El
imperio azteca no llegó a desarrollarse en todo el esplendor que se puede
presentir que hubieran alcanzado. Sin embargo, lo que alcanzaron en todos los
rubros es un logro que hasta el día de hoy sigue impresionando a propios y
extraños. Fue su ascenso tan rápido, fulminante y extraordinario por todos
aquellos pueblos que en gran número conquistó que parece imposible que una
tribu paupérrima en tan solo cien años lograra tal proeza. Desarrollaron la
arquitectura, la escultura, el arte plumario, la poesía en todas sus variantes
con gran belleza, la prosa y aun el teatro. Tenían leyes muy rígidas, una
sociedad piramidal muy bien dirigida y bien controlada. La caída del imperio
azteca no se debe a un solo factor: la valentía de los españoles; no, se debe a
múltiples factores, la superstición sobre el regreso de Quetzalcóatl; la
superstición sobre el cometa que iluminó el cielo, la peste de viruela que
mermó grandemente a los guerreros, el alzamiento de los pueblos sometidos y la
ayuda de los tlaxcaltecas.
La
epidemia de viruela fue terrible y así la describen los historiadores. “Este
terrible azote del género humano, ignorado hasta entonces en aquel Nuevo Mundo,
lo llevó consigo un negro esclavo de Narváez; contagiáronse con su comunicación
los cempoaltecas y de allí se propagó el mal por todo el imperio mexicano con
indecible daño de aquellas naciones. Perecieron millares de hombres y quedaron
algunos lugares despoblados”. Aquellos cuya complexión prevaleció a la
violencia del mal se levantaron tan estragados y con tan profundos vestigios
del veneno en los rostros, que causaban espanto a los demás”.
“Entre
los estragos que causó esa nueva enfermedad fue muy sensible a los mexicanos la
pérdida de su rey Cuitlahuatzin a los tres o cuatro meses de reinado, y a los
tlaxcaltecas y españoles la del príncipe Maxicatzin”[1].
Este
era el ejército español. Hernán Cortés pasó revista a los dos ejércitos,
español y, al de los aliados: “Hizo después revista de su ejército y se halló
con 86 caballos, 118 entre escopeteros y ballesteros y 700 y tantos infantes de
lanza, espada y rodela; tres grandes cañones de hierro, quince menores de
cobre, diez quintales de pólvora y una gran cantidad de balas y una gran
cantidad de balas y saetas…”[2].
Así
lo narra William H. Prescott. “Componíase su fuerza de poco menos de seiscientos
hombres, de los cuales, cuarenta eran de caballería y ochenta de arcabuceros o
ballesteros. El resto estaba armado de espada y rodela, y con las picas de
puntas de cobre hechas en Chinantla. Tenía además nueve cañones de mediano calibre, y suficiente cantidad de
pólvora” [3].
Este
era el ejército de los aliados, atestiguado por el propio Cortés. “Iba en mi
compañía tanta gente de los naturales de la tierra, vasallos de nuestra
majestad, que casi cubrían los campos y sierras que podíamos alcanzar a ver. Y
de verdad había más de ciento y veinte mil hombres…”[4].
Prescott
pone en duda la cantidad del ejército aliado, sin atreverse a dar una cifra
determinada, sin tomar en cuenta los pueblos que se le van sumando a los
españoles. “Pasó también revista al ejército aliado, que con variedad lo
regulan los escritores ¡desde 110 hasta 150,000 hombres!. La notoria
exageración de estos cálculos, así como la diversidad de ellos, dan a conocer
la poca fe que merecen tales cómputos. Pero si es cierto que era muy numeroso,
pues lo componían no solo la flor de los guerreros tlaxcaltecas, sino los de
Cholula, Tepeaca y las provincias inmediatas, que habían sometídose a la corona
de Castilla”[5].
Como
estará de torcida la historia oficial que, se cree que unos cuantos españoles
pudieron conquistar el imperio azteca como si los españoles fueran unos
hércules y sus aliados unos fantasmas sin voluntad. Sin los aliados los
españoles ni siquiera hubieran sobrevivido, después de la “noche victoriosa”.
¿Quiénes los cuidaron, los curaron y alimentaron?, los grandiosos tlaxcaltecas,
que eran del mismo árbol genealógico que los aztecas y tan buenos guerreros que
nunca fueron conquistados por los mexicas, a pesar de todos los intentos que se
hicieron.
[1] Clavijero
Francisco Javier. Historia Antigua de México.
México, 2009, ed. Porrúa, colección “Sepan…Cuantos.
Pág.531
[3] Prescott,
H. William. Historia de la Conquista de México.
México, 2000, ed. Porrúa, colección “Sepan…Cuantos”.
Págs. 416.
[4] Cortés,
Hernán. Cartas de Relación.
México, 2005, ed. Porrúa, colección “Sepan…Cuantos”.
Pág. 116.
[5] Prescott,
H. William. Historia de la Conquista de México.
México, 2000, ed. Porrúa, colección “Sepan…Cuantos”.
Págs. 416, 417.
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