No
hay ninguna diferencia entre lo que se llama idolatría de los pueblos prehispánicos
con el cristianismo; incluso me atrevo a decir, que nuestros antepasados eran
mucho más fuertes, sinceros, saludables y honestos que nosotros.
Los
aztecas tenían como el dios de la guerra a Huitzilopochtli, dios terrible hasta
la maldad extrema pero también tenían a Quetzalcóatl, el dios virtuoso que
enseñaba a los aztecas la moderación y en general las virtudes.
Por
mi parte veo estos dos dioses solo como proyecciones de la naturaleza humana
como medios que servían para enseñar la moral. Huitzilopochtli servía para
sacar toda la fiereza de los guerreros y fueran terribles en las batallas. Quetzalcóatl
era menester para los oficios de la vida diaria. Era la prudencia griega, la
templanza romana y la virtud de los pueblos prehispánicos.
Esta
religión de fuerza fue cambiada por una religión de debilidad. Los aztecas no pedían
milagros, hacían lo posible lo imposible. El cristianismo enseña a pedir milagros,
la pasividad y la vida en manada.
No
creo en Dios alguno solo son obstáculos para la vida sana, libre de toda
moralina. Tampoco creo en el Diablo como responsable de mis malas acciones; soy
yo y siempre yo, el responsable de lo bueno y de lo malo. Si hace falta un Dios
para ser bueno eso es señal inequívoca de estar enajenado por todo un ejército
de burócratas religiosos que a toda costa quieren mantener al pueblo en la
ceguera y, lo logran a las mil maravillas.
El
grado de libertad, de inteligencia y cultura de los seres humanos bien puede
ser medido por la falta de necesidad de creer en lo inexistente, en no dejarse
engatusar con ideas sin referencia, en saber que su vida está en sus propias
manos y no en la mente y acciones retorcidas de los teólogos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario