La vida pocas veces
se ha tenido su centro en la vida misma. En el inicio se empeñó en el mito,
después en las religiones politeístas, para seguir con el monoteísmo; esto son
dejar del todo los mitos. Se podría pensar que, con la llegada de la ciencia
los seres humanos se iban a liberar de por lo menos los mitos; no, por el
contrario, se sumó que, los seres humanos empeñamos nuestra vida a lo económico y todo se ha complicado aún más.
La nueva religión
es la acumulación de riqueza de manera interminable. No es de extrañar que las
relaciones humanas se hayan deteriorado y los mismos seres humanos nos hayamos
convertido en mercancías. Claro no todo está perdido; pero, así están las
circunstancias.
Calificamos a la
Edad Media como una época de oscurantismo; es una ironía que, en esta era,
habiendo mucha luz, mucho más que en el "Siglo de las Luces", haya
una miopía general de estar siendo usada la mayoría de los pueblos como cosas,
como masa para ser explotada y dirigida para el mero consumo. Era menester
desviar la mirada de los seres humanos de su objetivo de ser humanos, era
preciso cegarlos, engañarlos, volverlos miopes a lo menos a través de la
ideología del consumo. No hace falta el “soma”, huxleano ni “El Gran Hermano”,
el software ha sido implementado en nuestras cabezas a través de la publicidad.
Algo tan, aparentemente, inofensivo pero además legal.
El centro de la vida debe
estar en el centro de la misma, sin necesidad de tener cosas ni siquiera
poseerlas. Es rara la sensación de vivir, de tener consciencia de vivir tal y
como los demás seres. Seria extraordinario que la gente sintiera la vida como
una fiera mirando la noche estrellada con plena consciencia de su ser, de su
ronroneo y de su risa larga y abierta.
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