viernes, 19 de octubre de 2018

LOS ESPAÑOLES EN LUCHA CONTRA LOS TLAXCALTECAS




Los tlaxcaltecas fueron guerreros muy valientes y no podía ser de otra manera pues pertenecían al mismo grupo de pueblos que llegaron a poblar en las orillas del lago de Texcoco.  Pero tuvieron problemas con otros pueblos y aunque resultaron victoriosos decidieron emigrar y uno de los tres grupos en que se dividieron llegó a las faldas de lo que hoy se llama “La Malinche”. Sus dominios no eran muy grandes pero eran tan valientes que los mexicanos nunca los pudieron vencer y fueron los que terminaron venciéndolos.

Los españoles como Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo nos han dejado testimonios de su paso por el territorio de los tlaxcaltecas y como se hicieron aliados. Ahora bien, los demás historiadores siguen a estos dos personajes pero también siguen sus errores evidentes por no decir mentiras. En efecto, si no se piensa en la veracidad de los hechos y se siguen opiniones ciegamente se llega a narrativas inverosímiles.

Es inverosímil lo que cuentan tanto Cortés como Díaz del Castillo cuando pelearon contra los tlaxcaltecas. El consejo de los cuatro partes en que estaba dividido el reino de este pueblo ya habían decido darles guerra a los españoles. Únicamente recordemos que tenían al mismo Dios de la guerra que los aztecas pero lo llamaban Camaxtle y tenían las mismas fuerzas especiales, caballeros ocelote y águilas. Con todo su poderío los mexicanos nunca pudieron vencerlos pero ni de lejos.

Es necesario hacer una revisión detallada, razonable y cuando sea posible comprobable.

Es entendible que quienes estuvieran en tierras extrañas con personas extrañas sintieran miedo o temor extraordinarios y que solo su fortaleza los hiciera salir del trance pero no se puede aceptar que después de pasado el omento sigan sosteniendo sus visiones increíbles como verdades y estos es lo que les pasó a los dos españoles como a los que los siguieron. En lo que ahora es México, los españoles no pasaron de 1,000. Aquí va lo que narra William H. Prescott con base en lo que escribieron Cortés y Díaz del Castillo:

“Los indios sostuvieron el campo por un rato con valor, y luego se retiraron precipitadamente, pero no en desorden.[1] Los españoles, cuya sangre estaba enardecida por el encuentro, continuaron su victoria con más celo que prudencia, permitiendo que el astuto enemigo los condujese a una estrecha cañada o desfiladero, interceptado por un pequeño arroyo, cuyo quebrado terreno era muy desfavorable para la artillería. Avanzando con el fin de salir de esta peligrosa posición, y al voltear un ángulo del camino, vieron un numeroso ejército cerrando la garganta del valle, y extendiéndose sobre las llanuras que le seguían. A los asombrados ojos de Cortés parecieron cien mil hombres, siendo así que ningún cálculo los estima en más de treinta mil. [2].

Después de una escaramuza y ya entrando en plena batalla, esto dicen los españoles que pasó y perdónenme pero me parece más como si los españoles fueran la “Liga de la justicia” o un milagro bíblico donde van acomodando los hechos:

Arrollado el enemigo por la caballería, y despedazado por las herraduras de su fogosos corceles, gradualmente comenzó a ceder el campo. En todo este terrible encuentro, los indios aliados fueron de gran servicio a los españoles. Se arrojaban al agua, acometiendo a sus adversarios con la desesperación de hombres que conocían “que su única seguridad estaba en la poca esperanza que alimentaba de salvarse”.[3] “No veo sino la muerte para nosotros –dijo un jefe cempoalteca a Marina -; nunca conseguiremos pasar vivos.” “El Dios de los cristianos está con nosotros  -contestó la intrépida mujer-, y él nos conducirá salvos y seguros.”[4]

En el estruendo del combate se escuchaba la voz de Cortés alentando a sus soldados. “Si sucumbimos ahora-exclamaba -, la cruz de Cristo nunca podrá plantarse en el país. Adelante, camaradas. ¿Cuándo se ha oído que un castellano vuelva la espalda al enemigo?.[5] Animados los españoles con las palabras y heroica conducta de su general, después de desesperados esfuerzos lograron al fin forzar un paso por entre las espesas columnas del enemigo y salir del desfiladero a un extenso llano.”

Si después de leer esto no sonríe uno por lo inverosímil y se da uno plena cuenta de estar leyendo hechos inexactos que por desgracia no podremos saber cómo realmente ocurrieron por obvias razones, estaremos manteniéndonos en la adolescencia. Se ve clara la intención ideología de hacer pasar como superior lo europeo donde se incrusta lo español. La superioridad de la que se jactan es ilusoria. Con únicamente rodearlos en un terreno que conocían perfectamente, los tlaxcaltecas a los españoles; estos hubieran servido para el sacrificio sin ninguna duda. Está muy lejos de decirse la última palabra verdadera en este tópico.  


Prescott, H. William. Historia de la Conquista de México
México, 2000. Porrúa. Colección “Sepan cuantos…”. Pág. 199, 200




[1] “Una gentil contienda”, dice Gómara, hablando de esta escaramuza. Crónica, cap. 46.
[2] “Rel. seg” de Cortés, en Lorenzana, pág. 51. Según Gómara (Crónica, cap. 46), el enemigo contaba ochenta mil hombres, y lo mismo dice Ixtlixóchitl.  (Hist. Chich., MS cap. 83.1) Bernal Díaz asegura que eran más de cuarenta mil (Historia de la conquista, cap. 63); pero Herrera (Historia general, déc. 2. Lib. 4, cap. 20) reducen el número a treinta mil. Sería tan fácil contar las hojas de un bosque como las confusas filas de los bárbaros. Como este solo era uno de los varios ejércitos mantenidos por los tlaxcaltecas, la suma menor de las sobredichas es probablemente excesiva, pues toda la población del Estado, según Clavigero, quien probablemente no había de reducirla a menos de la que realmente era, no excedía de medio millón. Stor. Del Messico, tomo I, pág. 156.
[3] “Una illis fuit spes salutis, desperasse de salute.” (“Su única esperanza de salvación fue precisamente haber desesperado de ella.”) [MC] P. Mártir de Angleria, De Orbe Novo, déc. V. cap. I. Esta dicho esto con la energía clásica de Tácito.  
[4] “Respondióle Marina, que no tuviere miedo, porque el Dios de los cristianos, que es muy poderoso, y los quería mucho, los sacaría de peligro.” Herrera, Historia general. déc. 2. Lib. 6. Cap. 5
[5] Ibíd., ubi supra.


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