domingo, 27 de agosto de 2017

LOS 300. LOS LACEDEMONIOS



Los lacedemonios tenían pocas virtudes en comparación con los demás griegos de otras ciudades-Estado. Se empobrecieron en el arte, en la filosofía, en la retórica y en todo aquello que los demás cultivaban y únicamente se dedicaron a la guerra. Lacedemonia era también conocida como Lacedemón o Laconia, sus habitantes espartanos eran hombres y mujeres graves, austeros, precisamente de allí proviene el término lacónico pues eran parcos en el hablar a diferencia de los demás griegos que practicaban el discurso largo. Todo estaba encaminado a  la grandeza de Esparta.

La virtud más grande que practicaron fue someterse a las leyes, incluyendo a los reyes que eran dos para que el gobierno fuera colegiado y, en caso de que alguno quisiera ser más poderoso que los estantes ciudadanos o quebrantara la ley, era expulsado o muerto. La base de tan grande Estado fue el sometimiento de los ciudadanos a la ley. No sorprende la historia de los 300 espartanos encabezando a 7,000 mil lacedemonios en la Puertas Candentes (Termófilas), enfrentando al ejército de Jerjes que era más o menos de 250,000 guerreros. Hollywood ha deformado este hecho histórico, vendiéndolo como un artículo más; sin embargo, la realidad fue mucho más profunda.

Antes de iniciar la lucha Jerjes envió a sus diplomáticos, diríamos hoy, a exigir la rendición. Les parecía risible que un puñado de hombres se engallaran. La respuesta lacónica fue: “Molon labe”, (Ven por ellas). Ante esto se inició la batalla. Una y otras vez los enviados de Jerjes se estrellaron contra los lacedemonios comandados por Leónidas. El rey persa no daba crédito a lo que veía; envió como remedio a los “Los inmortales”, quienes corrieron la misma suerte. Pero como en las tragedias apareció un traidor. Nunca faltan.

Viendo Leónidas que, estaban perdidos por la traición de Efialtes, ordenó que los 7,000 se retiraran, únicamente los 300 tenían prohibida la retirada; 700 cientos tespios al mando de Demófilo, se quedaron a pelear junto con los espartanos. Leónidas había escogido personalmente a los 300 y ellos, sabían que iban a morir y el resto también.

“Espartanos, preparad el desayuno, y alimentaos bien, ¡pues esta noche cenaremos en el Hades!”, se dice que fue el último discurso de Leónidas a su guerreros y murieron sin dar marcha atrás como lo que eran espartanos.

Tiempo después, nos cuenta Heródoto, se colocó un busto de Leónidas y se honró a los 300 espartanos tallando sus nombres en el lugar de su muerte y, con ello nacía el occidente como cultura. No es menor el hecho, no es únicamente una gesta heroica sino el origen de lo que ahora somos.

El epitafio a estos hombres fue y es: “Caminante, ve y diles a los espartanos que sus hijos cayeron en cumplimiento de su ley”.

Hemos torcido el camino de muy fea manera. No podemos siquiera aspirar a ser la sombra de estos hombres. En lugar de cumplir las leyes queremos a toda costa estar por encima de las leyes y, por ende del resto de los ciudadanos. Creemos falsamente que sin nosotros la política no va a funcionar o, que sin un puesto, el más alto posible, la vida es una desgracia. Nuestra vida gira en torno a volvernos visibles a través de acumular cosas materiales y, poder presumirlas al resto para que se nos rinda pleitesía. No importa que no tengamos la preparación o ningún mérito para desempeñar un cargo público, lo queremos a toda costa y, en el momento preciso que se nos antoja.

Mi propuesta de una república amorosa es que hagamos buenas leyes y nos sujetemos a ellas de la misma manera que se sujetaban los lacedemonios o los aztecas, siempre en la austeridad y la practica constante de las virtudes o por lo menos una: la obediencia a las leyes, sin ver clases sociales.


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