En
toda la historia de los seres humanos ha existido el deseo de vida eterna y de
fama; esto era el fin para lo cual los faraones construyeron sus sepulcros bajo
las pirámides y esto se puede ver como un patrón en todas las civilizaciones
que lograron sobresalir en el arte, la arquitectura, economía, filosofía y lo
social. Toda esta época la teología aún se señoreaba sobre la filosofía y la
vida misma. El Derecho estaba en su desarrollo intermedio. Esto iba a cambiar
en el Renacimiento. Esta época tiene el sello del gran escepticismo, el cambio
de sistema económico, político; tiempo de ateísmo sin par. La teología
cristiana se iba cimbra con sus sismas producidas por el luteranismo y el
calvinismo. Pensamientos que iba a ser la base del pensamiento del ser humano
moderno. Si ya la eternidad, la vida prometida solo se podía ganar
interpretando y trabajando hasta el extremo (Lutero) o no se podía salvar el
alma se hiciera lo que se hiciera, todo estaba ya predestinado (Calvino) y solo
el éxito iba a ser el sello de estar predestinado; se debía hacer todo lo
posible por tener éxito y fama, por supuesto. El éxito, en general, en el
trabajo iba a ser el sello impreso a los seres humanos modernos.
En
Italia fue el primer lugar donde surge la fama con un nuevo tinte; si ya la
eternidad no se podía alcanzar, se tenía la fama como una especie de eternidad.
Se puede fingir o verdaderamente no ver los elementos constitutivos del actuar
de los seres humanos pero, eso no destruye en un ápice los resortes sobre los
cuales se va por la vida. El Liberalismo económico, el nacimiento y
consolidación del Estado moderno tenían la necesidad de seres totalmente
diferentes a los de la Edad Media; el feudalismo constituido por la nobleza y
los vasallos no eran ya adecuados al nuevo sistema, este, requería seres
humanos libres, ciudadanos a quienes hacerlos sujetos de derechos y
obligaciones. Y, se modelo a martillazos el nuevo ser humano, libre e indefenso
con solo sus fuerzas para poder sobrevivir. Esto trajo como consecuencia
historias de grandes obras personales (cuando se adoptó plenamente el
Liberalismo), grandes fortunas se forjaron en este contexto. Pues, bien, ese
ser humano universal nación en Italia. Dante Alighieri es su más acabada forma.
No obstante que de genios no surgieron en esta época. Ahora bien, no solo los
ricos o súper dotados intelectualmente tenían esa oportunidad sino también el pueblo llano tenía esa
posibilidad; gradualmente, ese sentimiento se iba a generalizar. La religión solo
era una máscara social. Ya, no se creía en el más allá pero se seguía
practicando los ritos religiosos.
Este
mismo sentimiento de fama ha sido el motor de la vida en occidente. En dos
actividades se puede observar en claramente, en los artistas y en los
empresarios. Ambos tienen como objetivo inherente a sus actividades la estética
(la creación de arte) y el comercio (la creación de riqueza), la consecución de
fama. Sienten como hueco, sin sentido hacer grandes obras de arte o crear
grandes imperios económicos sin el consiguiente reconocimiento. Quizá no haya
otro artista que haya definido esa necesidad de fama como Salvador Dalí: “Lo
importante es que hablen de ti, aunque sea bien”, ¿e donde se iba a depositar
en la esperanza de fama, en el más allá?, evidentemente que no, en el
reconocimiento de los otros; por ello Dalí quiere que se hable bien o mal de
él. Tenía clarísimo su papel en su tiempo, “No te empeñes en ser moderno. Por
desgracia, hagas lo que hagas, es la única cosa que no podrás evitar ser”. Su ambición nunca dejó de crecer desde que
tuvo consciencia, a los seis quería ser cocinero, a los siete, Napoleón, si
hemos de creer en sus dichos. Por los grandes empresarios hablan los Morgan,
los Dupont, los Rockefeller o cualquiera otro d la misma talla.
En
la actualidad ese mismo sentimiento, esa misma pasión comanda la vida. Los
nuevos símbolos de la fama lo son, en el arte, la casta de las estrellas de
rock y por las grandes trasnacionales; los primeros son elocuentes y viajan de
ciudad en ciudad, de escenario en escenario y son objeto de culto extremo; los
segundos, tienen un sentimiento de vergüenza o por lo menos esos parece, se han
hundido ocultado bajo el anonimato. Los dueños del gran capital, saben que
tienen el aspecto de vampiros para el resto del mundo; en consecuencia refieren
la oscuridad del anonimato. Por doquiera que van surgen sus detractores, desde
los intelectuales, hasta los más violentos. Prefieren la prudencia de tener las
fuerzas del orden bajo su voluntad para protección.
Sin
embrago, esto no deja que, la misma pasión lata en los pechos de todo el resto
del mundo; desde los empresarios menores hasta el campesino, obrero o el
estudiante modesto que apenas balbucea el abc de su ciencia. Vendrá bien
parafrasear a Arturo Schopenhauer: ¿Pensáis de veras que Robespierre o
Bonaparte o el emperador de Marruecos o los asesinos que suben al patíbulo, son
los únicos ambiciosos (de la fama) entre todos los seres humanos?. ¿No veis que
muchos harían oro tanto si pudiesen?.
Mucho
se ha cuidado el sistema vigente para no dar a conocer que la ambición es el
principal resorte de las acciones humanas; se les rodea de teología, de
solidaridad, de ciencia pura, de moralidad, de fines estéticos y de todo un
frondoso bosque para evitar ver cotidianamente la imagen de la fea ambición
desbordada. Los seres humanos terminarían por asquearse de sí mismos, el
sistema se convulsionaria peligrosamente. De la misma manera que se le engaña a
los menores con seres fantásticos, fabulosos que viajan en camello, elefante y
caballo prodigando regalos a los que se han portado bien o la existencia de un
obeso bonachón que viaja miles de kilómetros en un transporte mágico tirado por
renos fantásticos premiando la dulce inocencia, de esta misma forma se engaña a
los pueblos para que acepten un mundo de apariencias mientras el peligro corre
justo bajo sus pies. Los grandes intelectuales y los dueños del gran capital
saben esta verdad; en ambos bando, el efecto es el mismo: la infelicidad; los
primeros por saberlo y los segundos también, con el ribete de ser el motor de
esta ansiedad interminable por la fama, por lo más, en ellos, no reconocida
sino vituperada. Isaiah Berlin nos adelanta la dura pregunta y respuesta.
“¿Quién asegurará que el conocimiento es siempre compatible con la felicidad?,
conocer el mundo puede hundir a uno en la miseria…”.
Bien,
demos un salto hacia la republica de Platón para contrastar los ideales y las
exigencias reales de la vida. En sus diálogos nuestro filósofo resume la forma
de pensar, en general, de la polis griega. Cada uno debe ser lo que es, el zapatero, el
campesino, el arquitecto, el tejedor deben dedicarse exclusivamente a su oficio
o profesión y estar contentos de ser lo que son cada uno en particular. Dentro de
la polis se puede ser, fuera de ella, no. No puede sobresalir un ciudadano sin
enfrentar los peligros de la estrecha polis. El ostracismo era impensable. La
vida estaba en buena medida determinada y encaminada a desarrollarse en los causes
impuestos. Los tres estratos fijos, el pueblo, (el bronce, alma apetitiva), la plata a los guerreros (la plata, alma
fogosa) y los gobernantes (el oro, alma racional). En toda la edad Media rige
el ser humano caído, pecaminoso que tenía como tarea diaria tratar de salvar su
alma. Ha de ser menester que llegue el Renacimiento para que el ser humano se desembarace
de las ideas teológicas como regidoras de la vida y mude de la piel escamosa
que le impedía sentir y presentir su nuevo papel en la vida. El nuevo ser
humano va a ser puros dinamismo como nunca antes se había dado.
Hoy,
día se piensa completamente diferente a estas dos épocas. Por más que
consideremos una gran obra la de Platón no seguimos su filosofía. El Derecho ha
reconocido la personalidad de los ciudadanos como atributo inherente a su ser. El
liberalismo con anterioridad desnudo al humano de toda su carcasa antigua para
vestirlo con ropajes flexibles y llenarlo de un nuevo contenido. Esto no está
fuera de la vida diaria, cotidiana. A ninguna madre, padre, maestro o cualquiera
otro le aconsejara a los menores, aprendices o estudiantes ser lo que son, sin más,
sino que se le dice a cada paso a cada minuto que debe ser mas, el mejor. Ahora
bien, aquí se nos presenta una paradoja en la vida diaria. ¿Cómo es posible que
ese pensamiento se señoree en la vida diaria y se logre el resultado contrario,
es decir, la mediocridad?, la respuesta está en el Estado y en el individuo. El
primero no es capaz de proporcionar los medios mínimos generales para que los
individuos logren su pleno desarrollo; el segundo, es incapaz de elevarse por
encima de su propias limitaciones impuestas desde afuera o desde dentro.
En
todo momento, las instituciones van imbuyendo a los individuos desde la cuna,
ser más, hasta el reconocimiento en la tumba. No es un secreto que cada padre y
madre tienen la esperanza de tener hijos exitosos, famosos. Cada pequeño logro
alcanzado por los hijos es aplaudido como si un Alejandro Magno, vieran en
ellos. La jactancia de los logros académicos es, en verdad el grito callado por
que alcancen la fama. Por otro lado, está la fama propia y la fama derivada que
es otorgada por pertenecer a determinada persona o familia distinguida o rica.
¿Cómo
proceder ante esto?, como Tucídides, con gran frialdad y honradez. No se puede
evitar, del todo, ser como se es, o como lo impone esta época. Es posible tomar
otra perspectiva y otra actitud no se crea que es insalvable este entuerto ni
que, el mundo occidental no se ha encontrado en una crisis tan dura como la
actual. Claro que existe la solidaridad, la amistad, la ciencia, la filosofía y
la vida autentica que asienta sus reales en la vida misma con valores diversos
a los impuestos. Si esto no fuera así, todo, en verdad estaría perdido. Como la
vida es individualísima no es posible expedir receta alguna para la enfermedad;
cada uno debe tratar de encontrar la medicina, salida y su razón de ser.
Finalmente,
el veneno llamado éxito o fama debe ser tomado tal y como se ingiere el veneno
de las serpientes, en dosis graduales para que no resulte mortal. En todo caso
el veneno bien tratado y dosificado puede salvar vidas. De la misma manera, el éxito,
la fama bien tratados y dosificados pueden ser alicientes para la vida. Hoy día
se puede ver ese deseo de fama batallando en las redes sociales y hay, quienes
manejan excelentemente estos medios. Cinco minutos de fama no se le pueden
regatear a ninguno. ¿Qué hay de malo que “El quinto patio” de las viviendas antiguas
se haya trasladado a Facebook?. Ninguna. Salud.