La
contrarrevolución iniciada por los gobiernos priistas y panistas, con la implementación
del Neoliberalismo, no podía darse de una manera rápida ni total ni en la Constitución
General ni de facto. Por ello fue menester implementar toda una estrategia de
reformas privatizadoras desde las leyes secundarias con todo el disimulo
posible e ir privatizando por etapas graduales para no despertar al “México
bronco”, y lo lograron con buen éxito.
La
revolución mexicana de 1910 tenía como fines, la independencia económica, energética,
darles a los campesinos la tierra, a los obreros, sueldos y derechos justos,
justicia derecha para el pueblo, seguridad pública, salud pública, educación gratuita
tener el Estado mexicano la propiedad del territorio nacional y la rectoría de
la economía. Todo ello no se logró plenamente pero estaba en marcha con todos
sus defectos.
Con
las reformas estructurales de Peña Nieto todo esto se ha revertido para que la nación
mexicana quede sin ningún derecho y, a merced de las trasnacionales porque no
sirve el gobierno siquiera como árbitro justo. El Estado mexicano está ya al
servicio de las trasnacionales, verdaderas gobernantes, dueñas y poseedoras de
todos los bienes y servicios básicos para la vida.
Enrique
Peña Nieto es el contrarrevolucionario mexicano por excelencia, apoyado por el
PAN y el PRD que ha superado a Santana en la venta de México y, emulo de
Victoriano Huerta por su sanguinaria política contra el pueblo mexicano.
Es
indudable que, más de treinta años de adoctrinamiento neoliberal en el
consumismo ha dejado al pueblo mexicano listo para la pasividad. Por lo
general, al saberse enferma una persona, la misma vaya al médico a tratarse el
mal sin dilación alguna. La corrupción, el cáncer en la política y la economía,
son bien conocidos, están bien diagnosticados pero es asombroso ver como el
pueblo padece con todo estoicismo este mal sin tratar de curarlo. Se lo impide
la alianza del mal gobierno con la iglesia católica. El primero impone el
terror a través de la violencia institucionalizada, la segunda el terror divino
a través de las visiones del infierno y con mantener en la ignorancia a los
fieles.
El
pueblo ignora que no hace falta una revolución armada sino la acción política ciudadana
a través del ejercicio de su híper libertad y derechos civiles y humanos ya
alcanzados y puestos en peligros por el gobierno y las trasnacionales. Es
posible limitar al mínimo la corrupción gubernamental y privada de las
trasnacionales; así como sus abusos. Hace falta una revolución de ideas en
mancuerna con la práctica diaria de los derechos rectores de una vida democrática:
justicia derecha, castigos ejemplares a los funcionarios, gobernantes y políticos
corruptos, y límites a la rapiña de las trasnacionales.
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