La
mayoría de los seres humanos se dejan llevar por los propios sistemas económicos,
políticos y sociales; por todo tipo de instituciones; sin escatimar en los
esfuerzos o sacrificios que tengan que realizar. Así, se quebranta la salud, se
sacrifica a la familia, a los amigos y hasta la vida propia en benéfico de
fines absurdos, ajenos a la vida propia y, a la vida misma. Casi en todo momento
se pone el centro de la vida fuera de ella: en la mitología; es decir en los cuentos;
en la teología, es decir en el más allá, en la técnica; es decir en los
dispositivos electrónicos, mecánicos y de todo tipo sin que se sienta el acto estúpido
como estúpido sino como “normal”.
Toda
la historia del ser humano es una domesticación más o menos duradera para que
en lapsos también más o menos amplios la humanidad se sienta “normal”,
satisfecha de su situación. Nunca se podrá ponderar cuan absurda es la vida. A
ello se han invertido y gastado la vida de los más sapientes y, aun entre ellos
muchas locuras se ve se han cometido.
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