miércoles, 31 de diciembre de 2014

HUITZILOPOCHTLI



De entre los Dioses creados por los pueblos prehispánicos, los extranjeros tienen a Huitzilopochtli como el peor de los demonios y este, no es otro que el enemigo del Dios cristiano. No importa cuán intelectuales sean considerados estos historiadores, el resultado siempre es, el mismo: condenan al Dios de la guerra mexica. Los prejuicios cristianos van normando sus conceptos sobre una realidad que ignoran y se niegan a indagar.

Los religiosos españoles, evidentemente, cegados por el cristianismo no podían ver los mitos mexicas como una explicación de la realidad (Como si el cristianismo no fuera otro mito y todos los demás pueblos del mundo no hubieran tenido en alguna época los mitos como explicación de la vida y como si aún hoy día, los mitos no tuvieran sana vida) y, se limitaron a condenar estas “herejías”.

De Huitzilopochtli dice Fray Bernardino de Sahagún “Según los que dijeron los naturales viejos, del nacimiento, y principio del diablo que se decía Huitzilopochtli, al cual daban mucha honra y acatamiento los mexicanos, es”[1]:

Sin duda alguna, por puro prejuicio teológico los religiosos rápidamente identificaron a Huitzilopochtli (Conocido como Camaxtle en Tlaxcala), como el Diablo mismo y como el rector de todas las ”idolatrías”, de los mexicas. El nacimiento mítico de Mixitli (Otro de sus nombres), contribuyó a tomarlo como el demonio mayor.

“De este dios unos decían que era puro espíritu y otros fingían que había nacido de mujer, pero sin cooperación de varón, y referían el suceso de esta suerte. Vivía en Coatepac,…una mujer muy devota y adicta al culto de los dioses nombrada Coatlicue…Un día que según su costumbre se ocupaba de barrer el templo, vio bajar una pelota formada de diferentes plumas, tómala y guárdala en el seno con ánimo de emplear las plumas en el adorno de del altar, pero buscándola cuando acabo de barrer no pudo hallarla de lo cual quedó asombrada y mucho más reconociéndose encinta desde aquel momento”[2].

Por si esto fuera poco Huitzilopochtli mata a todos sus hermanos incluyendo a su hermana Coyolxauhqui, sin importarle nexos sanguíneos ni ruegos y lágrimas. Crueldad tal iba a ser el sello de allí en delante de este Dios y con ello tendría ganado de antemano el trono de Diablo.

Por su parte William H. Prescott, compara a Huitzilopochtli al Dios Marte de los romanos pero, se horroriza y narra las festividades mexicas.

“A la cabeza (de las festividades) de todas estaba el terrible Huitzilopochtli, el Marte mexicano, aunque es injusto comparar al heroico dios de la guerra de la antigüedad con tan sanguinario monstruo”[3].

Es evidente que Prescott no pudo distinguir la necesidad teológica y política de Huitzilopochtli en el dominio del propio pueblo mexica, por parte de la clase noble así como para la conquista de los demás pueblos que integraban lo que llamamos imperio azteca. La dura travesía y búsqueda de su lugar de asentamiento, la vida difícil y esclavitud los prepararon para la crueldad más extrema pero necesaria para sobrevivir y después dominar.

Por otro lado, los aztecas tienen en su clase noble el refinamiento en el pensamiento, en las formas y en su vida diaria, al punto de sorprender a los españoles y seguir sorprendiendo hasta la fecha actual.

Imaginemos por un momento la dureza de la vida y la forma en que lograron los mexicas librarse de la servidumbre y se tendrá una parte salvaje y cruel y por el otro el raciocinio simbolizado por Quetzalcóatl, quien no pedía ni permitía sacrificios humanos en su honor. Esta es, la ambivalencia de los pueblos prehispánicos incomprensible para los extranjeros y velada por sus prejuicios cristianos o de civilización. Sin embargo, pretender desechar o repudiar una parte de esta realidad es querer la verdad mutilada, presentar solo los muñones sangrientos de una cultura que se desarrolló bajo determinadas condiciones que los llevaron a esa crueldad.

Es sabido que los mexicas fueron cautivos de los Colhuas y en el devenir de la guerra de los segundos ofrecieron a los aztecas ir a la guerra contra los Xochimilcas y ser recompensados por sus servicios en caso de victoria. A pesar de haber servido y dado la victoria a sus captores, estos no les hicieron el reconocimiento debido, burlándose de ellos y los mexicas solo gurdaron cuatro cautivos de guerra. Sin embargo, esto los llevó a preparar su irrupción como los más crueles habitantes de aquellas tierras en la dedicación del altar de su Dios.

“Comenzáronla los mexicanos con un solemne baile, para el cual sacaron los mejores vestidos que pudieron, y cuando los circunstantes estaban más divertidos, sacaron repentinamente al baile a los cuatro prisioneros xocimilcas que hasta entonces habían tenido ocultos, y después de hacerlos bailar por un rato, los sacrificaron sobre una piedra redonda rompiéndoles el pecho con el cuchillo de itztli y sacándoles el corazón, que caliente y vaheando ofrecieron a su dios”[4].

Este fue el primer sacrificio de su especie con todo el impacto psicológico del hecho que al punto de regreso sus captores, los colhuas deliberaron y decidieron liberar a los aztecas por no tener entre ellos a tan crueles habitantes. Es difícil de aceptar lo sanguinarios que podían llegar a ser los mexicas para mantener el poder; no obstante, su efectividad se hizo patente en el curso de su historia que por demás no es, ni puede ser mejor o peor que otras historias. Póngase cualquier historia de cualquier pueblo y se notarán los mismos impulsos en diversos grados de desarrollo. Solo los prejuicios han hecho que se noten los hechos negativos y se nieguen o se maticen los positivos.




[1] De Sahagún Fr. Bernardino. Historia General de las cosas de la Nueva España.
México, 2006, Ed. Porrúa. “Sepan Cuantos…”. Pág. 185.
[2] Clavijero, Francisco Javier. Historia antigua de México.
 México, 2009, Ed. Porrúa. “Sepan…Cuantos”. Pág. 218.
[3] H. Prescott, William. Historia de la Conquista de México.
México, 2000, Ed. Porrúa, “Sepan…Cuantos”. Pág. 33
[4] Clavijero, Francisco Javier. Historia antigua de México.
 México, 2009, Ed. Porrúa. “Sepan…Cuantos”. Pág. 99.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario