El
sismo de mil novecientos ochenta y cinco, lo recuerdo como si hubiera sido hace
treinta y dos años, (las matemáticas lo confirman), fue mucho más trágico que
estos, todos juntos, aunque se haya concentrado principalmente en el entonces Distritito
Federal. Mucho tiempo ha pasado, muchas cosas, circunstancias han cambiado,
muchos gobiernos han pasado; lo que sigue intacta es la esencia de los
mexicanos y su solidaridad al reconocerse plenamente como integrantes de un
mismo pueblo, como hermanos y como abandonados del mismo régimen de gobierno.
Por
aquel entonces ya se estaban aplicando las privatizaciones de la república. El
Estado mexicano caía en plena decadencia, se iniciaba el desmantelamiento sistemático
del Estado de bienestar. Como paliativo tuvo verificativo la Copa del Mundo de
1986 y México entró al GATT. Se estima que, de 1155 empresas públicas quedaron
443 al final de este primer bloque de privatizaciones.
La
crisis que carcomía al régimen dictatorial priista se reflejaba en lo externo
al proponer, De la Madrid, un plan nacional que abarcaba al gobierno y, a la
sociedad civil. Pomposamente la llamó “La Renovación Moral”. Un plan de
palabras porque en los hechos los negocios en las privatizaciones eran
recorridos por la corrupción y revestidas con la impunidad.
Se
iniciaba una nueva época con el fraude electoral de 1988 que dejó en el poder a
Carlos Salinas de Gortari, quien impuso el Tratado de Libre Comercio y extendió
el acta de defunción del Estado moderno mexicano pues únicamente se crearon más
pobres y se exportaron más mexicanos hacia Los Estados Unidos de Norteamérica.
El régimen priista se volvió más represor y lanzó contra Los Zapatistas toda la
fuerza del Estado tratando de exterminarlos. La sociedad civil no lo permitió.
Con
Salinas de Gortari, se privatizó Telmex, (Se dio pauta para que Carlos Slim se
volviera el hombre más rico del mundo con lo público), se dio pauta para la privatización
del campo, se dio entrada a la iglesia a lo público y como previo los efectos
de las privatizaciones con tanta corrupción creo el Programa Nacional de Solidaridad y
Desigualdad con dos fines, paliar la pobreza y sujetar a los pobres electoralmente.
Finalmente,
entre Ernesto Zedillo Ponce de León y Carlos Salinas nos heredaron el “Error de
diciembre”, una crisis sin precedentes que dejo a millones sin patrimonio y
endeudados hasta lo indecible.
Los
gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón fueron una extensión del régimen priista
pues no hubo transición democrática sino transición de corrupción e impunidad hacia
el Partido Acción Nacional y las privatizaciones seguían en pie. El Estado ya
no respondía a las necesidades del pueblo. Calderón tuvo que poner,
ilegalmente, en su locura de implantar “El Reino de Dios en la Tierra”, al ejército
en labores de policía y las matanzas de todo tipo se incrementaron
exponencialmente.
El
segundo fraude electoral implementado por el PRI y el PAN en beneficio de Calderón
se emitió su tercera versión para dejar en el poder al más corrupto entre los
corruptos, enrique Peña Nieto. Este títere ha servido para sepultar totalmente
al Estado moderno mexicano con la profundización de las privatizaciones. El
Estado moderno está muerto, bien muerto. Exterminado.
Se
puede ver claramente como la decadencia del gobierno mexicano de manera cíclica
ha traído la decadencia del Estado mexicano, del pueblo mexicano. Han sido más
de treinta años de puras desgracias económicas, políticas para el pueblo,
matanzas, saqueo de lo público, corrupción e impunidad. Ahora bien, ¿Qué hará
falta para que el pueblo cambie su forma de pensar y comportamiento ante tanta
inutilidad gubernamental. Los mexicanos somos muy dados a las ceremonias desde tiempos
ancestrales, a las tradiciones, al estoicismo, a la pasividad, a pensar que en “El
mas allá”, estos malos gobernantes lo pagarán con creces.
Quizá
sea también nuestro masoquismo ese que aún vive, pervive y sobrevive a pesar de
toda la luz que nos arroja la ciencia y la filosofía sea importante para nuestro
pensamiento y comportamiento apocado. La educación es otro rubro fuente de
ignorancia y domesticación hacia un fin desconocido para el pueblo pero claro
para los gobernantes y políticos. No se puede, claro, eludir los casi noventa
años de sometimiento a un régimen hecho para el control total del pueblo. La
larga tradición del régimen a través de sus gobernantes de las represiones, las
matanzas, el caudillismo, el caciquismo y, la ausencia de real justicia.
En
efecto, demoler el conjunto de ese régimen cimentado en el terror, en la
ignorancia, en el corporativismo, en la pobreza extrema, en el autoritarismo, apuntalado
en los fraudes electorales merma, quebranta la esperanza popular y hace que sea
un trabajo titánico que requiere el concierto general del pueblo.
Cada
año, asistimos a un cabo de fin de año de este régimen totalitario; cada
sexenio nos brota la esperanza y esta, es cercenada por la corrupción y la
impunidad; cada matanza, con cada hecho de desapariciones forzadas acudimos al
entierro de este mal gobierno y en cada ocasión fracasamos y nos lamemos las
heridas sangrientas. La desesperanza cumple, nos sentimos quebrantados. Pero la
tarea no es fácil y el, sacrificio debe ser continuo y cada vez más amplio y
fuerte.
Este
diecinueve de septiembre de dos mil diecisiete, la sociedad civil le asesto un
marrazo a este sistema rebasándolo en toda su amplitud; viene la contraofensiva
gubernamental para recobrar el control social. La sociedad civil debe regresar
a la monotonía, al orden del que tanto gusta al gobierno, esa quietud donde se
puede corromper lo público, donde se pueden hacer fraudes lectorales a pesar de
la bancarrota moral del actual gobierno de Enrique Peña Nieto.
Los
daños estructurales que tiene este gobierno no pueden ser reparados por el
mismo gobierno. Treinta y dos años de corrupción e impunidad han llevado a una
bancarrota legal, moral, de servicio y utilidad del gobierno que no podrá ya
ser vigente. Lo recomendable es el cambio total del Estado mexicano, empezando
por el gobierno.
¿Qué
herencia nos deja Peña Nieto?, ninguna buena; nos dela la bancarrota total del
Estado mexicano y, en especial del régimen. Carlos Salinas y Pela Nieto fueron
los asesinos del Estado mexicano y sus enterrados con tanta corrupción en conjunción
con Zedillo, Fox y Calderón. Se les puede ver danzar sobre la tumba y sacar
cada que les conviene la carroña que queda del Estado para devorar las entrañas
putrefactas y aullar sus victorias pírricas para el pueblo pero pingues para
ellos.
Terminemos
la tradición de venerar a los muertos políticos, a los gobiernos corruptos, a
los fantasmas del pasado y, dejemos de entronar a los mismos corruptos,
rompiendo y enterrando esa tradición que ha sido nuestra tumba: el sistema
priista, adorado por los panistas y, ahora perredistas.