domingo, 25 de diciembre de 2016

DEL DEUS SOL INVICTUS A HUITZILOPOCHTLI



Los seres humanos han tenido menester de crear símbolos para dirigir sus vidas. Los romanos fueron muy supersticiosos y les gustaba la teología como medio de expresar sus triunfos. Mezclaban sus creencias religiosas con los acontecimientos naturales.

Los dioses orientales tienen como fecha de nacimiento el 25 de diciembre pero como todos los dioses (obra humana), pasan de moda tan luego decaen los pueblos y surgen otros que heredan las características que les son dadas por sus fieles. Tal es el caso del Dios Sol invicto de los romanos que habían copiado de los sirios el culto a su dios el Sol invictus. Descaradamente, los romanos, adoptaron el culto ajeno para satisfacer su propio ego de ser un pueblo victorioso. El Sol invicto les quedaba que ni mandado a hacer.

La instauración del día 25 de diciembre como fecha de la celebración del poder del Dios Sol; así como el festejo de los generales vencedores, conquistadores sobre los demás pueblos fue entre los romanos una gran fiesta de liberalidad. Se sabe que hasta Julio Cesar tenía que soportar las más duras acusaciones e incluso injurias. Durante la celebración de su triunfo sobre las Galias, sus soldados cantaban:

“César sometió a las Galias, a César Nicomedes: aquí va hoy honrado con el triunfo, César que sometió a las Galias, pero no así Nicomedes, que sometió a César”. [1]

Una acusación dura en aquel tiempo como ahora; se le acusaba de haber sido amante de Nicomedes, haciendo el personaje pasivo de la relación. Para un hombre de valor probado era una humillación pública que tuvo que aguantar Julio César. Sin embargo, aquí nos importa el hecho de tener la celebración del 25 de diciembre un tono harto mundano. Después de la muerte de César este, fue divinizado a pesar de todos sus hierros y excesos. “…y fue incluido entre los dioses por voluntad expresa de los senadores, que contaron, además, con el convencimiento del pueblo.” [2]

Ahora bien, durante los inicios del cristianismo se hacía (siglo II), la celebración del bautismo de Cristo durante los primeros diez días del solsticio de invierno. Del nacimiento de Cristo ni siquiera se tiene certeza ni de su existencia. Pero como toda invención teológica tal idea se arraigó rivalizando gradualmente con los dioses romanos y principalmente contra el Dios Sol invicto. La religión romana era, como todas, politeísta; tenían dioses para casi todos los actos de sus vidas. La religión cristiana surgió como monoteísta, un solo dios con toda su parafernalia. Es de notar que en algunas iglesias ortodoxas aun celebran la Navidad el siete de enero.

Fue en la época de Constantino que se trasladó la Navidad al día 25 de diciembre. La religión cristina ya se había arraigado en el imperio romano. Con la fijación del 25 de diciembre como el nacimiento de Cristo se simboliza que este es el verdadero Sol invicto y no los dioses paganos, tal y como los denominó el cristianismo. Saturno, el Sol o Apolo fueron sustituidos por Cristo. Pura y mera ideología teológica para la dominación de los decadentes romanos y demás pueblos. Caída la gran Roma la mayoría siguió el mismo destino. El cristianismo pasaba de perseguido a dominador y perseguidor.

Es revelador como la vida ha estado regida por supersticiones e invenciones de los propios seres humanos. Se vive bajo el engaño teológico en detrimento de las mayorías y en beneficio de las élites que dominan en lo político como en lo religioso a pesar de sus evidentes contradicciones. Eso queda plasmado con el aforismo que se le atribuye a Séneca: “La religión es vista por la gente común como verdadera, por los sabios como falsa y por los gobernantes como útil”. Se tienen los dos tipos de conocimiento, la doxa (opinión vulgar) y la episteme (conocimiento demostrable, científico) y el utilitarismo en beneficio de los políticos.

Entre los pueblos prehispánicos y en especial los aztecas se tenía amplio conocimiento de las estaciones del año, es decir, de la astronomía. Para los aztecas la religión era fundamental para sus vidas. Es imposible separar lo religioso de lo civil. Era un imperio teocrático. Tenían como a su principal dios a Huitzilopochtli, el dios de la guerra.

El Sol moría el 20 de diciembre de cada año y se iba al Mictlán (lugar de los muertos). El solsticio de invierno, 21 de diciembre celebraban al niño Sol, es decir, el nacimiento del Sol simbolizado por Huitzilopochtli que era caracterizado por un colibrí. El 24 de diciembre el nuevo sol surgía del sur, de Malinalco, hoy en el estado de México, entre rituales y danzas de alegría. Esto calzaba bien para los españoles que traían el festejo de la Navidad de la religión cristiana. Pero se debía hacer olvidar este Dios pagano, según los cristianos, por el verdadero Sol, Cristo.

Y, como los seres humanos se acostumbran a todo, menos a no comer, según nos lo cuenta Dostoyevski, los aztecas, a punta de espada, adoctrinamiento y el Santo Oficio, fueron convertidos a la verdadera religión, la cristiana. En resumen que seguimos viviendo de mitos. Se implanta un mito y, a conveniencia ideológica y de la política se cambia por otro para seguir sometiendo a los pueblos ignorantes que creen las religiones verdaderas y los políticos las ven útiles para sus propósitos.

Por mi parte coincido con lo dicho por Séneca y es imposible quitarles la religión a los pueblos; estos, son capaces de matar en nombre de los dioses mientras los políticos hacen pactos fuera del peligro de que se derrame su sangre, en general es sangre de los ingenuos fanatizados. Pero en el contexto mexicano solo es posible pedir y trabajar para que los mexicanos, en la medida de lo posible, separen lo religioso de lo civil y puedan ver estados dos ideas de manera clara y distinta.

Como estudiante de filosofía y devoto de la ciencia no me apasiona el drama humano; así ha sido y así será per saecula saeculorum hasta que este mundo se haga trizas. Otra cosa es mi humanismo y el ser humano como integrante de un Estado.  





[1] Suetonio. Vida de los doce Césares.
España. 1995. Ed. Gredos. Pág. 70.
[2] Suetonio. Vida de los doce Césares.
España. 1995. Ed. Gredos. Pág. 108.


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