El
fanatismo es la peor cosa que he conocido. La mayoría de los crímenes contra la
Humanidad, un pueblo especifico, guerras, asesinatos en particular y toda clase
de tropelías tienen su base en el fanatismo.
Hay
fanáticos de toda clase. Los peores son los religiosos. Le siguen los fanáticos
de los deportes. Imagino que el vacío que produce la Híper-modernidad hace que
el ser humano consuma cualquier cosa o se enajene con cualquier cosa. No es que
se deba aislar el ser humano de los deportes sino que no debe dejarse llevar al
extremo por los intereses comerciales de los dueños del mismo.
En
México, generalmente los dueños de los equipos juegan con los sentimientos de
los fanáticos al punto de tenerlos a su disposición para seguir manteniéndose
de ellos. Se exaltan tanto los sentimientos que a los seres humanos se les hace
llegar a la pasión, es decir, al fanatismo, a la irracionalidad.
Los
mexicanos son fanáticos religiosos y del futbol, ambas cosas son un lastre para
la libertad. Más aun, sin superar ambas engañifas no se puede ser ciudadano
libre. Se llega al extremo de sufrir más por estas dos cosas que por la
familia, los amigos y hasta por uno mismo. De esto se valen los dueños de este
deporte profesional para vaciar la cartera de los fanáticos. Al parecer estos
ni siquiera se dan cuenta y gustosamente van al matadero.
Se
confirma, desgraciadamente, que los mexicanos somos una clase modesta, jodida
que necesita un poco de distracción de los problemas reales que somos incapaces
de superar. Mejor narcotizarse, evadirse de la realidad que superarla. (Tesis
de Emilio Azcárraga).
Imagino
que en el fondo la mayoría de esas personas no tienen un futuro por sí mismos y
prefieren adherirse a algo que ya es. Sin embargo, no se dan cuenta que caen en
las manos de proxenetas a quienes no les importan las personas en cuanto
personas sino como meros consumidores.
Allí
donde ·La pasión manda” no hay más que cadenas. Se pretende hacer héroes falsos
que pasen como verdaderos mientras el fanático vuelve al otro día a su jodida
realidad con un amargo sabor a triunfo ajeno.
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