Es
absurdo tratar de repudiar o someter al olvido el pasado y fundar la vida en el
inicio de un año siempre incierto en lo positivo pero cierto en lo negativo. La
vida real y dinámica no tiene esos ciclos artificiales de la formalidad. Con el
simple termino de un año y el inicio de otro no cambia radicalmente la vida,
esta sigue su curso ya dinámico o ya encorsetado en la ficción de un fin y de
un inicio, puramente formales.
A
la algarabía artificiosa del consumismo navideño le sigue la dura cuesta de
enero y allí terminan las buenas intenciones. Sin un plan previo y viable que
tenga en cuenta metas, fuerza y medios no hay mucho que pedir en el año que se
bien pondera, máxime cuando el éxito comercial, económico o de otra índole ni
siquiera depende del individuo. Del verdadero éxito personal ni hablar, eso ni
se sospecha siquiera.
El
pasado, se quiera o no, determina a los individuos o a los pueblos porque lleva
inveterado nuestro origen, educación, cultura, naturaleza física y psíquica,
fuerza o debilidad, la locura o sanidad y la herencia genética y todos los usos
sociales. Y, sin embargo, ¡Feliz año
Nuevo!.
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