Es
cierto que todavía el presidente de la república mexicana tiene incontables
facultades, tanto en la Constitución General como en las leyes secundarias, lo
que le dio la importancia en el Estado moderno mexicano por tanto tiempo, al
punto de ser el motor en todo lo público que se derivaba incluso a lo privado. En
la política era el motor para que toda la maquinaria se pusiera en movimiento a
su entera voluntad; esto iba de la mano con las designaciones en los puestos políticos
pues, ponía a Ministros de la Suprema Corte de Justicia, Senadores, diputados
federales y locales, gobernadores, presidentes municipales y todos aquellos
funcionarios de todos los niveles y en los tres ámbitos de gobierno. Por si
esto fuera poco gobernaba a través de un regente el extinto Distrito Federal.
En
o económico el presidente tenía bajo su mando la rectoría de la economía controlando
todas las empresas estatales y los monopolios oficiales que eran la columna
vertebral de la economía como Petróleos Mexicanos (Pemex), Ferrocarriles
Nacionales (Ferronales), Teléfonos de México (Telmex), la Comisión Federal de Electricidad
(CFE), Luz y Fuerza del Centro (LyFC) así como las facultades extraordinarias
que le concede el artículo 131 de la Carta Magna por nombrar algunos de ellos.
Esto le significaba todo el poder que se pueda uno imaginar para llegar a ser
casi casi un faraón.
Por
si esto fuera poco, tenía facultades meta constitucionales, era el jefe del
partido único de Estado con lo que su poder se agrandaba pues podía designar a
su sucesor para irse a vivir sin ningún pendiente. Por seis años era el todopoderoso que movía a su voluntad la política,
la economía, la justicia, lo administrativo, en fin todo lo público y privado
en sus más variados ámbitos.
Desde
la década de los ochentas del siglo pasado se fue imponiendo el modelo
Neoliberal y, por consecuencia, el Estado mexicano se fue deshaciendo de la
gran mayoría de las empresas que tenía bajo su control hasta quedar enteco, sin
fuerzas pues ni siquiera el dinero que ganó sirvió para su fortalecimiento sino
todo lo contrario. De esta manera perdió el sumo poder de su facultad en lo económico.
En
lo político, surgieron partidos políticos y junto con la sociedad mexicana
fueron mermando el poder político del presidente con la perdida de
gubernaturas, la mayoría del Congreso General, la mayoría en Congresos Locales,
municipios de gran valía política y el corazón político de México, el Distrito
Federal a manos de la oposición. De esta manera perdió el sumo poder de su
facultad política.
Por
otro lado, dejó de ser el líder absoluto del partido único de Estado con lo que
su poder se vio mermado y con esto su poder general y particular derivó en un
poder ordinario ya no era el todopoderosos en lo económico, político ni administrativo.
El Presidencialismo mexicano estaba condenado a desaparecer y desapareció con
las reformas llamadas estructurales que no son otra cosa que la privatización de
todo lo público que aún quedaba. El propio presidente le dio el tiro de gracia
al Presidencialismo.
La
corrupción también fue un factor que hizo de la figura presidencial perdiera u
otra aura de omnipotencia. Los fraudes electorales y la inoperancia fáctica de
las instituciones terminaron por poner los últimos clavos al ataúd del sistema
presidencial. Nunca como ahora el presidente goza de una impopularidad tan baja
por todo lo ya señalado. Si a esto se le suma su incorregible ignorancia y por
ende, su nula capacidad de resolver no ya los problemas nacionales sino su actuación
como jefe del ejecutivo, esto nos da una idea clara de lo inservible del
Presidencialismo.
Muerto
el Presidencialismo se debe crear un nuevo Estado, el hípermoderno donde se
integren todos los actores y se fijen las reglas entre las trasnacionales y el
gobierno por un lado y el pueblo mexicano. Nuevos actores políticos, económicos
y sociales decantan en nuevas relaciones y por ende, en nuevas normas y forma
de organización social, política y económica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario