Cuando la clase política es tocada en sus
intereses o es muerto alguno de sus integrantes se protege con recursos
públicos, aduciendo seguridad pública o nacional, mientras que si el pueblo padece
despojos, asesinatos, masacres, desapariciones forzadas, se alega que es el
crimen organizado. No se le puede regatear ni un solo recurso a la seguridad de
los políticos pero menos al pueblo generador de esos recursos.
El Humanismo mexicano ha pugnado por la
dignidad humana mientras la política ha impuesto esa calidad humana solo a la
casta divina. Los muertos por violencia u otras circunstancias indeseables, de cualquier
estrato social y de cualquier persona deben verse como una desgracia. Han sido
los políticos quienes han corrompido al gobierno mexicano hasta el lodazal más inmundo.
Ahora que, sufren las consecuencias de su propio mal no dudan en decretar
duelos sin ton ni son y gastar millonadas en su seguridad. Para ellos sus
muertos son honorables, casi héroes, mientras los muertos del pueblo son solo números,
estadísticas que exaltar, para maquillar, para lucrar políticamente; son
cicatrices para el olvido.
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