El
Presidencialismo fue una institución no expresa pero si forjada en las leyes
tanto constitucionales como las leyes ordinarias. La Constitución General le
daba al presidente muchas más facultades que a los titulares de los dos
restantes órganos, legislativo y judicial, con ello se logró someter a estos últimos
al primero.
El
titular del ejecutivo federal era el supremo jefe político pues nombraba Ministros
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Gobernadores, al Regente del
distrito Federal, Senadores, diputados
locales y federales, presidentes municipales y todos los funcionarios de
primeros niveles y tenía bajo su mando las elecciones de todo tipo.
En
lo económico al tener el Estado mexicano la rectoría de la economía el
presidente tenía bajo su mando todo lo que se refería a este rubro con facultades
extraordinarias en determinados casos. Prácticamente el presidente era el
Gerente General de México pues el Estado mexicano tenía una enorme cantidad de
empresas que eran el motor de la economía. Las facultades constitucionales le permitían
el presidente de la república dirigir la economía bajo su más estricta dirección;
aun el sector privado estaba sujeto a la voluntad presidencial.
Por
si esto fuera poco; tenía facultades meta constitucionales, era el jefe del
Partido Revolucionario Institucional y elegía a sus sucesor con lo que conseguía
dos importantes fines: continuar la dictadura del partido de Estado y su propia
seguridad.
Ahora
bien, el presidente ha perdido ambas facultades constitucionales de ser el Gran
Elector, sirviendo el sistema electoral como mera puesta de apariencias de
democracia; también ha perdido las facultades sobre la economía aunque detenta todavía
facultades extraordinarias pero, ya mandan las trasnacionales, el mercado
libre. Por otra parte ya no es el jefe de su partido político con lo que se ve
mermado su poderío quedando ya como un actor más de la política. En efecto, al no tener ya esas facultades
constitucionales de Gran elector y de motor de la economía el Presidencialismo
ha quedado sin vigencia por más que se quiera.
No
está en la voluntad del presidente, de su partido ni de la voluntad de la nación
mexicano seguir con esta vieja y nociva institución dictatorial y totalitaria.
Finalmente hay que reconocer que la globalización y en especial la apertura económica,
es decir, el Neoliberalismo dio en el corazón del Presidencialismo al empujarlo
a abrir el Estado mexicano a la economía de mercado.
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