jueves, 26 de octubre de 2017

DOS SERES UNA SOLA FORMA




Enrique Peña Nieto, como gobernante me recuerda a Darío III que en todos los enfrentamientos contra Alejandro el Grande ponía pies en polvorosa. En la batalla de Issos, teniendo superioridad contra los griegos, al ver durante la refriega que la derrota era inminente se dio a la fuga, dejando a su madre y, a su esposa con toda la familia, misma que cayó en manos de Alejandro. Ambos ejércitos se volvieron a enfrentar en Gaugamela, teniendo los persas una superioridad de aproximadamente cinco a uno; unos 250,000 persas contra unos 45,000 griegos y, el resultado se repitió, el ejército de Alejandro Magno superó a sus enemigos y, al ver que la derrota era inevitable Darío III, volvió a huir. Tiempo después sus propios hombres lo mataron.

Peña Nieto en cada batalla; desde las mínimas como en la Universidad Iberoamericana, hasta las grandes como regular a las grandes trasnacionales, pasando por su propia corrupción de la Casa Blanca, siempre huye. Deja que otros asuman el mando del gobierno para tratar de solucionar problemas grandes o pequeños.

Claro, para gobernar se necesita estar bien capacitado tanto de cuerpo y mente, pues en caso contrario tal como Darío III perdió su imperio, Peña Nieto ha perdido la riqueza nacional ante la embestida de las trasnacionales, de la delincuencia organizada y la corrupción de sus propios cómplices; esto, aunque nos diga todos los días lo contrario.

Darío III, el último rey de la dinastía Aqueménida y Enrique Peña Nieto el último de la dinastía de Atlacomulco, son dos seres aparentemente tan diferentes en dos lugares y tiempos distantes pero son esencialmente una misma forma del fracaso evidente.


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