Lo que les da calidad de leyes a las
creencias no son su verdad o su verificación fáctica sino su número de
fanáticos. Una idea no tendrá fuerza si únicamente una persona cree en ella o
unas pocas pero, si la creen miles tomará tal fuerza que incluso si es absurda
se vestirá de verdad y hasta de sagrada.
El caso de Galileo Galilei es
ejemplar, él sabía que, con su teoría geocéntrica, se podía justificar y
verificar el movimiento de los planetas pero el mundo no estaba preparado para
tal revolución científica prefería seguir pensando en que la tierra era plana y
que era el centro del sistema planetario porque lo mandaba la Santa Madre
Iglesia. Todo lo que se pensara de manera diferente era herejía aunque después
se descubriera que era una patraña.
Si una persona sabe la verdad pero
esta verdad va contra lo ya establecido se le ve como una persona loca pero si además
actúa en consecuencia se convierte en criminal o en delincuente. No importa si
sabe la verdad, si tiene la verdad porque las creencias de la mayoría son
atacadas y, se tienen por sagradas y hay fiscales vigilantes al estilo de
Torquemada que incitan al pueblo a vengarse de los herejes.
Pero, ¿se debe cambiar de ideas o de
actitud por el hecho de lo que creen las mayorías?. La libertad de culto no más
que la barbarie revestida de legalidad, de racionalidad… como un mal necesario.
Ya Nezahualcóyotl, les decía a sus
hijos que como gobernantes observaran los ritos del pueblo pero que en privado
los repudiaran por ser falsos.
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