sábado, 10 de diciembre de 2016

EL BIEN Y EL MAL



No hay ninguna diferencia entre lo que se llama idolatría de los pueblos prehispánicos con el cristianismo; incluso me atrevo a decir, que nuestros antepasados eran mucho más fuertes, sinceros, saludables y honestos que nosotros.

Los aztecas tenían como el dios de la guerra a Huitzilopochtli, dios terrible hasta la maldad extrema pero también tenían a Quetzalcóatl, el dios virtuoso que enseñaba a los aztecas la moderación y en general las virtudes.

Por mi parte veo estos dos dioses solo como proyecciones de la naturaleza humana como medios que servían para enseñar la moral. Huitzilopochtli servía para sacar toda la fiereza de los guerreros y fueran terribles en las batallas. Quetzalcóatl era menester para los oficios de la vida diaria. Era la prudencia griega, la templanza romana y la virtud de los pueblos prehispánicos.

Esta religión de fuerza fue cambiada por una religión de debilidad. Los aztecas no pedían milagros, hacían lo posible lo imposible. El cristianismo enseña a pedir milagros, la pasividad y la vida en manada.

No creo en Dios alguno solo son obstáculos para la vida sana, libre de toda moralina. Tampoco creo en el Diablo como responsable de mis malas acciones; soy yo y siempre yo, el responsable de lo bueno y de lo malo. Si hace falta un Dios para ser bueno eso es señal inequívoca de estar enajenado por todo un ejército de burócratas religiosos que a toda costa quieren mantener al pueblo en la ceguera y, lo logran a las mil maravillas.


El grado de libertad, de inteligencia y cultura de los seres humanos bien puede ser medido por la falta de necesidad de creer en lo inexistente, en no dejarse engatusar con ideas sin referencia, en saber que su vida está en sus propias manos y no en la mente y acciones retorcidas de los teólogos. 


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