La
relación que guarda el pueblo de México con sus gobernantes es anómala,
enfermiza. Los rasgos patentes de los gobernantes son inequívocos de sadismo.
Tienen la necesidad de gobernar no para gobernar de acuerdo a la democracia
sino guiados por su perversión sádica. No todos los gobernantes y políticos son
sádicos pero aun esos pocos sujetos viven dentro de un sistema político sádico.
Durante todo el periodo presidencialista, el gobierno en turno, se regodeo, con
mayor o menor intensidad, en hacer sufrir, humillar y herir al pueblo mexicano,
en todas las formas posibles; en ambos ámbitos, físico y psíquico. Aunque el gobierno manifestaba que lo hacía por el bien de todos los
mexicanos, se veía claramente que solo gobernaba en favor de los integrantes
del partido único de Estado y la clase rica. De la misma manera, el gobierno en
turno manifestaba su inclinación por la república y la democracia mientras en
la realidad afianzaba e implantaba un gobierno autoritario (otro rasgo sádico),
en contra del pueblo y fincaba un sistema político corrupto e impune. No ha
habido gobierno que confiese su sadismo pero es clara su naturaleza sádica.
En
todo momento los gobernantes (incluso Porfirio Díaz), han declarado su inclinación
hacia la libertad (otro rasgo sádico), pero han hecho todo lo contrario, mantener
al pueblo sometido por las leyes y la brutalidad de “la fuerza del Estado”, “el
uso legítimo de la fuerza del Estado”, del monopolio de la brutalidad del
Estado. Tal y como el marido sádico se justificaría por la mala vida y los
golpes que le da a “su” mujer. Es significativo que cuando el pueblo ha
intentado liberarse de este sistema corrupto y de impunidad los políticos de
todos los partidos se unen para sostener su poder sádico sobre el pueblo. Al
igual que el marido se hincan, los políticos se hincan y juran que si el pueblo
les es fiel, en lo sucesivo serán mejores, impolutos demócratas y rendirán
cuentas claras. El pueblo les cree, por lo menos los más ignorantes y los
ingenuos, y, vuelve a reanudarse la obra trágica de los mexicanos: padecer un
mal gobierno.
Del
otro lado, está el pueblo, si bien no todos los ciudadanos deben incluirse, si
la mayoría, que muestra las características masoquistas: sumisión, credulidad,
abandono de sí mismos, necesidad de ser ordenados por otros mexicanos que
tengan o parezcan tener el poder de conducirlos por la vida. Un rasgo de
sadismo es la pertenencia a un ente más poderoso que el individuo: un partido
político, una asociación religiosa, un club deportivo, una marca incluso donde
se tenga la seguridad de lo que se es, aunque lo que se sea, sea una mera
ilusión.
El
sádico a menudo cree que él es el único que sabe cómo debe conducirse la vida y
bajo esta patraña dirige su perversión hacia otro u otras personas y en el caso
de los políticos al pueblo en general. El masoquista cree a menudo en su
impotencia y en su pequeñez y esta dispuestos a dejarse conducir acríticamente en
todos los ámbitos de sus vidas. Si bien el sádico parece ser el dominante de
manera absoluta, esto no es cierto, debido a que, es tan menesteroso de esa
relación de cautiverio con su dominado. El sádico se siente perdido sin el
objeto de su dominación y sufre indeciblemente. Prácticamente y literalmente no
puede vivir. De la misma manera el masoquista tiene necesidad de esa relación
pervertida; no puede vivir sin estar ligado a su dominador, se siente perdido.
Si
damos una mirada detenida a toda la política mexicana veremos la misma película
con pequeñas variantes de esa relación sadomasoquista. No sé por qué razón los
psicólogos y psiquiatras no han hincado sus finos dientes en este
extraordinario tema. Esta relación pervertida se puede ver hoy día con una
nitidez escalofriante. La mayoría de los mexicanos anulan su verdadero e íntimo
yo para adherirse al mandato de los gobernantes y políticos, tienen menester de
líderes, guías de todo tipo para poder vivir. La otra cara de la moneda
encontramos la misma perversión en su otro aspecto. No digo que el
sadomasoquismo haya reemplazado a la política ni que esta se confunda con
aquella sino que, la política se ha visto mezclada de esta perversión.
Es
necesario que los gobernantes y políticos se libren de sus perversiones sádicas
o que por lo menos hagan su práctica en privado y no en la política. Es
imperioso que, los mexicanos nos liberemos de esa perversión masoquista (el
auto flagelo, la auto disminución del ser), para imponer una política libre de
esta desviación. Si no reconocemos que nuestra política está llena, saturada de
estas dos conductas seguiremos en la minoridad en todos los ámbitos de la vida
y dependientes de los “únicos” que saben solucionar la forma de gobernar: los
políticos. El ejercicio de la soberanía nacional por parte del pueblo exige
seres humanos libres y conscientes de sus derechos y obligaciones. El Estado de
bienestar ha sido desaparecido del mapa hasta como ideal. Es hora de la plena
independencia y esta inicia con el paso de la adolescencia a la de la mayoría de
edad sin la perversión sadomasoquista.
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