Los gobernantes
y políticos mexicanos están acorralados por sus mismas acciones, omisiones, su corrupción,
su ambición desmedida, su apatía y excesos. La nación mexicana les demanda por
todos lados y desde todos los estratos sociales un saneamiento de sus conductas
ilícitas, su falta de transparencia y nula entrega de cuentas y ellos responden
con la fuerza bruta de las fuerzas policíacas sin ningún protocolo y con la clara intención de violar las garantías individuales y los derechos humanos;
sin importarles las consecuencias. Responden, además con más corrupción, con
simulaciones y en espera de un largo periodo de descanso navideño y un tímido
comienzo del siguiente año. El cambio no puede provenir de los gobernantes y políticos
sino de la sociedad organizada que renueve la República con un nuevo
constitucionalismo que no permita la corrupción, impunidad y cinismo, hoy imperantes. Se deben renovar los órganos Legislativo,
Ejecutivo y Judicial y quitarles a los gobernadores ese amplio manto de
impunidad con el que actúan. Son verdaderos sátrapas. La seguridad pública es
de primerísimo orden sin ella seguirá reinando la decadencia.
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