La
normalidad, de común, es solo un prejuicio. Toda sociedad uniforma y juzga
desde esta uniformidad y todo lo que no se ajuste a ella, se considera anormal.
La normalidad se presenta como un defecto, un prejuicio no creado por el
individuo, por la persona sino por el colectivo. Por ello resulta patético que
se vea como “anormal” una situación de hecho (las preferencias sexuales
diversas) nacidas en el seno de la sociedad pero estimadas desde la ceguedad de
los prejuicios.
A
los prejuicios sobre la sexualidad le siguen la ceguera y marginación en los
campos de acción de los tres grandes ordenamientos Moral (Teología), Social y
de Derecho. Bajo los argumentos prejuiciados se les niegan a los que tienen
preferencias “anormales”, su sano desarrollo en estos tres ordenamientos, en
claro prejuicio subjetivista.
Por
el contrario, se ve que muchos de los “anormales”, son buenos religiosos (Teología),
se ajustan a las normas sociales y observan las normas de Derecho. Por todo
ello debe considerárseles humanos desde el campo de la antropología y toda la filosofía
y personas desde el campo del Derecho y en el campo de las normas sociales debe
correr la misma suerte.
Siempre
ha sido más peligroso tener prejuicios que, ser de tal o cual naturaleza o de
tal o cual preferencia sexual. Basta con oír un prejuicio para ponerse alertas
contra quien o quienes los proferían. De inmediato dañan y sus planes y efectos
nocivos son permanentes hasta no detenerlos. A los normales se les debe mostrar
por lo menos su dogma, su prejuicio.
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