Es
muy común que se sobrevalué a los abogados litigantes. Eso tiene su base en el éxito
con que pueden defender los derechos sobre los bienes de las personas o la
libertad de las mismas. En realidad no hay mucho honor ni de que enorgullecerse
en la práctica del Derecho. Por lo general, los abogados litigantes no sabemos más
allá de dos o tres ramas del Derecho y eso, ya es decir mucho. Si bien el
ejercicio de la abogacía ha tenido intentos y avances en contra de la corrupción
está aún existe.
La
práctica jurídica es dogmática. Los abogados no aportamos un ápice de
conocimiento verdadero o significativo, aunque con el ejercicio se obligue a
crear tesis y jurisprudencia. Este no es el fin del abogado sino ganar y la creación
de las tesis y jurisprudencia son derivados del ejercicio que elaboran los
tribunales en las condiciones de ley.
El
abogado solo se inserta en el sistema. Los legisladores, el presidente y demás órganos
crean las leyes, los jueces imparten justicia, las universidades enseñan los
dogmas y todo está preparado para el ejercicio del Derecho. Se aprende el marco
jurídico general (Constitución), las leyes secundarias, la jurisprudencia y la aplicación
de las leyes de forma dogmática y el éxito depende también de las relaciones,
de las dádivas, del trato cortés y se acabó el misterio y glamour.
Si
los abogados quisiéramos, en verdad, conocer el Derecho, y, aportar alguna
pizca de conocimiento; entonces, tendríamos estudiar Filosofía para poder poner
en tela de juicio todo el marco jurídico, hacer teorías y en primera y última
instancia poner el Derecho en beneficio de la sociedad. La mayoría de abogados
litigantes no saben un carajo de teoría todos es saber aplicar los códigos a
casos concretos; es decir, son unos zafios. Estamos en el nivel más bajo en la
calidad de conocimientos del sistema jurídico. Obreros del Derecho en envueltos
en telas de poca monta pero con un orgullo incomparable.
El
estereotipo de la necesidad de que los abogados se vistan como actores de
telenovelas y las abogadas como actrices, tiene como fin deslumbrar a los
clientes, a los funcionarios públicos y a la sociedad en general, más no la
buena práctica jurídica. Se pone por encima del ser la forma; es decir, las
apariencias sobre el conocimiento. Claro, no tengo objeción contra el
formalismo en el vestir pero, es mucho más importante, el ser del abogado, el
conocimiento consciente de las ramas del Derecho que ejercita. Sería bueno que
las apariencias tuvieran como sustento el conocimiento del Derecho. Esto no es así
y, no lo es, porque la sociedad impone un estereotipo, las universidades lo
inculcan y el individuo lo acepta gustosamente con tal de pertenecer a la ilusión
del saber.
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