Es menester hacer un estudio del ente llamado Estado para
ver su naturaleza y aplicar el método adecuado para su estudio. Hasta ahora, se
han cometido errores garrafales a partir de la teoría de Montesquieu, quien
confundió poder (potestas) con órgano (organum). Para el Derecho constitucional
mexicano la Constitución General se divide en dos partes: la dogmática que contiene las garantías
fundamentales, los derechos humanos, la propiedad de la tierra, el dominio de
las aguas, los productos minerales, petroleros y el rubro de la economía y, la
orgánica, que ordena jerárquicamente las funciones de los órganos y subrayo aquí la palabra órganos y que a saber, son fundamentalmente
tres: El Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. A estos órganos hay que
añadirles las instituciones de todo tipo y allí se tiene la estructura orgánica e
institucional del Estado mexicano, en su realidad factual en contraposición
a la parte formal “De la división de poderes”. Un simple análisis
muestra que entre el texto constitucional y el real funcionamiento del Estado
mexicano no existe congruencia. Teoría y realidad van cada una por caminos
diferentes y hasta contrarios. La penumbra que rodea la conformación y
funcionamiento del Estado ha hecho una atrofia descomunal sin que se tenga la
verdadera intención de sanear los equívocos de centenares de años. A pocos
realmente les importa estudiar ese ente, se vive en él, para él, y de él, pero
sin darle su debido mantenimiento y las reformas congruentes con su ser.
Para los juristas el Estado es una ficción susceptible para
el estudio en el campo meramente jurídico, con lo ya construido desde la
Filosofía Política sin atender a fondo la teoría; es decir, que a partir de lo
dado se sigue construyendo sin la crítica certera. Se da por sentado que se
construye sobre firme y aquí es, donde la Filosofía se separa en el estudio,
dado que, desde el punto de vista de la Ontología (el estudio del ente), el
Estado tiene estructuras ónticas y no da por cierto lo dado sino que, duda y
revisa los cimientos y todo el edificio teórico, encontrando las fallas humanas
vueltas dogmas y hacia ellas dirige sus cañones filosóficos del método. Ahora
bien, las estructuras ónticas son aquellas que son inherentes a las cosas, a
los objetos ideales, a los valores y, a la vida, objeto metafísico. Cada una de
estas regiones ónticas tiene sus propias estructuras y que las diferencia de
las demás. Además, las categorías ónticas siempre permanecen en las cosas a
pesar de las modificaciones sufridas en el transcurso de su investigación, es
decir, se diferencian de las categorías ontológicas que han surgido y pudieran
surgir en el curso de los estudios desde las diversas perspectivas teoréticas.
Para este análisis solo veremos las cosas. Pues bien, el
Estado es un ente que no debe ponerse entre las cosas, goza de un ser que se le
pueden atribuir las categorías de las
cosas y estas tienen como primera estructura óntica el ser. No se puede dudar sobre el ser del ente llamado Estado, quien es
sujeto de derechos y obligaciones. Si no tuviera ser no podría ser sujeto de derechos y de
obligaciones. Ninguna persona puede dudar de la existencia del Estado, aunque
este sea una invención del ser humano; eso no le quita una pizca de su ser. Allí está el Estado,
funcionando a través de los titulares de los órganos, las instituciones y otras
figuras jurídicas con su gran masa burocrática, gobernando al pueblo y haciendo
funcionar a la sociedad con una cohesión, en primera y última instancia a
través de la violencia.
La segunda categoría óntica del Estado es la realidad, no puede ser un
objeto ideal como las figuras geométricas o ser un valor y es, distinto al
objeto metafísico llamado vida. Por lo pronto, aunque no lo pondremos entre los
objetos llamados cosas, si tiene realidad.
Entonces diremos que el estado es. Tiene existencia real, aunque esa existencia
haya sido dada y siga siendo precaria con relación a las piedras, arboles, ríos
y montañas. No obstante lo anterior, no pude decirse que la realidad del Estado
sea menos efectiva que la realidad de los entes llamados cosas. El Estado en
sus distintas funciones hace actos que tienen toda la realidad necesaria para
transformar el estado actual de las cosas, de los valores y hasta de la vida
misma.
La tercera estructura óntica es la temporalidad. El Estado no ha
existido por si ni en todo tiempo. Ha sido menester que unos seres humanos,
determinados seres humanos hayan sentido la imperiosa necesidad de crear un
ente que pudiera abarcar a todo el grupo social y que los integrantes de dicha
sociedad pudieran coexistir y convivir bajo determinadas normas jurídicas. Por
ello, es justo decir que, el Estado
nació en el tiempo, no siempre ha existido (por eso no puede ser objeto ideal),
está siendo en el tiempo y fenecerá en el tiempo. Hoy se puede ver con más
claridad el nacimiento del Estado como Estado-ciudad, después, Estado-nación y
últimamente como una confederación de Estados-nación o bloques comerciales de
Estados que gradualmente se integran en lo político, en lo académico, en lo
cultural, en la ciencia y demás rubros de la vida.
La cuarta categoría óntica es la de causalidad. El Estado nació
para las necesidades de una ciudad, en concreto las griegas y entre ellas,
Atenas; después, cuando las naciones conformaron el Estado-nación, creció en
todos los aspectos y se volvió más complejo; en la actualidad el Estado se ha
vuelto más complicado al co-relacionarse con otros Estados nacionales y formar
bloques comerciales y políticos entres otros rubros. Todas estas
transformaciones de la cosa llamada Estado son sucesivas y ligadas en el
tiempo, se pueden entender, estudiar reducir a leyes. La causalidad determina
que el Estado sea efecto de una determina cadena de causas y efectos sucesivas
y que no pueden dar como resultado sino lo que es en el especio y el tiempo.
Esta cuarta categoría óntica (causalidad) tiene la
característica de dar pauta para que el Estado sea estudiado en sus
estructuras, en sus relaciones entre órganos, instituciones, ciudadanos y
población en general, esto primariamente desde el Derecho; no se debe olvidar
que, para los formalistas Estado y Derecho son lo mismo. Claro que se puede
estudiar desde la sociología y otras ramas del conocimiento pero no nos
adentraremos en otras sub-regiones ónticas. Bien, el Estado, al ser susceptible
de estudio y reductible a normas jurídicas, significa que es inteligible para
el ser humano y esto nos lleva a determinar que, en este punto, la categoría
óntica también nos abre la puerta a la Ontología de manera concomitante a la
óntica. Es decir, el ser humano puede estudiar al Estado y hacer teorías diversas
(Ontología, tratado del ente) sin que las estructuras del Estado varíen
(Óntica, la existencia en sí de las cosas).
Una de las consecuencias de este análisis es, que no
aparece por ningún lado eso que los constitucionalistas y filósofos seguidores
de Montesquieu llaman poder como estructura óntica del Estado. Es evidente que
el Estado no puede funcionar sin el poder soberano pero, este no forma parte de
ninguna estructura ni óntica ni orgánica o institucional. Habrá que buscar y
descubrir en donde esta ese error garrafal de Montesquieu y que ciegamente han
seguido la gran mayoría.
Y, el error de Montesquieu consiste en no haber tenido clara
la diferencia entre órgano y poder y no haber aplicado las categorías ónticas
al Estado ni haber echado mano de la diferenciación que hacen los juristas
entre las partes, dogmática y orgánica de la Constitución. Si se hubiera
atenido a esta división, Montesquieu hubiera derivado que no eran poderes los
que hacían funcionar al Estado sino órganos (Legislativo, Ejecutivo y
Judicial). Con este error fatal los titulares de los órganos creyeron o
simularon ser soberanos y de esta forma, usurparon la soberanía nacional para
sí y se proclamaron soberanos. Es común oír que los legisladores digan que el
Congreso General es soberano, de la misma manera el Ejecutivo se nombra
soberano y el órgano Judicial hace lo propio en detrimento del verdadero
soberano; el pueblo. De una manera burda y grosera se sacan mágicamente o mejor
dicho, perversamente una pluralidad de soberanos. La soberanía que debe ser
única y mantenerse en esa unidad se fragmenta y a la manera de Platón que se le
multiplicaban las ideas, los políticos, multiplican los soberanos. Se ha
vulgarizado tanto la palabra poder como sinónimo de órgano que hasta el más
modesto locutor o periodista se le hincha el pecho al pronunciar tal anomalía
no solo lingüística sino conceptual, teorética.
Por si esto fuera poco, los órganos de los estados
firmantes del pacto federal se proclamaron soberanos, multiplicándose los
soberanos de manera nociva. Las constituciones locales, excepto la del Distrito
Federal (otro ente mal engendrado y que no tiene Constitución Local),
pomposamente llevan la leyenda: Constitución Política del Estado Libre y
Soberano…, una verdadera aberración. Si fueran realmente soberanos tendrían su
Constitución General, su Banco Central, moneda, ejército, servicio de
relaciones exteriores y todo aquello que posee la federación para ejercer la
soberanía de acuerdo al Derecho Internacional Público. Si esto fuera así,
tendrían, las partes firmantes, el ejercicio de su soberanía con otros
Estados-nacionales y México sería una Confederación de Estados. Cosa que no
sucede, dado que México es una federación compuesta de partes firmantes del
pacto federal.
Es imprescindible que se corrija este terrible error de
dividir la soberanía y su apropiación por parte de los órganos y devolverle el
ejercicio de ese súper poder, al pueblo y por tanto, que el Estado mexicano sea
verdaderamente un Estado de Derecho (sirva esta redundancia para efectos
pedagógicos). Tenemos un Estado que no concuerda con la teoría de la “División
de podres de Montesquieu”, es imperioso que se deje de una vez y para siempre
este modelo teórico nocivo y que se saque la teoría del funcionamiento real del
Estado mexicano. La teoría de Montesquieu es un calzado contrahecho, deforme
que ha sido puesto e impuesto arbitrariamente al Estado mexicano y esta es la
razón por la cual camina torpemente y se ha vuelto una calamidad para la nación
mexicana.
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