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LA TERRIBLE DERROTA DE LOS ESPAÑOLES EN LA NOCHE TRISTE.
La caída de Tenochtitlan es una parte de
la historia que los mexicanos debemos conocer en lo más posible y, a detalle
para poder construir una mejor visión de nuestros antepasados y, así poder
construir el presente y futuro. Ahora bien, los historiadores han narrado los
hechos como si únicamente los españoles con sus fuerzas e inteligencia hubieran
podido conquistar el imperio mexica. La verdad está en las propias palabras de Hernán
Cortes y Bernal Díaz del Castillo como los que estuvieron en los hechos y demás
historiadores que con imparcialidad han estudiado la historia de la conquista
de México. En realidad los españoles no llegaban a mil antes de la marcha hacia
Tenochtitlan; así lo testifica Cortés y la primera ocasión en que fue a la
capital del imperio no fue con españoles exclusivamente sino con una gran
cantidad de tlaxcaltecas, cholultecas entre otros aliados; sin estos hubiera
sido imposible que hubieran podido sobrevivir rodeados de los más temibles
guerreros entre los que se encontraban los guerreros ocelote
y águilas; las fuerzas especiales del ejército mexicano. Claro, los españoles
escriben de tal manera que quieren ser recordados como gigantes entre todos los
guerreros y no hay que dudar de su valor pero si de sus palabras y buscar la
verdad de manera imparcial. Después de haber leído distintas versiones, incluyendo
las de Cortes y Bernal Díaz, me parece transcribir la versión de Francisco
Javier Clavijero por su mayor objetividad en los hechos; sin embargo, narra los
hechos muchas veces poniendo a los españoles como si fueran los únicos personajes
en los hechos cuando no fue así. Va el texto:
“Ordenó su marcha en el mayor silencio
de la noche, cuya oscuridad se había hecho mayor con un nublado, y cuya
molestia y peligro se agravaba con la lluvia. Dio la vanguardia el invicto Sandoval
con otros capitales, 200 infantes y 20 caballos. En el cuerpo del ejército iban
los prisioneros, la gente de servicio, el bagaje y el mismo Cortés con 5
caballos y 100 infantes para acudir con prontitud a donde hubiese mayor
necesidad. La retaguardia se encargó al capitán Pedro de Alvarado con el resto
de españoles. Las tropas auxiliares de Tlaxcala, Cholula y Cempoala, que eran más
de 7,000 hombres, se repartieron en las tres partes del ejército; e invocando
la protección del cielo, comenzaron a pasar por la calle de Tlacopan.
Pasó la mayor parte con felicidad el
primer canal o acequia con la ayuda del puente que llevaban, sin más resistencia
que la poca que hicieron los centinelas que guardaban aquel lugar, pero
advertidos los sacerdotes que velaban los templos, tocaron el arma y excitaron
con sus bocinas al pueblo. En un momento se vieron los españoles por tierra y
por agua de un número extraordinario de enemigos que con su misma multitud y
desorden se embarcaban en el ataque. Fue muy sangriento el combate en el
segundo canal, extremo el peligro y extraordinarios los esfuerzos de los españoles
por salvarse.
La oscuridad de la noche, el estrépito de las armas, los clamores e imprecaciones de los combatientes, los gemidos de los
prisioneros y los ayes de los moribundos formaban un conjunto de lastima y de
horror. Aquí se oye la voz de un soldado que implora el socorro de sus compañeros,
y allí de otro que en los últimos alientos de su vida pide a Dios misericordia.
Todo es confusión, gritos, heridas y muerte. Cortés, cumpliendo con todas las obligaciones de un
buen general, acude con suma intrepidez a todas partes, pasando y repasando a
nado los canales, alentando a los unos, socorriendo a los otros y dando a las reliquias
de su ejército todo el orden que permitían las circunstancias, no sin gravísimo
riesgo de ser muerto o hecho prisionero.
El segundo canal se cegó de tal suerte
con los cadáveres, que sobre ellos pasaron los que habían quedado de la
retaguardia; Alvarado, que la mandaba, se halló tan apretado en el tercer canal,
que no pudiendo contrarrestar el furor de los enemigos, ni echarse a nado sin
ser muerto, fijó, según dicen, su lanza en el fondo del canal y sus brazos en
el cuento de la lanza, y dando un extraordinario impuso a su cuerpo, se puso de
un salto de la otra parte del canal. Acción que siempre se celebró como un
prodigio de agilidad y que dio a aquel lugar el nombre que hasta hoy conserva
de Salto de Alvarado.[1]
La pérdida de los mexicanos en esta
noche no pudo menos de ser muy considerable. De los españoles hablan, como en
otros cálculos, con mucha variedad de autores.[2] Lo
más cierto (según dice Gómara, que muestra haberlo averiguado con mayor
diligencia) es que murieron sobre 450 españoles, más 4,000 hombres de tropas
auxiliares, y entre ellos, según dice Cortés, todos los cholultecas; murieron también
todos o casi todos[3]
los prisioneros y toda la gente de servicio y 46 caballos, y se perdió casi
toda la riqueza adquirida, toda la artillería y todos los papeles
pertenecientes a la Real Hacienda y a la Historia de lo acaecido hasta aquel
tiempo a los españoles.
Entre los españoles, que faltaron, los
de más consideración fueron los capitanes Juan Velázquez de León, persona principal
e íntimo amigo de Cortés, amador de Lariz, Francisco de Morla y Francisco de
Saucedo, hombres todos de mucho valor y mérito. Entre los prisioneros pereció
el desgraciado rey Cacamatzin[4] un
hijo y una hija del difunto rey Moctezuma. Acompañó a estas princesas en su
desgracia doña Elvira, hija del príncipe Maxixcatzin. No pudo el esforzado corazón
de Cortés contener a vista de tanta calamidad el llanto a sus ojos. Sentóse en
una piedra cerca de Popotla, población cercana a Tlacopan, no tanto por
respirar la fatiga cuanto por llorar la pérdida de sus amigos y compañeros;
pero sirvióle de consuelo en su aflicción el ver vivos a sus más esforzados
capitanes: Sandoval, Alvarado, Olid, Ordaz, Ávila y Lugo; a sus intérpretes
Aguilar y doña Marina, y a su ingeniero Martín López, en quienes principalmente
libraba entonces la reparación de su honor y la conquista de México.”
Fin del epígrafe.
Nota: Me parece que, el grueso de
tlaxcaltecas y demás aliados fueron la muralla que logró contener a los
mexicanos para que no fueran exterminados los españoles; sin este blindaje y
ayuda con la que contaron los españoles estos hubieran sido borrados. No se
trata de quitarles méritos a los españoles pero creo sinceramente que no se
pondera la gran ayuda de los aliados de lso españoles y enemigos de los
mexicanos.
[1]
Bernal Díaz se burla de los que creían este salto y dice que era absolutamente
imposible, atendida la profundidad y anchura del canal, pero lo dan por cierto
los demás historiadores y lo autoriza la tradición.
[2]
Cortés dice que murieron 150 españoles; pero disminuyó por particular motivo el
número, o lo erraron los copistas. Bernal Díaz cuenta 870 españoles muertos;
pero en este número comprende no solamente los que faltaron esta noche, sino también
los que perecieron en los días siguientes hasta entrar a Tlaxcala. Solís no
cuenta más de 200 y Torquemada 290. En el número de los que faltaron de las
tropas auxiliares convienen con Gómara, Herrera, Torquemada y Betancourt. Solís
dice solamente que fueron más de mil tlaxcaltecas; lo cual ni concuerda con el cálculo
de Cortes, que cuenta más de 2,000 aliados, ni con el de los demás historiadores.
[3]
Cortés dice que murieron todos los prisioneros; pero de este número se debe
exceptuar Cuicuitzcatzin, que estaba preso como consta de esta relación de Cortés,
aunque ignoramos el tiempo y causa de su prisión, y no murió esa noche, como después
veremos.
[4]
Torquemada afirma como cosa bien averiguada que pocos días después de preso
Cacamatzin le hizo Cortés dar garrote en la prisión. Cortés, Bernal Díaz, Betancourt y otros dicen que
murió con los demás prisioneros en la Noche Triste.
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