Ateo
significa “Sin Dios”, y, de común se piensa que, esto significa adorar a su antípoda:
“El diablo”, (en todo caso, esto sería mejor); sin embargo, esto tampoco es una
opción, dado que, tampoco existe. Existe el mal pero en las personas no fuera
de ellas. En consecuencia, ser ateo no está reñido con tener valores como el
respeto, humanismo, justicia, verdad,
solidaridad y todos aquellos que hacen al ser humano mostrar su lado positivo.
En
realidad, ser ateo significa que se ha salido de la caverna de Platón y se ha
visto, a lo menos parcialmente la luz de la verdad desnuda, sin atavismos míticos
o teológicos ni adornos divinos o malos externos; simplemente la realidad tal y
como es. Esto espanta a las mayorías acostumbradas a ser guiadas por pastores
que les dan la verdad mediática y acrítica. Por el contrario, el mejor ateo es
aquel que ha seguido la máxima “Sapere aude”, (Atrévete a saber)”, sin ningún prejuicio.
Por ello, un ateo se acerca a la realidad sin pensamiento bueno o malo alguno y
solo emite un juicio con base en la razón, en la ciencia y ante las evidencias
irrefutables.
En
su caso, un buen, ateo está dispuesto a seguir la senda del bien pues su razón lo
encamina conscientemente hacia la práctica de los valores y no de los anti
valores. Esto sin que se idealice al ateo pues siegue siendo un ser humano propenso
a errar por si o inducido. En esto estaría de acuerdo, aunque parcialmente, Sócrates.
La ignorancia es la base del mal. El intelectualismo como base del bien. Con
todo, esto va más allá del puro intelectualismo. El humanismo también tiene su
base en esta manera de ser, la intuición y la experiencia cotidiana.
No
cargar con el peso de una divinidad inquisitiva y de toda su corte es el pago
parcial que recibe el ateo; la otra parte la consigue por si al buscar y, encontrar
y forjar su propia senda, generalmente alejada de las mayorías. Su hábitat por
ello se encuentra libre de malas hierbas y también de buenas. Un desierto es la
mejor descripción. Sin embargo, no hay mejor lugar para ser creativos que en
los páramos solitarios; allí donde converge todo su pensamiento cosmológico; allí
donde puede pensar el ser, la ontología, la metafísica y sin duda alguna la física
relativista, la mecánica cuántica y la teoría del todo unificado; en resumen, “el
principio de todas las cosas”.
Un
ateo, puede ser que, no sea más feliz ni más rico materialmente que los religiosos
pues el ser tiene múltiples facetas y por ende, la felicidad vulgar, la
felicidad dada y puesta como único objetivo queda en segundo plano. La realización
plena y múltiple es su mejor opción. “Como se llega a ser lo que se es”, ha
dicho Píndaro. Y, esto conlleva un esfuerzo continuo y consciente que a menudo
no es agradable pero que se justifica en la plenitud del ser que observa miles
de años de construcción antropológica y de la cual forma parte. En suma, el
ateo es indócil, no se deja agarrar ni de las bolas ni de las orejas es
demasiado listo para ser seducido por toda la fantasmagoría teológica. Es un
peligro constante por ello se le combate de todas las forma licitas e ilícitas.
Los líderes religiosos lo calumnian y los rebaños dócilmente asienten mientras
aprietan los puños dispuestos a matar el mal, el supuesto mal. Con todo, el
ateo más elevado suele ser la abeja de la humanidad: produce lo más dulce: el
conocimiento real.
Los
dioses nacen y mueren al amparo de las religiones imperantes; guían a sus
creadores y los hacen estremecer cuando mueren. No hay un Dios único y veraz;
solo la realidad se nos ofrece como pan diario y como camino de la vida; lo demás
son extravíos.
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