Las
declaraciones de Felipe Calderón, en el sentido de “Ver una
descomposición moral en el PAN”, no deben ponerse fuera del contexto político,
es decir, de la lucha interna del Partido Acción Nacional y como un ataque en
contra de Gustavo Madero, ya que fueron legisladores del grupo de este último
quienes mostraron su falta de moral y ética.
Es
muy significativo que un Corazón Alegre como Felipe Calderón, el rey de la
bohemia durante, por lo menos su sexenio, se sienta ofendido por una fiesta que
no rivaliza con las que el hacía, con derroche de recursos públicos y excesos
de toda clase. Eso, no es más que cinismo puro muy a su estilo: “Haiga sido
como haiga sido”, es el lema que nos da el nivel de su moral y de su ética.
Calderón
no es brillante pero si muy astuto para usar el maniqueísmo (el uso de los
principios del bien y del mal), a su favor. Con estas declaraciones lo que dice,
de manera soterrada, es: “Yo Felipe Calderón soy el principio bueno y el otro
(Gustavo Madero), el principio malo”; en consecuencia debo dirigir el partido
porque sé cómo hacerlo y el otro no. Esto no solo es censurable sino una forma
grosera de encarar la política y por ende intolerable.
¿Cómo
olvidar la enorme corrupción que impero en su administración?, eso no solo son estadísticas
sino hechos reales que han quedado en la memoria y en la historia. No debe
venir Calderón simulando tener una moral ejemplar cuando conocemos los abismos en
donde habita su moral corrompida. Los estadounidenses lo acogieron poco tiempo
porque saben que no tienen ninguna cosa buena que les aporte. De la misma
manera, Calderón no puede aportar cosa alguna buena a los mexicanos. Fue una
desgracia como presidente y aun los mexicanos padecemos los efectos nocivos de
su brutal administración, llena de mesianismo y megalomanía. Que no crea que
puede impunemente venir a decir toda clase de tonterías. El mexicano tipo
pasivo y acrítico ha sido ya desplazado y no puede esperar cualquier mal político
otra cosa que no sea la crítica severa pero sobre bases objetivas.
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