"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero de
todas las experiencias vacías que existen, hay que reconocer que es una de las
mejores."
El sexo no es una experiencia vacía, tiene sus efectos
benéficos tanto en lo físico como en lo mental. El romanticismo y la religión
vaciaron fatalmente al sexo de su contenido y fuerza vital y lo llenaron de
amor moralino. Soterradamente se considera
al sexo en su práctica material como una conducta pecaminosa, una cosa sucia,
vulgar, un pecado en sí. Y, sin embargo, hasta ahora, es la forma común de que
el ser humano sea procreado. Esta práctica
natural y placentera ha sido envilecida por la moral cristiana.
Por otro lado, se puede apreciar que no hay congruencia
en lo dicho moralmente. Tan es así que se ve clara la contradicción en la
jerarquización de “experiencias vacías”, diciendo que “es una de la mejores”. ¿Cuáles
serán las otras experiencias vacías de la misma jerarquía que el sexo?. Quizá
fue por falso pudor que se dice una de las mejores y no la mejor. El principio
de no contradicción puesto en vigor por Parménides hace esto evidente: No puede
ser y no ser al mismo tiempo. ¿Cómo puede ser experiencia vacía y a la vez ser
mejor que otras experiencias vacías?. Para ser mejor debe tener por lo menos el
mínimo contenido positivo que la haga, a pesar de su supuesta vacuidad, mejor que otras
experiencias vacías y entre ellas una de las mejores. Ahora bien, ni por el
empirismo el sexo es una experiencia vacía ya que deja una impresión o idea ni
por sus efectos es vacía ya que deja una satisfacción psicológica y un desahogo
natural en lo físico. Solo los muy moralistas tratando de quedar bien ante los
ojos de otros moralistas pueden hablar de manera semejante. Aceptar la
sexualidad como cosa inherente y natural a los seres humanos es muestra de
salud mental y falsas concepciones.
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