El
ser humano nace con todas las carencias del mundo y debe tratar de atesorar
todo aquello que le aumente su precario ser. Ya Spinoza había declarado la conservación
del ser. Pero no solo se debe cuidar la conservación sino tratar de aumentar el
ser. Y, se debe cuidar ese tesoro con todo el celo posible. No puede ni
el dinero ni el amor ajeno aumentar ese tesoro. Es inútil aceptar ayuda o amor
cuando se está más allá del sentido moral de la vida. La vida cosa
radical y esencialmente metafísica no puede aumentarse con lo ajeno sino con lo
propio que se logra. Ahora bien, a eso le llamamos plenitud y la plenitud no
excluye los defectos y carencias, ese es el indeleble sello humano. Por todo
ello no se debe aceptar, amablemente, la ayuda “desinteresada” de quienes nos quieren
mejorar. Hasta el amor o la amistad bien intencionada puede ser dañina para el
ser. En efecto, ¿cómo podría saber lo que es bueno para nosotros el ajeno, el
extraño, el otro, así sin más?, quizá su amor o amistad no sea más que una
treta para la manipulación. Cuidado con esos que se llaman los mejores son
los peores moralmente y mucho me temo que no solo moralmente.
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