Durante
mucho tiempo los mexicanos han sentido la pesada carga del trauma de la
conquista. Los extranjeros ciegos a la razón alimentaban esa inferioridad desde
todos los ángulos y niveles sin siquiera sospechar que las culturas prehispánicas
eran ricas en vastedad y profundidad y que aún hoy sus veneros imponen concretísimas
formas de ser que en manera alguna desmerecen ser vividas y conocidas. Durante décadas
se han dado cambios muy profundos en el silencio de los valles, haciendo surgir
el pasado prehispánico, lleno de la voluntad vital de vivir sin ataduras
externas. La vida de los mexicanos ha dado un vuelco radical; hoy día puede incursionar
en cualquier campo del saber, de la técnica, del arte, la literatura y demás cosas
humanas con éxito sin amilanarse como antaño.
El
viejo, aunque necesario pensamiento de los propios intelectuales mexicanos, ha
sido substituido gradualmente por un pensamiento atrevido, despojado de los atavíos
psicológicos impuestos y asimilados por las anteriores generaciones y que por
mucho tiempo imperó. A pesar de todo, se puede atisbar una lucha incesante por la
libertad, la democracia y todo aquello que aumente el valor de la vida. Los
mexicanos tenemos un problema: el gobierno corrupto hasta la médula.
Se
dice, sin razón profunda, que los mexicanos han dejado de ser revolucionarios y
dejan que el gobierno los mantenga bajo el yugo de la tiranía. Es cierto, que
no se ha logrado imponer la democracia y que priva la corrupción con profundas raíces
en todo el Estado mexicano pero no menos cierto es, que la lucha en contra de
todas estas malas prácticas se da sin dar marcha atrás. En el mismo contexto,
se debe hacer notar que las revoluciones al parecer se han desterrado en muy
buena medida como forma de cambio social. Los mexicanos han llevado el emblema
de guardar y ser en el fondo “El México bronco”, ese pueblo que irrumpió con
toda su fuerza, fiereza y sed de venganza en la revolución de 1910 y que marco el nacimiento de una nueva
forma de vida institucionalizada y que se denominó como “La dictadura perfecta”.
Al final no resultó tan perfecta. En fin, no es distintivo del pueblo mexicano
abandonar, en general, la vía de las armas para alcanzar los fines democráticos.
Esto sin dejar de ver la enorme distancia entre lo ideal y lo real. En caso
todo el mundo se ha visto el mismo fenómeno del abandono de las armas por parte
de los pueblos para la trasformación social. Si bien existen guerras y
movimientos armados estos no son ya significativos y por lo general la
violencia viene de los gobiernos o de grupos separatistas o de la delincuencia
organizada.
Bajo
esta nueva forma de vida se han abandonado las revoluciones pero no la lucha.
Ha resultado eficaz la denuncia, la comunicación de ideas, la solidaridad a través
de las redes sociales, además de menos costosas en vidas humanas. Ahora bien,
esto tiene un alcance limitado y se debe fortalecer con nuevas prácticas democráticas
que vayan acotando el poder de gobernantes y políticos; creo que la creación de
organizaciones no gubernamentales, asociaciones civiles y consejos ciudadanos
entre otros pueden servir para tal fin.
Los
gobernantes han dejado de representar a los ciudadanos para servir a las
grandes trasnacionales; entonces, se debe ciudadanizar la política para que se ponga
coto a los excesos de los dueños del gran capital, que están de la mano con gobernantes y
políticos. El diseño de un Estado nacional acorde, con estos relativamente
nuevos actores políticos, es imperioso.
El
resurgir del pasado prehispánico debe verse como un aumento de esta vena vital
de los mexicanos porque en la realidad nunca se ha ido ni abandonado. No se
debe mal entender esto, es evidente que no puede volver de manera plena ese
pasado pero es menester que se retome porque esa es nuestra naturaleza
inmediata, nuestra forma de ser acallada pero no aniquilada. Esto con la incorporación
de inevitable de la vida actual, dinámica y en constante hacerse y rehacerse.
Los
mexicanos de hoy día, tenemos enormes problemas que afrontar y limitaciones que
superar. Sin embargo, no existe ya ese sentimiento de inferioridad humana en el
pueblo mexicano sino como un resabio falseado con fines coloniales, mercantiles,
de prejuicios ideológicos externos y por supuesto de ignorancia de lo que
significa lo humano en su más profundo sentido.
Se
añoran los viejos revolucionarios listos para el sacrificio personal y no hay
duda que son valiosos e inolvidables pero, para mí son tan valiosos los
mexicanos actuales que no se rinden y que con nuevas formas luchan sin descanso
contra el gobierno que navega entre las aguas de la tiranía y la democracia sin
cortar la pesada ancla de la corrupción. Es evidente que la pura fuerza bruta no alcanzó
para construir un Estado democrático, es menester que la razón impere para
tratar de lograrlo. Si en el futuro mediato se pueda dar un movimiento armado
general para construir un estado democrático, no lo sé; eso lo determinaran los
gobernantes y políticos con sus abusos o lo evitaran adquiriendo madurez, de la
cual hoy carecen. Por lo demás no nos
queda otra cosa que observar el mundo con la mirada libre de velos, de
prejuicios, poniendo como base de la vida la razón vital.
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