Un
gobierno electo democráticamente y que se precie de ser democrático, debe tener
como base en su comunicación la verdad como base; cuando esto no pasa se le
debe de tachar de mentiroso. Ahora bien, si a la mentira metódica gubernamental
se le suma la vileza metódica se tiene un gobierno de ilusiones, una farsa, una
tiranía televisiva y de medios deformativos.
En
el caso concreto de México, son públicas las limitaciones inherentes a Enrique
Peña Nieto, al punto de haber desplazado a merolicos y comediantes como fuente
de diversión vulgar; sus ridículos al tratar hablar en inglés son ya
inolvidables; su trato con la literatura nos dejó entrever el vacío académico y
cultural que padece, de manera incorregible. Su incurable ceguera ante lo
evidente lo hace necio hasta el exceso criticable. Todo en el lleva a dos cosas:
limitación para conocer y torpeza para actuar. Sin embargo, está rodeado de cómplices,
de incondicionales, de sirvientes, de cantores e ilusionistas. Todos tratando
de crear una realidad alterna en donde Peña Nieto sea no solo diferente sino
omnipotente y omnipresente.
Lo
hacen ver como si fuera omnipotente, con ese poder inagotable y sin límites
para crear todo lo necesario para “Mover a México”, de una vez y para siempre
que no habrá falta más gobernantes en el futuro. Se prometen beneficios sin
fecha de caducidad. No hay estación radiofónica, televisiva o de otras índoles donde
no se le diga al pueblo mexicano que el “Señor presidente” ordenó tal o cual
cosa y que solo basta esperar al alba para ver cómo se ha movido México hacia la
tierra prometida, hacia el primer mundo. Bajará el costo de la vida y en un dos
por tres sabremos que estábamos hundidos en una mala ilusión y que el taumaturgo
divino ha superado el mito de la caverna de Platón y ha hecho realidad lo
impensable: Salvar a México. Solo los necios y sus enemigos se niegan a ver
todo esto. No obstante la gracia divina todo lo perdona porque todo lo
comprende y todo lo supera.
La
omnipresencia de Peña Nieto casi se hace realidad en los medios de comunicación
que ávidos de las pingues ganancias que, les reporta contratar la publicidad
gubernamental, no cejan incesantemente de bombardear día y noche los beneficios
que traerán las reformas con un optimismo desbordante que hace que los dulces
corazoncitos se sientan constreñidos a creer ciegamente y no faltan los buenos
ciudadanos que piden a gritos que se le dé “una oportunidad” al presidente.
Que
ciudadano bien centrado en la realidad y la razón se opondría a que un
gobernante (cualquiera que este sea) cumpla su mandato constitucional en los términos
que la misma Constitución establece y traiga todos los beneficios posibles y
reales. Eso es lo deseable, lo ideal. Lo contrario sería locura. No se debe ni
se puede anteponer el fracaso de un gobernante por simples discrepancias ideológicas
(la ideología esconde la verdad), o por enemistad política o de cualquiera otra
índole. En una democracia el poder se gana y se pierde y se debe aceptar la
derrota y sumarse al proyecto nacional sin reticencias. “La Patria es Primero”,
reza el lema en el Senado.
Si
un gobernante, sea el que sea, y del partido que sea, es, un buen gobernante se
le debe el reconocimiento inmediato y libre de cualquier impureza; no se debe
ser mezquino en tal rubro. Sin embargo, con Peña Nieto pasa todo lo contario.
Su inconmensurable ambición entreverada con sus incurables e incorregibles
limitaciones de todo tipo, lo hacen el instrumento ideal para los que realmente
imponen el Neoliberalismo corrupto; los aduladores no cesan de pintarlo de mil
colores brillantes.
Ahora
bien, fundados en las extremas limitaciones evidentes y publicas de Peña Nieto
se colige que no puede siquiera vestirse bien y amarrase simétricamente los
moños de los bonitos zapatos por sí mismo. Se tiene la impresión viva de que la silla
presidencial la ocupa un maniquí articulado. ¿Entonces cómo se le pueden atribuir
las cualidades que a toda hora se nos trata de imbuir en el inconsciente?, la respuesta
es inmediata: se trata de construir sobre la dura verdad una castillo de
naipes; un lugar llamado Peñalandia S. A de C. V., en donde todo es pura
felicidad y abundancia. Y, esto no puede ser más que la paga del Diablo al
alba, cuando se abren las manos y en lugar del oro se encuentran solo heces.
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