Cuando puedo evitar
usar el automóvil, lo hago de buena gana y uso el transporte público, esto me
permite leer. En consecuencia, cuando salgo de la ciudad, a menudo voy en
transporte público foráneo. De esta manera he conocido a varios trabajadores de
tales empresas. Con algunos he trabado franca amistad y uno de los mismos se
sorprendía porque me veía pasar en al autos, ir vestido de traje o de plano de
mezclilla. Estaba reacio a entender que la vestimenta no me hace. En Derecho me
enseñaron que las apariencias eran primero pero en Filosofía entendí que había
que ser no parecer. Después de un tiempo entendió que, en la vida había otras
formas de ser; así que, al enterase de que había yo escrito una novela y un
libro (El fin del Estado Moderno en México), me pidió le vendiera el último de
los dos y se lo vendí en un buen precio y se lo dedique. Quedo muy contento y
yo también.
Hoy, tuve la
necesidad de tomar el transporte público foráneo y me entendió muy amablemente.
Me refirió que había leído el libro y le parecía muy bueno. Lo dejé que me
contara mientras esperaba el autobús. Me contó su opinión del mismo y me
sorprendió gratamente que lo hubiera entendido a la perfección. Escribí el
libro pensando que en que no podía estar lleno de conceptos filosóficos ni
tampoco que estuviera exento del rigor del tema. Lo hice pues, con el ánimo de
que las ideas se pudieran comunicar. Celebro que se entienda.
Mi compañera de
trabajo, una abogada, se quedó asombrada de tal hecho. Ella ha tenido la obra a
su disposición porque me ayuda con sus puntos de vista, la edición, la
comercialización, diseño de portada, publicidad y venta; y al oír la exposición
de mi amigo no podía dar crédito a su excelente entendimiento. Creo que ese
hombre y su servidor ya estamos en otro nivel de amistad, contactados
directamente sobre la democracia, la justicia, la verdad. Mi aprecio hacia ese
hermano no es por la compra del libro sino porque lo entendió a cabalidad.
Ahora bien, el
encuentro no estuvo exento de un poco de incomodidad porque mi interlocutor me
dio demasiada atención y los demás pasajeros no entendían como a un hombre
vestido como un metalero se le prestara desproporcionada amabilidad y halagos.
Afortunadamente llegó al transporte y todo terminó por el momento. Tomamos
asiento y me puse a escuchar un poco de metal; mientras mi acompañante me
miraba furtivamente. Me quité los audífonos y le pregunté qué pasaba, se limitó
a sonreír; así que, subí todo el volumen, Phoenix de Satyricon se desgranaba
mientras avanzábamos por la ajetreada carretera. En la distancia se
arremolinaban las nubes presagiando tormenta. Yo pensaba en la buena fortuna
que tenía de existir en tales condiciones. Desafortunadamente la editorial
quiere ventas yo, que mis ideas vuelen y se posen en las mejores mentes. Mi
próximo libro ira gratis para este demócrata con su correspondiente
dedicatoria. Que me haya entendido este hombre es el mejor halago que se me
haya hecho. Gracias.
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