No
soy religioso debido a los sutiles odios que la religión incuba en los humanos y
el aparente amor al prójimo. Se me hace una locura inadmisible pretender que
las mujeres sean tomadas como impuras y ser tratadas con menosprecio y se les
haga, por esta misma locura, la vida más pesada y desgraciada. Los religiosos
me dicen que mi madre contiene el pecado original; de mis hermanas, mis hijas y
demás mujeres de las que soy menesteroso lo mismo. Me quieren hacer creer a
toda costa que los que profesan una religión diferente son mis enemigos por
adorar un Dios falso. Por si esto fuera
poco, me piden, que digo piden, exigen que los mantenga y en caso, de negativa
me maldicen como a Baruch Spinoza: día y noche en todos los rubros de la vida.
Los
líderes religiosos quieren uniformar a todos con su monopolio de locura.
Quieren que odie a los homosexuales, a las prostitutas, a los científicos y a
los que piensan diferente con la amenaza de la excomunión y la condena a no sé qué
tormentos de lo que llaman infierno.
Todo
su quehacer se reduce en debilitar, en enfermar mi cuerpo y mi mente, en torcer
la realidad y esconder la verdad en las tinieblas. Para mí esto es la más grave
perversidad. Y, sin embargo, esto no queda aquí, secretamente se alían a los
gobernantes para someter a los demás, no pagan impuesto alguno, viven como sátrapas
y mienten de día y de noche sin descansar en la vida. La mayor crueldad la
cometen contra la niñez en todas las formas posibles de ilícitos que, por lo
general, quedan impunes. Por todo ello, apenas tengo cerca un fanático religioso,
se encienden todas las alarmas en mi ser y para mi desgracia me doy cuenta que
estoy rodeado indefectiblemente de locos. Odiar y matar es su divisa.
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