a los pueblos prehispánicos, ven en todo el
pensamiento de este pueblo puras ficciones como si los aztecas fueran los únicos
en manifestar de esta manera su más profundo pensamiento. Véase cualquier
pueblo llamado culto y se verán cielos pintados de diversas maneras, infiernos
sembrados de todos los males y toda clase de cosas que, ahora consideraríamos absurdas.
En
la mitología azteca se ve claramente una elaboración sutil, bella e intrincada de
sus aspiraciones divinas; de explicar su existencia en la tierra; su quehacer y
su fin. Toda la sangre derramada, a pesar de su terrible belleza, tiene como
fin mantener la vida en la tierra toda; porque como cualquier pueblo fuerte, creían
ser los elegidos de los dioses. ¿Qué pueblo en aras de poder y dominación no ha
creído ser el pueblo elegido de sus dioses?. Mírese a los Estados Unidos de Norteamérica,
pueblo dominante pero sustentado en la fábula, en el cuento y hasta en la
locura. “In God We Trust”, que no significa otra cosa que el deseo y practica
del poder sustentado en Dios. ¿Cuál Dios?, su muy particular Dios protestante
salpicado de teologías y dogmas afines. Sin embargo, la mitología de los Estados
Unidos de Norteamérica es insípida, vulgar, sin espíritu y muy dada al
pragmatismo simplón.
En
cambio, a la mitología azteca se debe entrar con alegría y tristeza profunda,
con la fuerza y la delicadeza de su visión del mundo, con la muerte caminando
al lado; con la ley y la moral avanzando mano a mano. Allí se sentía la pureza
de la vida y su bella fragilidad. Mucho me temo que estamos muy por debajo en
todos los ámbitos de la vida respecto a los aztecas. Mírese le arte y casi todo
arte azteca transpira misterio y belleza, grandeza y espanto y mil cosa más que
están lejos de ser entendidas y sentidas, hoy.
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