viernes, 21 de abril de 2017

UNA DE CAL



 Cuando puedo evitar usar el automóvil, lo hago de buena gana y uso el transporte público, esto me permite leer. En consecuencia, cuando salgo de la ciudad, a menudo voy en transporte público foráneo. De esta manera he conocido a varios trabajadores de tales empresas. Con algunos he trabado franca amistad y uno de los mismos se sorprendía porque me veía pasar en al autos, ir vestido de traje o de plano de mezclilla. Estaba reacio a entender que la vestimenta no me hace. En Derecho me enseñaron que las apariencias eran primero pero en Filosofía entendí que había que ser no parecer. Después de un tiempo entendió que, en la vida había otras formas de ser; así que, al enterase de que había yo escrito una novela y un libro (El fin del Estado Moderno en México), me pidió le vendiera el último de los dos y se lo vendí en un buen precio y se lo dedique. Quedo muy contento y yo también.

Hoy, tuve la necesidad de tomar el transporte público foráneo y me entendió muy amablemente. Me refirió que había leído el libro y le parecía muy bueno. Lo dejé que me contara mientras esperaba el autobús. Me contó su opinión del mismo y me sorprendió gratamente que lo hubiera entendido a la perfección. Escribí el libro pensando que en que no podía estar lleno de conceptos filosóficos ni tampoco que estuviera exento del rigor del tema. Lo hice pues, con el ánimo de que las ideas se pudieran comunicar. Celebro que se entienda.

Mi compañera de trabajo, una abogada, se quedó asombrada de tal hecho. Ella ha tenido la obra a su disposición porque me ayuda con sus puntos de vista, la edición, la comercialización, diseño de portada, publicidad y venta; y al oír la exposición de mi amigo no podía dar crédito a su excelente entendimiento. Creo que ese hombre y su servidor ya estamos en otro nivel de amistad, contactados directamente sobre la democracia, la justicia, la verdad. Mi aprecio hacia ese hermano no es por la compra del libro sino porque lo entendió a cabalidad.

Ahora bien, el encuentro no estuvo exento de un poco de incomodidad porque mi interlocutor me dio demasiada atención y los demás pasajeros no entendían como a un hombre vestido como un metalero se le prestara desproporcionada amabilidad y halagos. Afortunadamente llegó al transporte y todo terminó por el momento. Tomamos asiento y me puse a escuchar un poco de metal; mientras mi acompañante me miraba furtivamente. Me quité los audífonos y le pregunté qué pasaba, se limitó a sonreír; así que, subí todo el volumen, Phoenix de Satyricon se desgranaba mientras avanzábamos por la ajetreada carretera. En la distancia se arremolinaban las nubes presagiando tormenta. Yo pensaba en la buena fortuna que tenía de existir en tales condiciones. Desafortunadamente la editorial quiere ventas yo, que mis ideas vuelen y se posen en las mejores mentes. Mi próximo libro ira gratis para este demócrata con su correspondiente dedicatoria. Que me haya entendido este hombre es el mejor halago que se me haya hecho. Gracias.


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