Sin
duda alguna, Montesquieu realizó un estudio profundo sobre el Estado nacional y
en buena medida logró darle su conformación fundamental y que pervive hasta
nuestros días. Es impresionante el bagaje académico que poseía. Basta con leer
alguna de sus obras para quedar pasmado ante la gran variedad y profundidad de
temas concomitantes que trata con maestría, aunque en algunos rubros flaquea.
La obra que más impactó al mundo occidental fue la que conocemos como “El
espíritu de las leyes”. En pocos años se cumplirán 300 años de su publicación.
Fue tal el efecto que logró esta obra que ha quedado casi intacta, como que
todavía los constitucionalistas actuales se regodean en mascar y digerir la
parte medular y hacer sendos tratados, ensayos, obras y cometarios al respecto.
Sin embargo, hay malas noticias. Montesquieu tuvo un error fatal y que no se ha
corregido. Así, partiendo de un error monumental se ha construido el edificio
político llamado Estado; se le ha remozado y saneado hasta la saciedad sin ir a
la revisión de la naturaleza misma de dicha construcción.
El
Barón de Brede no llevó a cabo lo que, que Descartes tanto recomienda, tener
las ideas claras y distintas; en este caso, respecto a la conformación del
Estado, su naturaleza y sus atributos. Así las cosas, nuestro autor confundió
los órganos (organum) del Estado con el poder (potestas). Mientras que el
primero goza de las estructuras ónticas inherentes a su naturaleza: Ser,
realidad, temporalidad y causalidad; el segundo, es un atributo del ser, no existe
de manera independiente. El poder es generado según la naturaleza de cada cosa
u organismo en plena concordancia. Esta falta de distinción llevó a la
postulación de la división de poderes en vez del ejercicio de la soberanía por
tres órganos en unidad teleológica.
Al
crearse el Estado nacional (El ente), se le otorgó, para su funcionamiento por
sobre todos los gobernados un súper poder, llamado soberanía (súper-omnia), es
decir, un poder que está por sobre cualquier otro poder; es el poder de poderes
que somete no solo a los gobernados sino también a los funcionarios públicos
que hacen posible su funcionamiento.
El
poder es un una fuerza que es desplegada por un ser, sobre la realidad para
producir cambios, para mantener las cosas en su estado actual. El poder de
mando en política es un atributo del ser. A ninguno se le ocurrirá que el
estado no tenga ser y que no tenga ese atributo de mando soberano para alcanzar
sus fines constitucionales.
Al
proponer Montesquieu la división de poderes dio pauta para que los titulares de
los órganos Legislativo, Ejecutivo y Judicial, se sintieran y actuaran como
verdaderos soberanos. Es bien sabido que la soberanía es imprescriptible e
inalienable. Por el primer atributo se colige que la soberanía no se agota por
su uso ni por el transcurso del tiempo; por el segundo atributo se entiende que
no se puede vender, ceder ni traspasar ya que si esto ocurriera el pueblo
dejaría de ser soberano y esto sería una cosa anómala. Bien, no hay que ser tan
románticos. En México los titulares de los tres órganos se reputan asimismos
como soberanos. He ahí la causa de tantos males, porque este hecho se ha
multiplicado en los estados y el Distrito Federal. Los titulares de las partes
integrantes del pacto federal se han apropiado del mismo error fatal y se
designan también como poderes soberanos. Esto ha quedado plasmado en las
constituciones locales: "Constitución Política del Estado Libre y
Soberano...".
En
México se ha padecido el presidencialismo, que no es otra cosa que la preponderancia
del órgano Ejecutivo sobre los dos restantes y a pesar de ver claramente que no
hay división de poderes sino la marcha del Estado por la voluntad de una sola
persona (el presidente), se seguía hablando de división de podres. Lo mismo se
reflejó en las partes firmantes del pacto federal; los gobernadores se
reputaban como los individuos que ostentaban el poder de manera casi exclusiva,
sometiendo a los órganos Legislativo y Judicial a su voluntad.
Con
la perdida de la mayoría absoluta en el Congreso General por parte del partido
de Estado, se dieron nuevas circunstancias y, entonces los órganos Legislativo
y Judicial han tenido destellos de independencia y se han apropiado, a veces
tímidamente y a veces insolentemente, de la soberanía y han actuado como
soberanos. Esto ha llevado al entorpecimiento del funcionamiento del Estado con
sus nocivas consecuencias. Ahora en lugar de ser el pueblo soberano, han surgido
una pluralidad de soberanos (El ejecutivo, el Legislativo y el Judicial junto
con los gobernantes de los estados). No repetiré lo ya dicho por mí en otros
escritos.
Es
una lástima que la división de poderes haya sido convertida en un dogma, en una
baratija, en moneda de cuño corriente. Es terrible que se hayan regado ríos de
tinta y se hayan desgastado los mejores cerebros en explicar un error. Este
error óntico y ontológico ha costado demasiado al pueblo para seguir
sosteniéndolo. Si algo nos enseñó Friedrich W. Nietzsche es, a sospechar de la
verdad oficial y a buscar la verdad profunda. Quien se precie de ser pensante
no puede dar por sentado y, por verdadero lo ya hecho y, dicho sin antes pasar
por la criba de la razón, el Derecho, la Filosofía y todos los recursos que
tenemos a la mano.
Téngase
este escrito como un borrador, como un adendum, como un escrito preparatorio a
mi teoría sobre el Estado mexicano, teoría que ha sido sacada de la realidad,
la razón y, la necesidad y no construida con base a conceptos de una realidad
ajena. Invito amablemente a lo que consideren a bien a leer las demás partes de
mi teoría, ya publicada en mi blog de filosofía y evidentemente a que
participen con sus críticas y propuestas.
Finalmente
debo manifestar que no me importa la fama ni el éxito común; ya el gran Arturo
Schopenhauer junto con otros filósofos nos enseñó que el verdadero filósofo
tiene como edén su propio jardín de ideas, en él, se regocija y vive en
armonía.
Quod
erat demonstrandum
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