Los lacedemonios tenían pocas virtudes en comparación
con los demás griegos de otras ciudades-Estado. Se empobrecieron en el arte, en
la filosofía, en la retórica y en todo aquello que los demás cultivaban y únicamente
se dedicaron a la guerra. Lacedemonia era también conocida como Lacedemón o
Laconia, sus habitantes espartanos eran hombres y mujeres graves, austeros,
precisamente de allí proviene el término lacónico pues eran parcos en el hablar
a diferencia de los demás griegos que practicaban el discurso largo. Todo
estaba encaminado a la grandeza de
Esparta.
La virtud más grande que practicaron fue
someterse a las leyes, incluyendo a los reyes que eran dos para que el gobierno
fuera colegiado y, en caso de que alguno quisiera ser más poderoso que los
estantes ciudadanos o quebrantara la ley, era expulsado o muerto. La base de
tan grande Estado fue el sometimiento de los ciudadanos a la ley. No sorprende
la historia de los 300 espartanos encabezando a 7,000 mil lacedemonios en la
Puertas Candentes (Termófilas), enfrentando al ejército de Jerjes que era más o
menos de 250,000 guerreros. Hollywood ha deformado este hecho histórico, vendiéndolo
como un artículo más; sin embargo, la realidad fue mucho más profunda.
Antes de iniciar la lucha Jerjes envió a sus diplomáticos,
diríamos hoy, a exigir la rendición. Les parecía risible que un puñado de
hombres se engallaran. La respuesta lacónica fue: “Molon labe”, (Ven por
ellas). Ante esto se inició la batalla. Una y otras vez los enviados de Jerjes
se estrellaron contra los lacedemonios comandados por Leónidas. El rey persa no
daba crédito a lo que veía; envió como remedio a los “Los inmortales”, quienes corrieron
la misma suerte. Pero como en las tragedias apareció un traidor. Nunca faltan.
Viendo Leónidas que, estaban perdidos por la traición
de Efialtes, ordenó que los 7,000 se retiraran, únicamente los 300 tenían
prohibida la retirada; 700 cientos tespios al mando de Demófilo, se quedaron a
pelear junto con los espartanos. Leónidas había escogido personalmente a los
300 y ellos, sabían que iban a morir y el resto también.
“Espartanos, preparad el desayuno, y alimentaos
bien, ¡pues esta noche cenaremos en el Hades!”, se dice que fue el último discurso
de Leónidas a su guerreros y murieron sin dar marcha atrás como lo que eran
espartanos.
Tiempo después, nos cuenta Heródoto, se colocó un
busto de Leónidas y se honró a los 300 espartanos tallando sus nombres en el
lugar de su muerte y, con ello nacía el occidente como cultura. No es menor el
hecho, no es únicamente una gesta heroica sino el origen de lo que ahora somos.
El epitafio a estos hombres fue y es: “Caminante,
ve y diles a los espartanos que sus hijos cayeron en cumplimiento de su ley”.
Hemos torcido el camino de muy fea manera. No
podemos siquiera aspirar a ser la sombra de estos hombres. En lugar de cumplir
las leyes queremos a toda costa estar por encima de las leyes y, por ende del
resto de los ciudadanos. Creemos falsamente que sin nosotros la política no va
a funcionar o, que sin un puesto, el más alto posible, la vida es una
desgracia. Nuestra vida gira en torno a volvernos visibles a través de acumular
cosas materiales y, poder presumirlas al resto para que se nos rinda pleitesía.
No importa que no tengamos la preparación o ningún mérito para desempeñar un
cargo público, lo queremos a toda costa y, en el momento preciso que se nos
antoja.
Mi propuesta de una república amorosa es que
hagamos buenas leyes y nos sujetemos a ellas de la misma manera que se
sujetaban los lacedemonios o los aztecas, siempre en la austeridad y la
practica constante de las virtudes o por lo menos una: la obediencia a las
leyes, sin ver clases sociales.
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