lunes, 25 de agosto de 2014

LA DIVISIÓN DE PODERES. EL ERROR FATAL DE MONTESQUIEU


Sin duda alguna, Montesquieu realizó un estudio profundo sobre el Estado nacional y en buena medida logró darle su conformación fundamental y que pervive hasta nuestros días. Es impresionante el bagaje académico que poseía. Basta con leer alguna de sus obras para quedar pasmado ante la gran variedad y profundidad de temas concomitantes que trata con maestría, aunque en algunos rubros flaquea. La obra que más impactó al mundo occidental fue la que conocemos como “El espíritu de las leyes”. En pocos años se cumplirán 300 años de su publicación. Fue tal el efecto que logró esta obra que ha quedado casi intacta, como que todavía los constitucionalistas actuales se regodean en mascar y digerir la parte medular y hacer sendos tratados, ensayos, obras y cometarios al respecto. Sin embargo, hay malas noticias. Montesquieu tuvo un error fatal y que no se ha corregido. Así, partiendo de un error monumental se ha construido el edificio político llamado Estado; se le ha remozado y saneado hasta la saciedad sin ir a la revisión de la naturaleza misma de dicha construcción.

El Barón de Brede no llevó a cabo lo que, que Descartes tanto recomienda, tener las ideas claras y distintas; en este caso, respecto a la conformación del Estado, su naturaleza y sus atributos. Así las cosas, nuestro autor confundió los órganos (organum) del Estado con el poder (potestas). Mientras que el primero goza de las estructuras ónticas inherentes a su naturaleza: Ser, realidad, temporalidad y causalidad; el segundo, es un atributo del ser, no existe de manera independiente. El poder es generado según la naturaleza de cada cosa u organismo en plena concordancia. Esta falta de distinción llevó a la postulación de la división de poderes en vez del ejercicio de la soberanía por tres órganos en unidad teleológica.

Al crearse el Estado nacional (El ente), se le otorgó, para su funcionamiento por sobre todos los gobernados un súper poder, llamado soberanía (súper-omnia), es decir, un poder que está por sobre cualquier otro poder; es el poder de poderes que somete no solo a los gobernados sino también a los funcionarios públicos que hacen posible su funcionamiento.

El poder es un una fuerza que es desplegada por un ser, sobre la realidad para producir cambios, para mantener las cosas en su estado actual. El poder de mando en política es un atributo del ser. A ninguno se le ocurrirá que el estado no tenga ser y que no tenga ese atributo de mando soberano para alcanzar sus fines constitucionales.

Al proponer Montesquieu la división de poderes dio pauta para que los titulares de los órganos Legislativo, Ejecutivo y Judicial, se sintieran y actuaran como verdaderos soberanos. Es bien sabido que la soberanía es imprescriptible e inalienable. Por el primer atributo se colige que la soberanía no se agota por su uso ni por el transcurso del tiempo; por el segundo atributo se entiende que no se puede vender, ceder ni traspasar ya que si esto ocurriera el pueblo dejaría de ser soberano y esto sería una cosa anómala. Bien, no hay que ser tan románticos. En México los titulares de los tres órganos se reputan asimismos como soberanos. He ahí la causa de tantos males, porque este hecho se ha multiplicado en los estados y el Distrito Federal. Los titulares de las partes integrantes del pacto federal se han apropiado del mismo error fatal y se designan también como poderes soberanos. Esto ha quedado plasmado en las constituciones locales: "Constitución Política del Estado Libre y Soberano...".

En México se ha padecido el presidencialismo, que no es otra cosa que la preponderancia del órgano Ejecutivo sobre los dos restantes y a pesar de ver claramente que no hay división de poderes sino la marcha del Estado por la voluntad de una sola persona (el presidente), se seguía hablando de división de podres. Lo mismo se reflejó en las partes firmantes del pacto federal; los gobernadores se reputaban como los individuos que ostentaban el poder de manera casi exclusiva, sometiendo a los órganos Legislativo y Judicial a su voluntad.  

Con la perdida de la mayoría absoluta en el Congreso General por parte del partido de Estado, se dieron nuevas circunstancias y, entonces los órganos Legislativo y Judicial han tenido destellos de independencia y se han apropiado, a veces tímidamente y a veces insolentemente, de la soberanía y han actuado como soberanos. Esto ha llevado al entorpecimiento del funcionamiento del Estado con sus nocivas consecuencias. Ahora en lugar de ser el pueblo soberano, han surgido una pluralidad de soberanos (El ejecutivo, el Legislativo y el Judicial junto con los gobernantes de los estados). No repetiré lo ya dicho por mí en otros escritos.

Es una lástima que la división de poderes haya sido convertida en un dogma, en una baratija, en moneda de cuño corriente. Es terrible que se hayan regado ríos de tinta y se hayan desgastado los mejores cerebros en explicar un error. Este error óntico y ontológico ha costado demasiado al pueblo para seguir sosteniéndolo. Si algo nos enseñó Friedrich W. Nietzsche es, a sospechar de la verdad oficial y a buscar la verdad profunda. Quien se precie de ser pensante no puede dar por sentado y, por verdadero lo ya hecho y, dicho sin antes pasar por la criba de la razón, el Derecho, la Filosofía y todos los recursos que tenemos a la mano.

Téngase este escrito como un borrador, como un adendum, como un escrito preparatorio a mi teoría sobre el Estado mexicano, teoría que ha sido sacada de la realidad, la razón y, la necesidad y no construida con base a conceptos de una realidad ajena. Invito amablemente a lo que consideren a bien a leer las demás partes de mi teoría, ya publicada en mi blog de filosofía y evidentemente a que participen con sus críticas y propuestas.

Finalmente debo manifestar que no me importa la fama ni el éxito común; ya el gran Arturo Schopenhauer junto con otros filósofos nos enseñó que el verdadero filósofo tiene como edén su propio jardín de ideas, en él, se regocija y vive en armonía.

Quod erat demonstrandum


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