viernes, 5 de diciembre de 2014

DE LA CONFUSIÓN DE IDEAS A UN NUEVO CONSTITUCIONALISMO MEXICANO



Una y sola cosa nos pide René Descartes, ideas claras y distintas, es decir, evitar las ideas oscuras, borrosas o a media luz y distinguirlas unas de las otras para tener una mente que procese la realidad adecuadamente. Bergbohm, señala las consecuencias de la confusión y dice al respecto del Derecho “En la ciencia jurídica todo es tan inseguro, tan dudoso y multivoco, como en el lenguaje vulgar de la vida cotidiana; y de la confusión de las palabras, nace la anarquía de las ideas”[1].

Hace años se venía anunciando la muerte del Estado moderno y con las reformas estructurales, es decir, la privatización de todo lo público, se le ha dado una muerte violenta. Esta defunción ha traído una serie de efectos, entre los cuales se encuentran la desprotección de los derechos humanos y la nula efectividad de oponer las garantías individuales ante los Tribunales. Así como el Estado moderno liberó a los siervos de los señores feudales, el Estado Híper-moderno ha liberado a los ciudadanos del Estado moderno y los ha lanzado a los brazos insensibles del mercado, de las trasnacionales. Fuera todo humanismo dice la Híper modernidad y sus híper individualismo y los gobiernos responden con ¡Si señor!, mientras levantan Constituciones a modo y el garrote en contra de los disidentes.

Ahora bien, ajustándose a las exigencias de René Descartes y los señalamientos de Bergbohm, se debe entender que al ya no existir el Estado moderno se debe construir al nuevo Estado Híper-moderno, a las exigencias y alcances de cada nación. Y, la nación mexicana debe distinguir la idea del Estado moderno y del actual en construcción y que debe surgir del pueblo y no de los gobernantes, políticos y trasnacionales tal y como se pretende, sin injerencia del pueblo.  Para ello, es necesario que se cambie en el Capítulo de la Constitución General que dice: “De la división de poderes”, por el de “La estructura orgánica, institucional y de los organismos ciudadanos”, con sus correspondientes fondo constitucional a efecto de quitar la confusión de palabras “soberano” que se atribuyen los órganos de gobierno Legislativo, Ejecutivo y Judicial y darle su sentido originario de “soberano” al pueblo. Sin este requisito, los gobernantes, políticos y trasnacionales seguirán moldeando un Estado a modo para explotarlo, rapiñarlo y disfrutarlo sin ninguna responsabilidad.

Véase como se sienten y comportan los titulares de los órganos que ellos llaman “poderes” y se verá el equívoco en que se haya la nación mexicana. Durante décadas se mantuvo dormida e ignorante a la nación mexicana y cada presidente en turno era el motor que movía al Estado mexicano y a eso, se le llamaba democracia. Claro que no era tal.

Todo Derecho es un dogma emitido por el Constituyente y después por los siguientes legisladores, y en este sentido no se critica ni se ataca o se investiga la validez del mismo. De dogmas se ha nutrido el Constitucionalismo mexicano y no solo los ha reproducido sino multiplicado hasta perderse la soberanía en multivocos y ser depositada fuera del pueblo, en los órganos que llaman “poderes”. Todo ese viejo Constitucionalismo ha servido de justificación al sistema político que oprime a la nación; es menester que el pueblo, purgue la confusión de ideas para no tener anarquía en las ideas y que estas, sean claras y distintas.  

A esto se debe abocar la Filosofía del Derecho y la Filosofía Política, mismas que no se detienen en los dogmas, buscan denodadamente los fundamentos de validez del Derecho y del poder, es decir, ponen ante el Tribunal de la razón con base en principios y hechos, las normas y el poder, empezando por las fundamentales inscritas en la Carta Magna y por quien detenta el poder, quien es el soberano. Esta tarea es del pueblo entero de México por lo que aquí, solo se esbozan líneas generales en espera de que en algo contribuyan a la construcción de un Nuevo constitucionalismo mexicano.  




[1] Recasens Siches, Luis. Filosofía del Derecho.  
Barcelona, Ed. Bosch. 1934. Pág. 19 


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