Los
presidentes del Priato tenían la regla no escrita de no intervenir en política terminada
su administración. Esta regla se rompió con Vicente Fox y lo siguió Calderón. Una
y misma característica tienen los tres últimos presidentes de México (Fox, Calderón
y Peña) pocos conocimientos académicos, falta de ética, moral pervertida, corrupción,
ineficacia administrativa y como consecuencia el fracaso sexenal, aunque el
ultimo no haya concluido, se puede concluir ya su fracaso.
Llegar
a la presidencia confiere a su titular un poder ilimitado. Aunque se pregona la
independencia de los órganos Legislativo y Judicial del órgano Ejecutivo, este último
avasalla a los dos primeros. El presidencialismo no se ha terminado. Tanto
poder necesariamente agranda el ego del presidente en turno. Son públicos los
caprichos de los presidentes en cada cosa que se les ocurre decidir, desde lo público
hasta lo privado. El culto a la personalidad se intensifica por todos los
medios, casi se sienten dioses atrapados en cuerpos mortales.
Terminada
su administración los ex presidentes se han vuelto una molestia nacional con
sus dislates, locuras, puntadas y sus insanos deseos de seguir siendo los
actores principales. Pero, allí queda todo. Vuelven a ser ordinarios y aunque
son molestos ya solo quedan como eso, molestias
ridículas que ya no son tomados en serio. El poder encumbra a los más tontos hasta
los cielos y cuando vuelven a la tierra se niegan a ser simples mortales.
Los
ex presidentes estadounidenses tienen su día y lo celebran en conjunto. En México,
por vergüenza, se trata de evitar hasta hablar de los ex presidentes, no tienen
su día y rara vez se encuentran y nunca se trata de festejos oficiales sino de
reuniones sospechosas y de ignominia.
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