Constantemente
vemos nuestros errores, nuestras limitaciones y torpezas pero, necesitamos
cargar nuestro ser y para ello es menester aligerarlo; esto se logra a través de
la idealización de uno mismo. Esto lo hacemos casi en automático, sin tener
consciencia plena de ello. Esto ya lo habían notado los griegos por ello,
moldearon su conocido “Conócete a ti mismo”.
Sin
embargo, esto que parece trivial es harto difícil. No solo es menester conocerse
sino hacerlo en libertad. Ya Juan Jacobo Rousseau había visto que el ser humano
nace libre pero por todos lados se le ofrece (imponen), cadenas.
Desde
la antigüedad se ha tratado de comprender la realidad. Primero desde los mitos
(cuentos absurdos), después desde la razón filosófica, durante la Edad Media desde
la teología y hoy dese la ciencia. Así pues, en el ser humano occidental a
menudo se compone de un quinto de mitos, otro tanto de filosofía distorsionada,
otro quinto de fe teológica, otra mano de ciencia y el resto de los derivados
de estos cuatro rubros: familia, instituciones de todo tipo.
A
los seres humanos les gusta hacer juicios de lo que ve sin interiorizar. Por
ello, ve los defectos de los demás según sus prejuicios y toda su formación cincelada
por los cuatro grandes estadios que siguen en boga. No se crea que el mito ha
muerto como explicación de la vida y menos la teología. No se puede explicar la
actuación humana tan contradictoria si no se toma se cuenta que ha sido
moldeado como un verdadero Frankenstein. Un trozo de mitología, otro de teología,
uno más de ciencia, otro de filosofía con todos los condimentos emanados de
estas cuatro partes.
El
tipo Frankenstein necesita de continuo ajustes y lo logra idealizando su ser,
ocultando sus prejuicios o mejor dicho racionalizando sus prejuicios y presentándoselos,
así mismo, como lo generalmente aceptado por los otros; por la sociedad. No se
termina de entender un problema de la vida cuando ya otro llega, y así
sucesivamente.
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